La importancia del refuerzo con niños difíciles: ¿por qué los castigamos? ¿Cuál es el detonante?
Conocer qué pasaba antes y no quedarnos solo con lo que vemos, con lo que nos molesta de esa conducta presente, nos va a ayudar a hacer una buena evaluación y a facilitar la intervención
¿Qué significa esto de reforzar? Cuando hablamos de refuerzo es interesante darse una vuelta por el pasado para ver de dónde sale algo que hemos integrado en nuestro lenguaje cotidiano desde hace mucho tiempo. Allá por los primeros años del siglo XX, Edward Thorndike formuló la ley del efecto por la que una conducta que es reforzada tenderá a mantenerse o repetirse a lo largo del tiempo. Pero, por el contrario, una conducta que es sancionada y que recibe un estímulo aversivo, tenderá a extinguirse o desaparecer o, lo que es lo mismo, que su ocurrencia será menor.
Y así nos pasamos muchas veces -lo de muchas es porque son muchas-, reforzando o castigando para mantener o reducir y eliminar la aparición de ciertas conductas sin saber muy bien por qué ni cómo lo hacemos. ¿Cuántas veces nos han hecho esto nuestras madres y padres? Muchas. ¿Sabían quién era Thorndike? Probablemente no. Hacían esto forma instintiva, ya fuera por su historia de aprendizaje o porque desconocemos otras alternativas para tratar de realizar cambios en la conducta de un niño o una niña.
Para llevar a cabo de forma adecuada este tipo de intervención, necesitamos tener control sobre un aspecto fundamental del proceso de aprendizaje: el contexto en el que queremos generar este cambio. Teniendo control sobre el contexto podemos generar un ambiente en el que sea propicio el refuerzo y que, por lo tanto, tenga significancia no solo para quien lo recibe sino también para quien lo pone en práctica y que ambos se aprovechen de sus beneficios.
No podemos olvidar que somos animales sociales y que nuestras relaciones no se basan solo en ser reforzados o castigados, sino que necesitamos seguridad, vínculo y sentir un espacio como propio que facilite tanto la socialización como el aprendizaje.
Tenemos entonces tres ingredientes fundamentales para poder generar cambios tanto en casa como en la escuela: la conducta, el refuerzo y el ambiente. O, lo que es lo mismo, el estímulo que hace que se produzca una conducta, el organismo que es quien actúa y decide, y el ambiente que lo condiciona.
¿Qué pasa si queremos modificar una conducta en un entorno difícil? ¿Qué pasa si nos ponemos a gritar para hacer que se genere un cambio? ¿Qué pasa si no tenemos un buen vínculo o dejamos de lado emociones y sentimientos que pueden ayudar a generar ese cambio?
Antes de actuar sobre una conducta, pongamos por ejemplo un niño que se levanta continuamente de la silla a la hora de comer, debemos tener presentes dos aspectos: por un lado, identificar cuáles son los estímulos que actualmente controlan la conducta que queremos modificar y sustituir por otra adecuada, y por otro lado, debemos tener en cuenta los reforzadores que están manteniendo dicha conducta inadecuada.
Si sabemos identificar estos reforzadores para eliminarlos o sacarlos del ambiente en el que estamos, sería un primer paso muy importante para hacer que pierdan fuerza y no sean tan influyentes. Muchas veces eliminando estos reforzadores hacemos que la conducta se reduzca, pues deja de existir el disparador que la pone en marcha. Por ejemplo, si se levanta porque quiere coger un juguete, antes de regañarle o sancionable es mejore hacer desaparecer ese reforzador (juguete) para que se centre en la comida.
Pero es importante también preguntarnos por los antecedentes que han hecho que esa conducta apareciese. ¿Qué pasaba antes? ¿Cuándo empezó a levantarse? Conocer qué pasaba antes y no quedarnos solo con lo que vemos, con lo que nos molesta, con la conducta presente, nos va a ayudar a hacer una buena evaluación y a facilitar la intervención.
Seguimos entonces añadiendo ingredientes a nuestro análisis para modificar una conducta inadecuada: los antecedentes. Así que tenemos antecedentes, estímulo, organismo que responde al estímulo, respuesta y ambiente.
¿Podemos tener control sobre estos aspectos para no tener que poner en marcha sanciones? Sí.
Analizar bien una situación es muy interesante para entender también qué errores hemos cometido como padres o profesionales para poder hacer una buena intervención sin empezar por la parte punitiva, que además no ayudará a reforzar conductas adecuadas, ya que las vamos a obviar si nos centramos únicamente en la sanción.
Ir directamente al castigo también enseña que la sanción es el primer recurso y que luchar contra la sanción, en vez de pensar y reflexionar, es la respuesta. Por tanto, pasar del blanco al negro y generar un conflicto innecesario va a agravar el problema.
Nadie cambia de golpe, y buscar un cambio también es saber utilizar el tiempo. Por eso y para que la situación no se nos vaya de las manos debemos empezar por el principio: saber qué pasaba antes y por qué pasa ahora. Castigar como reacción y sin reflexión solo enseña a eso, a reaccionar y no reflexionar, y eso es justo lo que no queremos.
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