Doce estrategias para educar a los niños en inteligencia emocional
El desarrollo de las habilidades personales es una postura fundamental para el bienestar personal y el éxito en la vida profesional y académica, Se puede empezar a nutrir desde los dos años de edad
Nos encontramos inmersos en plena pandemia con diversas medidas restrictivas y de privaciones. El desarrollo óptimo de las habilidades personales desde la infancia es una postura fundamental para el bienestar personal y el éxito en la vida profesional y académica. “En la actualidad, el mundo de las emociones empieza a integrarse cada vez más en del currículum académico de los centros educativos. Puede alfabetizarse en emociones desde los tres a cuatro años”, declara Mauro Santos, director del centro NENOOS en Ourense y Lugo Sur (Galicia). Y añade: “Si no somos conscientes de la importancia de su desarrollo e inclusión en el día a día de las escuelas y familias, nuestros niños perderán una gran oportunidad para gestionar sus emociones y las de los demás”.
El equipo de NENOOS sigue trabajando para los niños, para reforzar los contenidos escolares y para que durante la Navidad disfruten de actividades lúdicas y educativas, con un estricto protocolo frente a la covid-19. “Somos seres emocionales por naturaleza. Las emociones se encuentran en todos los ámbitos de nuestra vida, por tanto, no podemos reprimirlas. La clave está en buscar el equilibrio entre razón y emoción”, sostiene Santos. “Creemos en una inteligencia múltiple que se puede educar, varias inteligencias o capacidades que se pueden entrenar y mejorar, entre ellas la inteligencia emocional. Esta se centra en la gestión, con consciencia y conciencia, de las emociones y puede trabajarse con los niños desde que nacen”, manifiesta el también docente.
Santos clasifica dos inteligencias muy ligadas con la emoción:
- La intrapersonal: Es la capacidad de ver con realismo y veracidad cómo somos y qué queremos y entender cuáles son nuestras prioridades para así actuar en consecuencia.
- La interpersonal: Es la capacidad de entender a otras personas, de interactuar o empatizar con ellas. Quienes poseen una alta inteligencia interpersonal suelen tener muchos amigos y mantienen enriquecedoras relaciones.
Desarrollar la inteligencia y gestión emocional en los niños
Las emociones más comunes son: la ira, el miedo, la tristeza, la sorpresa, el asco o la alegría. Otras aparecen por la vivencia prolongada de las básicas o por la combinación de las mismas (diversión, anticipación, desprecio, vergüenza…). Se puede trabajar la gestión en los niños desde los cuatro años. “Algunas nos causan malestar o dolor. Puede parecer que las hay positivas y negativas. Si ahondamos más, en realidad no hay emociones negativas, porque es adecuado sentirte triste cuando sufres una pérdida o ira ante una situación de injusticia. Sería inapropiado sentirte alegre cuando te dan una mala noticia, esto es, todas las emociones pueden ser adecuadas o no, en su justa medida y dependiendo del contexto en el que nos encontremos. Muchas veces el niño no sabe cómo expresar determinada emoción y se bloquea y enfada”, refiere el profesional.
Para Santos, “el primer paso para poder desarrollar la inteligencia emocional de los niños es que los padres y educadores seamos conscientes de la importancia que tiene”. “Debemos servir como ejemplo positivo de aquello que intentamos inculcar, siendo los primeros en gestionar nuestras emociones con inteligencia y autocontrol para que los niños nos imiten”, prosigue el experto en habilidades sociales.
Will Glennon, escritor, en su obra La inteligencia emocional de los niños, manifiesta que lo más importante es estar ahí para ellos (manteniendo “intactos sus recursos emocionales”), apoyarles y hacerles sentirse queridos para que lleguen a ser buenas personas. Mauro Santos comparte una serie de reflexiones y propuestas para inculcar, fomentar y lograr que los niños desde dos años expresen y desarrollen de un modo entretenido, las emociones más básicas. Otras como la asertividad, la empatía o la escucha activa lograrán aplicarlas a partir de los ocho años:
- Juegos con el espejo y reconocimiento facial: Nuestra cara es el principal medio por el que transmitimos nuestro estado de ánimo. Con estos juegos pueden reconocerse en fotografías o dibujos e incluso en nuestros rostros. Para niños más mayores, desde 6 años, podemos ir un paso más allá y preguntar ¿cómo se siente? (haciendo referencia al dibujo/foto). A continuación, se le pide que imite la cara que ve en la foto y que responda a: “Yo también me siento..., cuando...”.
- Cuentos e historias: Para trabajar las emociones en niños de más de 6 años, podemos recurrir a cuentos o historias y después realizar preguntas sobre ellos acerca de lo que sienten los personajes o qué sentirían ellos en el lugar de dichos personajes. “El monstruo de colores”, de Anna Llenas, ayuda a relacionar cada emoción con un color. O “La rabieta de Julia”, de Beatriz Montero, trata el enfado.
- Juegos cooperativos y comunitarios: El sentido de pertenencia a un grupo, sentir que todos trabajamos por un mismo fin, nos ayudará a desarrollar habilidades sociales básicas para una vida plena en sociedad. Además, sentirnos importantes donde estemos nos da autoestima y nos empodera.
- Aulas con movimiento: Las personas también aprendemos a través de nuestro cuerpo, y el movimiento libre es fundamental para muchos niños con un gran desarrollo o predominio de la inteligencia kinestésica (capacidad por la cual se pueden expresar sentimientos mediante el cuerpo).
- APP: Jugar con app sobre emociones y estados de ánimos con los pequeños de una forma controlada. Es uno de los medios para llegar a un fin: La inteligencia emocional.
- Espacios de diálogo bidireccional y a “ras de suelo”: Sentirte escuchado resulta gratificante. La ya conocida “Asamblea” es una herramienta superútil para hablar, escuchar, imitar y generar conciencia comunitaria.
- Técnicas y juegos específicos de gestión emocional y relajación: Lograr sacar de cada clase 10 minutos es suficiente para poder instaurar una rutina de trabajo personal, focalización de la atención e introspección.
- Comunicación alentadora y no alabadora: Cuando se alienta se puede poner atención al esfuerzo y la mejoría, no simplemente al éxito. Esto fortalece la autoestima y estimula.
- Buscar las ideas que llevan a actuar y no solo atender al resultado o conducta inadecuada: Escapar del “perdón” o “castigo” sin más y desarrollar el diálogo sincero con los niños para investigar el porqué del comportamiento y su respuesta. Confianza, amor y aceptación.
- Empatía y asertividad desde infantil: La imitación es aceptación. Las emociones se contagian.
- Disciplina y límites con firmeza, pero con sensibilidad: Necesitamos saber a dónde podemos llegar y desde dónde comenzar.
- Utilizar las consecuencias naturales de los actos o conductas: Muchas veces como educadores solo tenemos que ser espectadores y no tomar parte. “Si juegas con el balón con demasiada energía es posible que se quede en el tejado. Si se queda en el tejado, lo natural es que hasta que podamos subir al tejado para cogerla, no podremos jugar con la pelota.”
Es necesaria una comunicación fluida entre educadores y familias: “Los niños pueden interiorizar la Teoría del cerebro triuno de Paul MacLean, deben saber que cosas pasan dentro de ellos, poner nombre a esas sensaciones físicas de bienestar o malestar”, remata Santos.
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