Límites en casa: poner no es lo mismo que imponer
Para el establecimiento de normas se necesitan tres cosas: seguridad, responsabilidad y constancia. Seguirlas no significa ser autoritario, sino proporcionar una estructura que ayude a los menores a entender las consecuencias de sus acciones y fomentar su desarrollo


Cuándo hablamos de límites, poner no es lo mismo que imponer. Y esta es la primera regla. Poner normas implica encontrar un equilibrio entre dos binomios: firmeza y flexibilidad, y autoridad y empatía. Y es este enfoque el que ayuda a los niños y niñas a sentirse seguros y protegidos, al mismo tiempo que fomenta la confianza y el respeto entre ambos, adulto y menor.
Pero la pregunta siempre es la misma ¿Y esto cómo lo hacemos? Os voy a enseñar a poner límites de forma adecuada, firme y respetuosa en estos cinco puntos.
1. Tranquilidad y entender la importancia de los límites
El primer paso es mirarse a uno mismo. Entenderse. Reflexionar un poquito. Como padres y madres también nos hemos criado con límites y hemos entendido lo que está bien y lo que está mal para desarrollar habilidades de autocontrol y responsabilidad. Esto quiere decir lo siguiente: relax. Si la humanidad ha llegado hasta aquí, no vamos a inventar ahora los límites. Así que punto uno: relajación, veamos los límites como una oportunidad de aprendizaje y no como una situación conflictiva. Los límites dan seguridad. Los niños y niñas necesitan saber que pueden confiar en sus progenitores para guiarlos y protegerlos de situaciones que pueden ser peligrosas o inapropiadas. Y esto es algo que les da un sentido de estabilidad crucial para saber entender reglas sociales y adaptarse a diferentes contextos. Así que dos cosas para empezar: tranquilidad y seguridad. Un padre relajado y seguro vale por dos.
2. La importancia del “no”
Uno de los aspectos más importantes al poner límites es la claridad. Hacerlo de forma ambigua no ayuda. Los menores necesitan saber exactamente qué se espera de ellos. Las reglas deben ser simples, concretas y, además, adecuadas a su edad. Por ejemplo, si una regla es “No escupir en el suelo del salón” (a mi hijo le ha dado por esto), los padres tenemos que asegurarnos que entienda lo que implica esta norma y por qué es importante respetarla. En este sentido no hay atajos y la consistencia es fundamental. No hay otra opción ni varitas mágicas. Tenemos que ir partido a partido. Educar es ensayo y error, es presente, por lo que los límites deben ser aplicados de manera constante para que sean interiorizados. Si un límite se flexibiliza en ciertas circunstancias puede crear confusión y abrir la puerta a algo que a nuestros hijos les encanta: llevarnos la contraria. Por ejemplo, si unas veces permites a tu hijo ver la televisión durante la hora de la cena y otras veces no, directamente le estás invitando a que se comporte de manera inadecuada (rabietas) para conseguir cenar viendo la tele. Sé que ser firme cuesta, pero un padre firme vale por dos.
3. Usar el refuerzo positivo
Poner límites no tiene que ser sinónimo de castigos severos. De hecho, el refuerzo positivo es la herramienta más eficaz y que más debes usar para mantener y potenciar conductas adecuadas. Reconocer y alentar los comportamientos positivos de los hijos e hijas les ayuda a entender qué acciones son las que se esperan de ellos. Elogiar el buen comportamiento refuerza la confianza en sí mismos y fomenta una actitud respetuosa. Lee atentamente: hazlo siempre. Refuerza siempre. No seas tacaño con los reforzadores. Por ejemplo, si un niño sigue una norma común de convivencia como no interrumpir cuando alguien está hablando es importante reforzar esa conducta con un elogio, por ejemplo “¡Muy bien, me ha gustado mucho que hayas esperado tu turno para hablar! Te lo agradezco”. ¿Por qué esto es fundamental? En la crianza se ha puesto de moda lo “intrínseco”, que las cosas salgan “de dentro”. Pues no. El ser humano funciona justamente al revés. De fuera hacia adentro, no de dentro hacia afuera. Es más, es muy difícil que, sobre todo los más pequeños, trabajen con reforzadores intrínsecos, por lo que es crucial que los escuchen una y otra vez para poco a poco ir interiorizando estas reglas verbales e ir construyendo su personalidad. Si consigues hacer esto, ser reforzante, eres el padre del año.

4. No tengas miedo a la palabra castigo
La palabra castigo es como cualquier otra. Lee atentamente esto: un castigo es algo que sirve para reducir la frecuencia, intensidad, duración o latencia de una conducta. Nada más. Lo importante: no usar el castigo para hacer daño o hacer sufrir. Si tu hijo no cumple un límite es normal que tenga un coste. No eres un agente comercial, eres padre. Deja la verborrea de las emociones para otro momento, no tienes que estar convenciendo a tu hijo constantemente de algo. Es contraproducente y no ayuda, por ejemplo, a manejar la frustración porque continuamente les estás dando explicaciones. Simplemente, ten claro lo siguiente: las reprimendas como consecuencia no deben ser nunca punitivas ni humillantes, sino una oportunidad para que el niño reflexione sobre sus acciones y entienda la importancia de respetar las normas. Por lo tanto, en lugar de recurrir a castigos severos, o aburrirle con un discurso emocional que no sirve para nada, es más interesante y eficaz eliminar un reforzador. Por ejemplo, si tu hijo no recoge sus juguetes el coste de no hacerlo sería que no pueda jugar con ellos al día siguiente. De esta manera, el niño experimenta una relación directa entre su comportamiento y la consecuencia, lo cual facilita la comprensión de la importancia de recogerlos. Por supuesto, la conducta de recoger los juguetes tiene que ser reforzada inmediatamente cuando aparezca, para que se mantenga y se anime a recogerlos. Recuerda el tercer punto: constancia.
5. Escuchar y ser empático
La nueva moda… o no tanto. El lenguaje es fundamental cuando se trata de poner límites. Nunca podemos olvidarlo. El diálogo y la escucha son esenciales para mantener una relación de respeto mutuo. ¿Estamos dispuestos a escuchar las razones detrás de un comportamiento y abordar alternativas o preocupaciones que nuestros hijos e hijas puedan tener? El diálogo, las reglas verbales, son una herramienta muy poderosa para ayudar a reflexionar sobre el propio comportamiento y encontrar maneras de mejorar. Por lo tanto, los padres debemos ser modelos de comportamiento y coherencia de acuerdo con los límites que ponemos y esperamos que cumplan los hijos. Y esta coherencia entre lo que decimos y hacemos es esencial para el éxito del establecimiento de límites. Si nosotros boicoteamos las reglas porque “esas reglas no son para los mayores”, los menores difícilmente aprenderán a respetarlas. Por tanto, esfuérzate por ser un buen modelo de comportamiento verbal basado en lo siguiente: no des la chapa, no te saltes tus propias normas y no te tires todo el día hablando de emociones.
Poner límites de manera responsable y no punitiva es una de las prácticas más importantes y difíciles durante la crianza. Por eso, si eres padre o madre con hijos en edad escolar, no necesitas consejitos de influencers para poder trabajar bien las normas. Necesitas tres cosas muy básicas: seguridad, responsabilidad y constancia. Al poner límites desde estos tres pilares aportarás dos más: coherencia y consistencia.
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