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Ucrania o el reto de que la ampliación de la UE no acabe en un callejón sin salida

La Unión deberá afrontar en la próxima legislatura reformas para dar cabida al país agredido por Rusia y a otros candidatos como Moldavia, Georgia y los países de los Balcanes occidentales

Von der Leyen y Zelenski
La presidenta de la Comisión Europa, Ursula von der Leyen, con el mandatario ucranio, Volodímir Zelenski, el 9 de mayo en Kiev.SERGEI SUPINSKY (AFP)

La invasión rusa ha puesto en riesgo la existencia de Ucrania y, al mismo tiempo, ha vuelto a colocar en primer plano la adhesión a la Unión Europea. La agresión de Moscú ha terminado de convencer a la población ucrania de que su futuro pasa por integrarse en la Unión: en los años previos a la guerra el apoyo a este paso era inferior al 60%; en enero pasado se elevaba al 84%, según el instituto de estudios políticos Razumkov. En Bruselas, la primera guerra a gran escala entre Estados en el continente desde la II Guerra Mundial ha derribado muros sobre la ampliación que horas antes de aquel 24 de febrero de 2022 en el que comenzó la invasión parecían infranqueables: a los cinco días, el Parlamento Europeo aprobó una declaración apoyando su ingreso, y la Comisión Europea ya se plantea fórmulas como una integración gradual que venza la resistencia de los países miembros más reticentes y dé certeza a los aspirantes de que sus pasos son recompensados.

La solidaridad con el país agredido ha impulsado un proceso que vivió su último capítulo significativo el pasado diciembre, cuando se acordó abrir las negociaciones para la adhesión. El movimiento ha beneficiado, de rebote, a Moldavia, Georgia y a los países de los Balcanes occidentales (Serbia, Bosnia, Montenegro, Macedonia del Norte, Kosovo y Albania) que, en algunos casos, llevan años con el estatus oficial de candidatos pero con el camino de entrada bloqueado. “Acogemos con satisfacción la renovada atención de la UE al proceso de ampliación debido al brusco y peligroso deterioro del panorama geopolítico tras la agresión rusa a Ucrania. Ha sido una llamada de atención para hacer más, más rápido y de forma diferente”, asume el embajador de Albania ante la Unión, Ferit Hoxha, por correo electrónico.

Esa “renovada atención” se demuestra de forma definitiva en las conclusiones del Consejo Europeo, pero también tiene continuidad en la cantidad de debates, conferencias y documentos que se producen en los últimos tiempos sobre la ampliación. “Somos como el canario en la mina”, dice con un punto de ironía Ignacio Molina, investigador principal del Instituto Elcano.

Uno de esos documentos, encargado por Francia y Alemania, se ha convertido en la referencia. En él se habla de cómo preparar a la UE para la entrada de esos nueve Estados (Turquía es candidata oficialmente, pero nada más). Se plantea agilizar los castigos sobre los países que erosionen el Estado de derecho; ampliar los temas en los que los Veintisiete puedan tomar decisiones por mayorías cualificadas y reducir los que requieren unanimidad, incluso en política exterior; armonizar leyes electorales. “Tanto la UE como los futuros Estados miembros deben estar preparados ante la perspectiva de la futura ampliación de la Unión”, se lee en la declaración que los líderes de la UE aprobaron en el Consejo que se celebró en Granada el pasado octubre.

2030, fecha simbólica

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, planteó que en la legislatura que empieza el 9 de junio debe prepararse a la UE para acceder a los nuevos miembros. Y puso la fecha simbólica de 2030. Pero recorrer ese camino no va a ser fácil. “La guerra creó el momentum. Hay unanimidad en abrir la negociación, pero no en que vayan a ser miembros”, advierte Molina, que ve difícil que la Hungría del ultranacionalista Viktor Orbán renuncie a reducir los temas en que los que se requiere unanimidad ―al fin y al cabo, la usa para amenazar con vetos recurrentemente―.

Pero las fuerzas ultranacionalistas y euroescépticas avanzan y eso amenaza con llevar el proceso, de nuevo, a un callejón sin salida. En Francia, donde el presidente Nicolas Sarkozy incluyó en la Constitución que cualquier nuevo ingreso de un país en la UE debía aprobarse en referéndum, las posibilidades de que Marine Le Pen llegue al poder crecen día a día y hay pocas dudas de que eso dificultaría mucho los siguientes pasos. En Países Bajos, el nuevo Gobierno, en el que la fuerza mayoritaria es la del extremista Geert Wilders, está a punto de tomar posesión. Fue allí precisamente donde una consulta popular rechazó el acuerdo de Asociación de la UE con Ucrania en 2016.

Para evitar que se repita lo sucedido en la pasada década con los Balcanes occidentales, otro documento, este del Instituto Bruegel, plantea entre otras cosas que desde Bruselas y los Estados miembros se ofrezcan compromisos claros y una senda de negociación y acceso creíble para los países candidatos. A ellos se les exigen reformas, asumir el acervo legal comunitario, reforzar la lucha contra la corrupción y el Estado de derecho... y tiene que haber alguna recompensa para no crear frustración. “No es ningún secreto; el propio primer ministro albanés, Edi Rama, ha expresado su frustración por un proceso increíblemente lento, a menudo enterrado en una niebla burocrática, teniendo como telón de fondo una evidente falta de voluntad política por parte de los Estados miembros de la UE. Diez años después de que Albania obtuviera el estatus de candidato [...], todavía no se ha abierto ningún capítulo. Esto es muy lamentable. Aunque no lo consideramos un tiempo perdido, ya que hemos continuado con nuestro programa nacional de reformas”, explica el embajador Hoxha.

Riesgo de frustración

Sobre el riesgo de frustración de los candidatos, Oksana Mishlovska, investigadora en el Instituto de Historia de la Universidad de Berna, advierte: “Las altas expectativas sobre la adhesión a Europa pueden llevar a un desencanto”. Una encuesta del centro demoscópico Rating asegura que un 56% de los ucranios están convencidos de que en menos de cinco años ya formarán parte de la UE, un plazo cortísimo para los tiempos de la Unión. “Ahora veo un entusiasmo en Ucrania por acceder a la UE, pero todavía existe el sentimiento de que no formamos parte de la hermandad europea porque hasta la guerra se nos negó esta opción”, afirma Leo Litra, investigador del centro de estudios políticos ucranio New Europe.

“Hay políticos en Ucrania que no están gestionando bien estas expectativas”, reconoce Litra, “pero hay muchos condicionantes que van más allá de los méritos del país candidato para ser aceptado, cuestiones internas en la UE que frenan el proceso, como ha sucedido con Montenegro”. Si el proceso de adhesión durara más de siete años, indica el experto de New Europe, el sentimiento proeuropeo en Ucrania caería de forma preocupante. Litra subraya que las elecciones al Parlamento Europeo son importantes porque esta institución ha servido en muchas ocasiones “como un rompehielos en apoyo de Ucrania cuando los Gobiernos no se atrevían a defender ciertas medidas”. La posibilidad de que la extrema derecha sea segunda fuerza en la Eurocámara preocupa a Litra.

La combinación de retrasos y frustración puede llevar a dar pasos atrás, porque como advierte Mishlovska, hay conceptos consolidados en Europa que todavía quedan lejos de Ucrania: “Valores europeos como los gobiernos inclusivos, la reconciliación histórica o el respeto por las minorías nacionales son rechazados o no del todo aceptados. Y el debate democrático, un valor central en Europa, es visto en Ucrania como una debilidad”.

Aunque, por el momento, nadie piensa ni remotamente en Ucrania como uno de los países en los que se podrían dar pasos atrás en la integración, algo posible oficialmente en el proceso de adhesión desde 2020. Esa posibilidad apunta más bien a Serbia y, sobre todo, Georgia. La aprobación en Tbilisi esta misma semana de la ley de agentes extranjeros (inspirada en una rusa similar), haciendo caso omiso de las advertencias de la Unión Europea, de la OTAN y de las protestas de cientos de miles de georgianos, da argumentos para ello.

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