Mucho que celebrar, mucho que temer
El alto el fuego en Gaza queda muy lejos de un plan de paz que haga a su artífice merecedor del Nobel


Solo un desalmado permanecería impasible ante el cese de los bombardeos sobre Gaza y la liberación de los rehenes israelíes. Sean cuales sean las circunstancias que han permitido lograrlo (con dos años de retraso y un enorme coste de vidas), hay motivo para celebrar. Sobre todo, por parte de los afectados. El resto (Gobiernos, mediadores, políticos, activistas, centros de estudios e incluso periodistas) haría bien en evitar el aplauso (a menudo autoaplauso) y empezar a trabajar para sortear la tormenta que anuncian los numerosos nubarrones en el horizonte.
Más allá del riesgo de incumplimiento por una de las partes (improbable mientras enfoquen las cámaras), hay graves problemas conceptuales en todo el proyecto. Para empezar, el marbete de “plan de paz” le viene grande al llamado Plan Integral del presidente Donald J. Trump para terminar con el conflicto en Gaza. En los 20 puntos del texto, lo único que se establece (y ya es meritorio dada la catástrofe sobre el terreno), es un alto el fuego con el intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos con una futura “reurbanización” (sic) y un proceso de diálogo, sin concretar objetivos ni plazos.
Numerosos analistas han subrayado la vaguedad del programa y el desequilibrio entre las partes, el Estado de Israel de un lado y la milicia palestina Hamás de otro. Señalan que el texto supone una capitulación para este grupo: una vez entregados los rehenes, solo cuenta con la palabra de los mediadores de que el Gobierno de Benjamín Netanyahu retirara al Ejército de ese territorio palestino. También resulta controvertida la frase “Hamás y otras facciones aceptan no tener ningún papel en el gobierno de Gaza, ya sea de manera directa, indirecta o de cualquier otra forma”.
Desde el principio de la guerra, el 7 de octubre de 2023 a raíz del ataque de Hamás, incluso las voces más críticas con Israel han aceptado que ese grupo no podría participar en el futuro de la Franja. No se reclama que las “bandas armadas” queden fuera de la legalidad, o que el monopolio de la fuerza se reserve a la autoridad internacionalmente reconocida en dicho territorio. Al singularizar a Hamás, se piensa sin duda en la milicia que lideró el atentado (tal vez más que una acción terrorista un crimen de guerra, como ha defendido en estas páginas el profesor Ignacio Sánchez-Cuenca).
Ese requisito plantea un doble problema. Por un lado, Hamás no es solo un grupo armado, sino también un partido político, una ideología e incluso un estado de ánimo para muchos palestinos sometidos durante décadas a la ocupación. Es decir, que aunque se ilegalice y se exilie a sus cuadros, quienes compartan sus postulados seguirán ahí, más radicalizados si cabe. Por otro, y esto redunda en lo anterior, se niega toda voz a los palestinos cuya opinión no se consulta y a quienes ni siquiera se menciona por su nombre hasta el punto 18 del plan. Su exclusión se ve además reforzada por las declaraciones del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, rechazando la participación de la Autoridad Nacional Palestina (la estructura protoestatal surgida de los Acuerdos de Oslo) en la eventual gestión de Gaza.
Por todo ello, está fuera de lugar el triunfalismo de Trump (“Esto es más que Gaza. Es la paz en Oriente Próximo”, declaró a la cadena Fox). Terminar con el conflicto en Gaza requiere más que un (muy bienvenido) alto el fuego en la Franja. Exige acabar con la injusticia que desde 1947 sufre la población palestina, a la que la ONU (es decir, la comunidad internacional con Occidente a la cabeza) prometió un Estado junto a Israel (UNSC, 181). Sin embargo, Netanyahu no solo rechaza esa posibilidad sino que ha aumentado la represión en el otro enclave palestino, Cisjordania, donde avanza la confiscación de tierras. Tal vez quien apadrine con éxito un laborioso trabajo diplomático de persuasión/presión a israelíes, palestinos y vecinos, en un compromiso sostenido en el tiempo y que respete la dignidad y la seguridad de todos, se haga un día acreedor del Nobel. De momento, está muy lejos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
