Nueve claves para ayudar tu hijo a hacer frente a sus emociones
La educación emocional debería convertirse en el centro vertebrador de nuestro acompañamiento, un aprendizaje centrado en poner en comunión cabeza y corazón, en encontrar el equilibrio entre sentir y hacer
Recuerdo el día en el que mi hijo mayor me montó una buena pataleta en medio de un gran centro comercial repleto de gente. No podría explicar cuál fue el motivo que desencadenó su enfado, pero jamás olvidaré la forma cómo gritaba, pataleaba y lloraba. La gente me miraba alertada y yo era incapaz de calmar su malestar.
Tardé más de quince minutos en conseguir que se tranquilizase y me explicase el motivo de su reacción. Acabó agotado entre mis brazos pidiéndome que le abrazase con fuerza y sin ser capaz de poderme explicar el detonante principal que le había llevado a comportarse de esa manera.
Normalmente, cuando nuestros hijos lloran, gritan, se enfadan o intentan agredirnos nos sentimos sin recursos para poder hacer frente a esta reacción desde la calma y la comprensión. La inseguridad o impotencia que nos crea la situación nos hace actuar con ira, desde las amenazas o el enfado agravando aún más el malestar de nuestros pequeños.
Responderles en tono agresivo o gritando, dejarles solos cuando se descontrolan, intentar contenerles físicamente, amenazarles o castigarles es la peor forma de acompañarlos cuando son incapaces de dar respuesta a una emoción que les invade.
Comprender las emociones de nuestros hijos comienza por entender que expresarlas es algo lícito, natural y normal. Nuestros pequeños necesitan recibir nuestro cariño y calor en esos momentos tan intensos en los que la emoción les sobrepasa y no saben como gestionarla.
Detrás del enfado o el lloro de nuestro hijo hay siempre una emoción no resuelta que debemos aprender a identificar y acompañar. Siempre hay una causa subyacente tras una emoción emocional; la frustración, la amenaza o el miedo pueden ser los desencadenantes de estos berrinches.
Nuestros pequeños necesitan que les enseñemos a identificar todo aquello que sienten, que les ayudemos a regular la intensidad de sus emociones y a hablar de ellas sin tapujos sin intentar modificarlas, distraerlas o reprimirlas.
La mejor manera para evitar que las rabietas o las reacciones desproporcionadas se intensifiquen o perpetúen es hacer sentir a nuestros hijos nuestro afecto y tiempo de calidad. Nuestra comprensión ante las situaciones que les desbordan y disposición para ayudarles a superarlas. Permitiéndoles y aceptando la emoción que están sintiendo sin hacer juicios de valor o cargándoles de etiquetas.
Saber dar respuesta a las necesidades emocionales de nuestros pequeños nos va a permitir conectar mejor con ellos, hacerles sentir que estamos a su lado de forma incondicional, que les permitimos mostrarse tal y como se sienten.
Si bien es normal que es necesario enseñarles a expresarlas, si reprimimos las emociones nuestros hijos podrían sentir que están haciendo algo incorrecto sentirán ansiedad o vergüenza al compartir con nosotros aquello que les pasa y decidirán no explicarnos todo aquello que les inquieta, molesta o asusta.
La educación emocional debería convertirse en el centro vertebrador de nuestro acompañamiento, un aprendizaje centrado en poner en comunión cabeza y corazón, en encontrar el equilibrio entre sentir y hacer. Una inteligencia emocional que permita a nuestros hijos comprender, procesar y expresar los sentimientos propios y entender y empatizar con el de los demás.
Que les proporcione salud mental y bienestar y les permita entrenar la autoconciencia, el autocontrol, la empatía y las destrezas sociales. Que les posibilite adaptarse al cambio, gestionar el estrés o los pensamientos negativos, que les enseñe a ser agradecidos.
Los niños con una buena inteligencia emocional son más seguros, felices y tolerantes. Saben dar respuesta a los imprevistos que les vayan apareciendo a lo largo de la vida y tienen más capacidad para relacionarse afectivamente con los demás.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a realizar una buena gestión emocional?
- Siendo conscientes y responsables de nuestras propias emociones, manejándolas desde la calma y la reflexión sin dramatismos o enfados desmesurados. Convirtiéndonos en el mejor modelo de gestión emocional que puedan tener.
- Comprendiendo que sus enfados o pataletas son comportamientos normales y naturales que necesitan ser acompañados desde nuestro amor y empatía. Nuestros hijos no gritan o patalean porque quieran hacernos enfadar sino porque piden nuestra atención o ayuda torpemente.
- Validando las emociones que sienten, acompañándolos desde un lugar neutro, conectado y empático. Explicándoles que todas las emociones son naturales, legítimas y necesarias, que no existen buenas o malas porque todas son necesarias en la vida.
- Atendiéndoles la emoción para ayudarles a modular, controlar y anticipar sus conductas evitando provocar heridas emocionales a través de nuestras comparaciones, etiquetas, gritos o castigos.
- Intentando anticiparnos a las situaciones que pueden provocar explosiones emocionales y ayudándoles a regular la intensidad de sus respuestas. El cansancio, el malestar físico o el estrés pueden provocar reacciones emocionales desproporcionadas.
- Respetando los silencios, el tiempo y el espacio que necesitan para calmarse y aprender. Practicando con ellos una comunicación asertiva, respetuosa evitando los sermones y las amenazas para fortalecer nuestro vínculo.
- Siendo firmes y flexibles, mostrando una firmeza amorosa y estableciendo normas y límites consensuados. Enseñándoles estrategias para aprender a regular sus reacciones ante la frustración y los imprevistos.
- Apoyándoles con nuestras palabras de aliento, nuestras miradas cómplices y regalándoles a diario nuestros abrazos y besos que siempre seguirán necesitando
- Cuidando su autoestima a través de nuestro amor incondicional. Apoyando sus decisiones, haciéndoles comprender que sus cualidades, ayudándoles a esforzarse y valorando sus logros.
Consigamos que nuestros hijos se sientan sostenidos, aceptados y queridos. La manera en que la que nosotros les hablemos, les queramos y cuidemos de sus emociones determinará la forma en la que ellos hablen y se quieran y quieran a los demás.
Como decía Aristóteles: “Educar la mente sin educar el corazón, no es educar”.
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