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Estas son las nueve emociones básicas que siente tu hijo

Todas ellas persiguen la supervivencia de la persona, pero cada una transmite una información específica sobre el entorno o situación en la que se encuentre

Una niña llora en el sillón de su casa.
Una niña llora en el sillón de su casa. getty

A lo largo del día, tanto niños como adultos utilizamos nombres de emociones concretas para referirnos a cómo nos sentimos: “me da mucho miedo la entrevista de mañana”, “Guille está muy triste desde que murió su padre”, “David tiene celos de su hermanita pequeña” o “me enfadé mucho cuando me enteré de que no contaron conmigo para salir a cenar”. Son muchas las emociones que nombramos pero, ¿realmente somos conscientes de qué mensaje nos quieren transmitir cada una de ellas? Cuando experimentamos una emoción se activa una zona del cerebro que se llama sistema límbico, y en concreto, las amígdalas cerebrales, que podríamos decir que son los centros cerebrales de la emoción. Las amígdalas cerebrales se encuentran en una región del cerebro que es automática, involuntaria e inconsciente, por lo que cada vez que sentimos una emoción no solemos ser conscientes de ella, salvo que hagamos un ejercicio de consciencia.

Todas las emociones persiguen la supervivencia de la persona, pero cada emoción nos transmite una información específica sobre el entorno o situación en la que nos encontramos. Las emociones son imprescindibles para sobrevivir y para estar adaptados al entorno en el que vivimos. Así, por ejemplo, la rabia me ayuda a defenderme, cuidarme y protegerme, mientras que la tristeza me invita a pensar y procesar la pérdida que he sufrido. El objetivo de este artículo es ahondar en la información que nos transmiten cada una de las emociones básicas que experimentamos en nuestra vida cotidiana. En definitiva, hablaremos de una de las primeras fases de la inteligencia emocional: la identificación y etiquetado de la emoción.

  1. Miedo: el miedo aparece cuando percibimos un peligro en el entorno en el que estamos. Cuando sentimos miedo, creemos que nos van a hacer daño, nos van a rechazar o ignorar. Como consecuencia de esto, tendemos a huir de aquella situación, estímulo o persona que nos da miedo. Si el miedo es muy intenso, seguramente nos paralice, y no sepamos qué hacer ni qué decir. Cuando el niño no quiere dormir solo es posible que se deba a que tiene algún miedo (monstruos, fantasmas, lobos, soledad, etcétera).
  2. Rabia: es una emoción de defensa que surge cuando algo nos parece injusto, cuando nos obligan a hacer algo que no queremos, cuando nos quitan algo que nos gusta o cuando necesitamos poner límites (“hasta aquí” o “no”). Por ejemplo, cuando un niño se siente agobiado o invadido por un amigo, la rabia le invita a poner tierra de por medio, aunque a veces las formas no sean las adecuadas. La rabia invita a pegar, insultar, morder o agredir. El hecho de que esto sea natural, no quiere decir que si lo llevamos conductualmente a cabo esté bien. Debemos diferenciar entre emoción y conducta.
  3. Tristeza: nos sentimos tristes cuando hemos perdido algo, ya sea momentáneamente (un juguete que ha sido requisado) o permanentemente (la muerte de un ser querido). Cuando los niños experimentan tristeza, no tienen ganas de jugar ni de moverse, tendiendo a excluirse del grupo y a llevar a cabo movimientos muy lentos. El hecho de que los adultos seamos capaces de interpretar correctamente la tristeza de nuestro hijo o alumno, se la permitamos y le ofrezcamos contextos donde expresarla (llorar o ser abrazado, por ejemplo) hará que el niño se sienta mucho mejor.
  4. Alegría: es una emoción de aproximación que nos invita a juntarnos y a compartir nuestros logros y éxitos con la gente que más queremos (padres, hermanos, profesores, amigos, etcétera). Cuando estamos alegres tenemos ganas de compartir, de jugar y de mostrarnos más naturales. La alegría surge porque hemos conseguido un objetivo que nos habíamos propuesto, por sencillo que parezca, o bien porque estamos o vamos a hacer algo que nos gusta mucho (ir al zoo, celebrar nuestro cumpleaños, jugar en el parque con los amigos, etcétera).
  5. Calma: la emoción de calma es a la que debemos llevar a nuestros hijos y alumnos cada vez que sienten una emoción desagradable de manera intensa (miedo, rabia, tristeza, celos, etcétera). Cada niño tiene una manera en que puede ser llevado a la calma. Por ejemplo, ante el miedo, algunos niños necesitan ser abrazadas para ser calmados. En cambio, otros prefieren hablar, jugar, caricias, etcétera. Los niños siempre necesitan de un adulto significativo que les heterorregule para devolverles a la calma. Es importante que el niño no obtenga la calma o la tranquilidad de un elemento externo como pueden ser los móviles o la televisión sino de un adulto sensible y responsable.
  6. Asco: el asco es una emoción de defensa en donde rechazamos aquel estímulo, situación o persona que es nociva o potencialmente peligrosa para nosotros. Por ejemplo, podemos sentir asco hacia las serpientes, determinadas comidas y también hacia algunas personas. El hecho de sentir asco nos aporta una información valiosa que debemos atender. Si piensas en algo que te dé mucho asco, verás cómo nos contraemos y cerramos todos los orificios del cuerpo.
  7. Sorpresa: los niños se sienten sorprendidos cuando algo del ambiente choca con sus expectativas o rompe con lo esperado. Es muy sencillo sorprender a los niños pues muchas cosas les llaman la atención por el simple hecho de que las desconocen. Sorprender a nuestros hijos y alumnos ayuda a que se muestren interesados por aprender, motivo por el cual sus niveles atencionales serán mayores.
  8. Curiosidad: a diferencia de la sorpresa, la curiosidad es una emoción que nace de dentro del niño. Es la propia necesidad de explorar e investigar la que hace que el niño curiosee el entorno en el que está. La curiosidad es la emoción que permite que desarrollemos su autonomía, uno de los pilares básicos del apego seguro. Debemos fomentar la curiosidad de nuestros hijos siempre y cuando no entrañe ningún peligro.
  9. Vergüenza: en mi humilde opinión, la vergüenza es una emoción básica, no por el hecho de que vengamos a este mundo con la capacidad de sentirla, puesto que esto no es así, sino porque es la consecuencia de una baja autoestima y autoconcepto. Los niños no suelen mostrar vergüenza hasta los 2-3 años. Si el autoconcepto y la autoestima están muy dañados, es probable que el niño sienta vergüenza en diferentes contextos, manifestando pobre confianza en sus posibilidades.
Más información
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Los siete pasos para hacer de tu hijo un experto emocional

En conclusión, todas las emociones son imprescindibles para la supervivencia, tanto las agradables como las desagradables, pues nos dan información del entorno en el que nos movemos. Es por ello por lo que debemos hacer el esfuerzo de ser conscientes de las emociones que estamos experimentando en cada momento, o lo que es lo mismo, pasar las emociones del sistema límbico (estructura automática e inconsciente) a la corteza prefrontal (zona del cerebro voluntaria y consciente). Tengamos en cuenta también que todas las emociones son subjetivas, motivo por el cual deben ser normalizadas, legitimadas y tenidas en cuenta por los adultos de referencia. Cuando los niños experimentan una emoción intensa, necesitan de un adulto significativo que les ayude a regresar a la calma pero pasando previamente por la legitimación de la emoción. Por lo tanto, primero permitir y legitimar la emoción y, posteriormente, un vez que el niño esté en calma, ya podemos dar explicaciones y buscar soluciones presentes o futuras a la situación o emoción planteada.

Rafa Guerrero es psicólogo y doctor en Educación. Director de Darwin Psicólogos. Autor de los libros “Educación emocional y apego. Pautas prácticas para gestionar las emociones en casa y en el aula” (2018), “Cuentos para el desarrollo emocional desde la teoría del apego” (2019) y “Cómo estimular el cerebro del niño” (2020).

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