Los países europeos tratan de deshacerse del capital de Rusia en sus petroleras para evitar las sanciones por la guerra
La única refinería de Serbia, propiedad de una compañía controlada por el Kremlin, prevé cerrar esta semana por las represalias de Estados Unidos

Serbia suele abrazar con orgullo en su política exterior la doctrina de los “cuatro pilares”: mantener buenas relaciones, simultáneamente, con la Unión Europea, con Estados Unidos, con Rusia y con China. Pero ese delicado (y complejo) equilibrio entre aguas tan distintas es difícil de mantener en plena marejada geopolítica. El país balcánico se arriesga ahora a vivir su invierno más frío por el previsible cierre, este martes, de su única refinería de petróleo, víctima colateral de las sanciones de Estados Unidos a Rusia por la guerra de Ucrania.
Para evitar ese terremoto, el Gobierno de Serbia —como los de Hungría, Bulgaria o Rumania— trata de deshacerse a contra reloj del capital ruso presente en sus empresas petroleras, para eludir el golpe de las represalias estadounidenses. Un problema que afecta, en mayor o menor medida, a media Europa.
Tras la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, Serbia condenó el ataque de Vladímir Putin, pero se negó a sumarse a las sanciones occidentales contra Moscú. La tensión continuó en ascenso, y el pasado enero la Casa Blanca advirtió de que si la gran petrolera nacional serbia, NIS (Naftna Industrija Srbije), no se desprendía del capital ruso ―mayoritario en su accionariado―, aplicaría sanciones a la empresa para impedir que el petróleo siguiera financiando una guerra que va camino de cumplir ya cuatro años.
El presidente serbio, Aleksandar Vucic, logró hasta seis aplazamientos, pero el 9 de octubre las medidas empezaron a hacerse efectivas. Ahora, con el crudo invierno ya asomándose, la única refinería del país, situada en la ciudad de Pancevo (cerca de la capital, Belgrado) y propiedad de NIS, depende de una licencia de Washington para seguir garantizando el suministro nacional de gasolina y diésel al 80% de la población. Dos carburantes vitales para el transporte y algunas calefacciones.
Este domingo, Vucic confirmó que la licencia estadounidense no ha llegado y que, por tanto, la refinería cerrará este martes. “No puedo entender lo que los estadounidenses están haciendo. Lo digo abiertamente, no entiendo su lógica”, dijo Vucic a la televisión Informer. El presidente había pronunciado el pasado sábado un discurso televisado en el que trataba de calmar a los 6,5 millones de serbios y pedía tiempo a Washington. Había dado su palabra, por escrito, de que el dinero de Rusia saldría de NIS. “Solo necesitamos dar tiempo a la parte rusa”, dijo. Pero el anuncio de cierre ha llegado antes de que esa salida de capital ruso se haga realidad.
En la actualidad hay conversaciones abiertas por NIS con una empresa húngara y otras de Emiratos Árabes Unidos para vender la parte rusa. En caso de que no fructifiquen, el Estado serbio lanzaría una oferta para adquirir las acciones en manos de Gazprom, directamente controlada por el Kremlin, que posee más del 56% de la refinería. El Estado serbio roza el 30%; el resto se reparte entre pequeños accionistas.
Hungría, el principal aliado de Rusia en el seno de la UE, se ha apresurado a prometer ayuda a Serbia. Budapest también depende del crudo ruso para el abastecimiento interno de carburantes, para cuyo flujo acaba de conseguir una excepción a las sanciones de la Casa Blanca. El ministro húngaro de Relaciones Exteriores, Peter Szijjarto, viajó el miércoles a Belgrado, donde aseguró que aumentará sus exportaciones de petróleo y derivados.
Un problema generalizado
Serbia y Hungría no son los únicos países del entorno europeo que se están viendo obligados a dar una solución a los activos energéticos controlados por Moscú en su territorio. En Bulgaria, la petrolera rusa Lukoil tiene el 100% de Neftohim Burgas, la mayor y más moderna refinería de los Balcanes, y dos centenares de gasolineras repartidas por todo el país. Pasarán, casi con total seguridad, a manos privadas en las próximas semanas.
En Rumania, varios inversores occidentales se disputan estos días el control de la tercera instalación de procesamiento de carburantes más importante del país, Petrotel, también propiedad de Lukoil, que se está viendo forzada a deshacerse de todos sus activos internacionales. De no fructificar ese movimiento, tiene muchos visos de acabar en manos del Estado. Incluso Países Bajos, quinta mayor economía del euro y nación clave en la estructura de poder de la UE, tiene una patata caliente en la refinería de Zeeland, donde la petrolera rusa (45%) comparte capital con la francesa TotalEnergies (55%).
Mucho más ágiles fueron ―en esto sí― las autoridades alemanas e italianas, que en los albores de la invasión rusa de Ucrania forzaron a las petroleras y gasistas en la órbita del Kremlin a deshacerse de los activos que tenían en su territorio. La filial germana de Gazprom, que gestionaba grandes depósitos subterráneos de gas en ese país, acabó, por ejemplo, siendo nacionalizada para evitar males mayores.
Ases bajo la manga
A Serbia no le será tan fácil deshacerse de los activos rusos. Y Moscú no está por la labor de contribuir a la operación. Si Putin pretende evitar esa venta, dispone de al menos dos ases bajo la manga para presionar a Belgrado. Por un lado, su voto decisivo en la ONU respecto al no reconocimiento de Kosovo como Estado. Por otro, el factor económico, ya que Serbia se abastece casi en su totalidad de gas ruso ―a través del Turkstream, el único conducto que sigue transportando este combustible del país euroasiático a Europa occidental― a precios notablemente más bajos que los del gas natural licuado (GNL, el que viaja por barco y que suele ser bastante más caro).
Aleksander Milosevic, editor en la revista Nova ekonomija, explica desde Belgrado que Serbia se enfrenta a “una elección entre dos males”, y que resulta difícil saber “cuál sería peor”. Las sanciones de Washington “pueden obligar a importar gasolina a precios mucho más altos”. Pero Rusia podría dejar a Serbia “sin un contrato de suministro de gas a largo plazo, obligándolo a pagar mucho más”.
Milosevic remarca que, aunque Rusia no amenaza abiertamente a Serbia con precios más altos del gas, sí lo hace de forma indirecta: “Ha rechazado repetidamente extender el contrato de suministro a largo plazo que expira a finales de año. El Kremlin aprovecha así la posición vulnerable de Serbia para presionarla a no nacionalizar NIS”, indica.
Las sanciones estadounidenses agravan la situación del Gobierno de Vucic, debilitado desde el 1 de noviembre de 2024, cuando el derrumbe de una marquesina de la estación de tren de Novi Sad terminó con la vida de 16 personas. Aquella tragedia, en un edificio recién reformado, fue vista como un síntoma de la corrupción y desencadenó manifestaciones multitudinarias que reclaman elecciones anticipadas.
El movimiento estudiantil que organiza las protestas ha expresado en varias ocasiones su inclinación hacia los valores europeos. Mientras, las autoridades rusas han declarado su apoyo a Vucic. La base electoral del gobernante Partido Progresista Serbio (SNS, por sus siglas en serbio) no vería con buenos ojos un alejamiento de Rusia.
En cualquier caso, la ruptura total entre Belgrado y Moscú no parece probable. El Gobierno serbio sigue empeñado en integrarse en la Unión Europea, su mayor socio comercial. “Pero Vucic está alejando al país de los estándares de la UE”, subraya Milosevic, “especialmente en materia de libertades mediáticas, Estado de derecho y corrupción”. “Se ha vuelto cada vez más autoritario”, concluye.
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