El éxodo de los intelectuales
Por el momento, Chile se encuentra en buen camino: el candidato de extrema derecha Johannes Kaiser fue por estos días apaleado por moros y cristianos debido a sus juicios temerarios sobre vacunas
Desde el primer día del segundo mandato de Donald Trump, las universidades y la ciencia han estado bajo asedio en Estados Unidos. El nombramiento de un anti-vacunas, Robert Kennedy Jr. (RFK, ni más ni menos que el hijo del senador demócrata Robert Bobby Kennedy, asesinado en 1968) a la cabeza de la secretaría de Salud y Servicios Humanos, fue el preludio de la tónica anti-intelectualista y de oposición a la ciencia que está marcando la doctrina de la Casa Blanca.
El paralelo oscurantista con el auge del nazismo en la Alemania de la década del treinta del siglo veinte es impresionante: en su último libro, Les irresponsables: qui a porté Hitler au pouvoir?, Johan Chapoutot ofrece muy buenas razones para tomar en serio el paralelismo histórico, sin desconocer las diferencias entre épocas. Si durante algunos años el gran historiador Robert Paxton se resistió a caracterizar el movimiento MAGA (Make America Great Again) y al partido Republicano como fascistas, hoy son pocos los historiadores que dudan sobre la pertinencia del calificativo. Por mi parte, después de haber vacilado en honor a la precisión del lenguaje, tampoco tengo dudas que nos encontramos en presencia no solo de un gobierno, sino de un régimen neofascista, en donde la convergencia ideológica de los tres poderes no solo socava la protección institucional del pluralismo político y cultural de los Estados Unidos, sino que avanza en una forma inédita de totalización del poder (el macartismo y su política de caza de brujas palidecen ante lo que estamos presenciando).
Pues bien, en las últimas semanas hemos visto el inicio del éxodo de intelectuales que, literalmente, están escapando de Estados Unidos. Los primeros en hacerlo fueron Timothy Snyder y Marci Shore, ambos historiadores reputados. Por estos días se sumó Jason Stanley, quien explica su partida desde la Universidad de Yale a la Escuela Munk de Asuntos Globales y Políticas Públicas de la Universidad de Toronto por tener “miedo de ser blanco del gobierno”: esta escuela planea “crear el principal centro del mundo para defender la democracia”. El miedo de Stanley no es un delirio, sino un sentimiento fundado del filósofo judío-estadounidense, cuyo libro Cómo funciona el fascismo y, sobre todo, Erasing History (de 2024) aborda la naturaleza fascista de Trump, exponiéndolo a todo tipo de represalias: “creo que ya somos un régimen fascista”, sostiene Stanley en una entrevista con BBC Mundo.
Para quienes tenemos la oportunidad de interactuar con colegas estadounidenses, el mundo de Trump es aterrador y hay que tomarlo muy en serio. En su Gobierno hay, de verdad, una amenaza civilizacional cuya potencia es tanto más aterradora cuanto más se considera el origen democrático y popular de su liderazgo. El gran problema con la calificación del Gobierno de Trump y su régimen en plena gestación es la naturaleza de los adjetivos que estamos obligados a emplear. Si los términos que tenemos a mano están cargados de historia y subjetividad (calificar a un gobierno de fascista no es banal) y arriesgan con ser ineficientes ante un público que no sabe mucho de lo que ocurrió hace poco menos de cien años, el vocabulario más blando (del tipo democracias iliberales) es demasiado vago (aunque conceptualmente más exacto) para describir a Trump y sus epígonos. Esto quiere entonces decir que tenemos un grave problema de vocabulario, por pesadez o por blandura, por historia dura o por presente blando para nombrar la realidad. En tal sentido, los historiadores tienen una ventaja sobre el resto de las ciencias sociales, ya que su escritura más literaria tiende a ser más eficiente para nombrar la realidad.
Lo anterior no sería nada si a estos problemas de vocabulario y descripción no se sumaran políticas federales orientadas a someter a las universidades. El ejemplo de la Universidad de Columbia es dramático: en el peor de los atentados a la libertad académica y de expresión, el gobierno intervino un departamento de esta casa de estudios a punta de condicionamientos del financiamiento de varios de sus contratos por un monto del orden de los 400 millones de dólares. El resultado fue aceptar el sometimiento.
El asedio a la ciencia no se detiene. Hace un puñado de días, 2.000 investigadores de Estados Unidos publicaron una carta de auxilio al mundo: “compartimos diversas convicciones políticas, pero como investigadores, estamos unidos en el deseo de proteger la investigación científica independiente. Enviamos este SOS para lanzar una advertencia clara: la actividad científica del país está siendo diezmada”.
Son demasiadas las razones para no dudar en calificar al régimen (no solo al gobierno de los Estados Unidos) de neofascista, lo que significa que Donald Trump es, lógicamente, un líder neofascista. No hay más tiempo para que la academia global dude en nombrar con todas sus letras al gobierno de los Estados Unidos: la reflexividad científica es sumamente relevante, pero hay un momento en que hay que tomar posición con las armas de la ciencia. Esto tendrá un correlato político para los Estados y sus gobiernos: si bien las normas de buena conducta diplomática deben ser la tónica, ya no son aceptables los juicios cargados de mala fe del vicepresidente de los Estados Unidos J.D. Vance, quien con soltura olímpica acusó a Europa de ser el origen del problema de la democracia, al no garantizar una definición de pluralismo acrobático en el que todas las opiniones son igualmente válidas, desde el terraplanismo al juicio del astrónomo.
Chile se encuentra en el inicio de una campaña presidencial. Hasta ahora, lo que se discute son temas de provincia. Pronto aflorarán los verdaderos temas de futuro inmediato, en donde juega un rol fundamental el lugar que ocupa la verdad de la ciencia en la deliberación pública. Por el momento, Chile se encuentra en buen camino: el candidato de extrema derecha Johannes Kaiser fue por estos días apaleado por moros y cristianos debido a sus juicios temerarios sobre vacunas, lo que se ha traducido en un declive en las encuestas. Esto nos habla de un pueblo chileno alerta: nada garantiza que esta vaya a ser la tónica de la campaña. Hasta ahora, los medios de prensa (altamente influenciados por quienes son sus propietarios) han editorializado las posturas de derechas sobre todos los males del mundo. Ya veremos cómo reaccionarán ante políticas de la no verdad provenientes de un mundo que se alimenta del movimiento MAGA y de Trump.
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