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Dos conservadores y un moderado pugnan por presidir Irán tras la muerte en accidente de Raisí

Los críticos ven en la candidatura del reformista Masoud Pezeshkian un intento del régimen de aparentar apertura y luchar contra la alta abstención en las elecciones del viernes

Masoud Pezeshkian
Un gran póster con la imagen del candidato Masoud Pezeshkian, en la sede de su campaña en Teherán el 25 de junio de 2024.Majid Asgaripour (via REUTERS)

“Por bailar en las calles”, “por cada vez que tuvimos miedo de besar a nuestros amantes” y “por las mujeres, la vida y la libertad”. Cada una de las estrofas de la canción Baraye (“por” o “porque” en español), del músico iraní de 26 años Shervin Hajipour, comienza con un “por” que habla de resistencia ante un derecho vetado en Irán. Esas prohibiciones a las que alude Baraye simbolizan para muchos iraníes su falta de libertad. La última frase de la letra de este tema, “por las mujeres, la vida y la libertad”, fue el lema de las protestas de 2022 contra el régimen en Irán. Solo por eso, el músico ha sido condenado a casi cuatro años de cárcel por “propaganda contra el sistema e incitación a los disturbios”. Mientras Hajipour cumple esa sentencia, uno de los cuatro candidatos que este viernes concurren a las elecciones presidenciales de Irán, Masoud Pezeshkian, ha elegido como lema de su campaña “Baraye Irán” (Por Irán) y esa melodía devenida en himno ha sonado en sus mítines. Para muchos opositores, ha sido una afrenta. Algunos le han pedido en las redes sociales que no use la canción en actos de campaña en los que, al mismo tiempo, proclama su lealtad al líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jameneí.

Pezeshkian, de 69 años, no es un opositor. Sí lo eran los miles de iraníes que se echaron a la calle en septiembre de 2022, cuando la muerte bajo custodia policial de una joven que había sido detenida por llevar mal colocado el velo obligatorio, Yina Mahsa Amini, desató unas manifestaciones en cuya represión murieron al menos 550 personas, según la ONU. Este aspirante a la presidencia es un moderado o “reformista”; el único candidato de esa tendencia frente a tres representantes de diferentes facciones conservadoras autorizados también a concurrir a las urnas. Otros dos conservadores se han retirado esta semana. De esos tres conservadores, solo dos, el presidente del Parlamento, Mohammad Baqer Qalibaf, y el ultraconservador ex jefe del equipo negociador nuclear de Irán Saeed Jalili, tienen opciones de ganar. La pugna electoral de este viernes para sustituir a Ebrahim Raisí, el presidente iraní fallecido con su séquito en un accidente de helicóptero el 19 de mayo, se dirimirá entre esos dos conservadores y su rival reformista, un cirujano cardiaco poco conocido miembro de la minoría azerí.

Las encuestas poco fiables que difunden entidades oficialistas como la Agencia de Sondeos de los Estudiantes Iraníes (ISPA) auguran un resultado reñido, sin un claro favorito. La última de ISPA, difundida el lunes, situaba como ganador al moderado, con un 24,4% de los sufragios, frente al 24% del ultraconservador Jalili y el 14,7% de Qalibaf, a quien otros sondeos conceden la victoria. Si ninguno obtiene más del 50% de los sufragios, los dos con más apoyos se medirán en una segunda vuelta.

Qalibaf, exalcalde de Teherán, partió como favorito, pero su candidatura ha ido perdiendo fuelle, pese a que muchos lo consideran el preferido de Jameneí. Este aspirante, que se presenta como el “hombre fuerte” que necesita su país, cuenta con el imprescindible respaldo del otro gran poder fáctico de Irán, la Guardia Revolucionaria, un cuerpo cuya fuerza aérea comandó hasta 2000. Su campaña se ha visto, sin embargo, empañada por escándalos de corrupción que le han salpicado a él o a su familia. Una de sus hijas, Maryam Qalibaf, incluso tuvo que comparecer el 21 de junio en la televisión del país para explicar por qué volvió de Turquía en 2022 con un equipaje de casi 300 kilos de costosos artículos para el hijo que estaba esperando. Un tercio de la población iraní vive bajo el umbral de la pobreza extrema, según datos oficiales.

La periodista Fereshteh Sadeghi expresa su desconfianza en las encuestas desde Teherán. Ante todo, ve “muy difícil” una victoria del reformista. “Pezeshkian carece de popularidad. Es un diputado local, de fuera de Teherán”, recalca. Por otro lado, subraya, los reformistas “no pueden convencer ahora a sus seguidores de que voten después de haber boicoteado las tres [últimas] elecciones”. La también analista política no descarta la posibilidad de que el exnegociador nuclear Saeed Jalili gane “en primera vuelta”. Jalili es el más conservador de los tres aspirantes con opciones a la presidencia; encarna el statu quo y la cercanía al fallecido Raisí. Es un defensor de la represión a las mujeres sin velo y un detractor de cualquier compromiso en materia nuclear con Occidente.

Rouzbeh Parsi, jefe del Programa para Oriente Medio y el Norte de África del centro de estudios Instituto Sueco de Asuntos Internacionales, cree, por su parte, que Pezeshkian “podría ganar si los conservadores siguen divididos” y no unifican sus votos en torno a un único candidato. Eso, apunta, “suponiendo que no se altere el recuento de los sufragios”.

Boicot

En un sistema que prevé una criba previa de aspirantes a los puestos políticos por parte del Consejo de Guardianes —un organismo controlado por Jameneí—, para garantizar su fidelidad al régimen, incluso esa única candidatura reformista de perfil bajo ha sorprendido, dado que la facción ultraconservadora del régimen controla desde las legislativas de 2020 prácticamente todo el poder político en Irán. De los 80 aspirantes a la presidencia, incluidas cuatro mujeres, solo seis obtuvieron luz verde. Entre los descartados, figuraban el expresidente populista Mahmud Ahmadinejad o el pragmático expresidente del Parlamento Ali Lariyaní, mucho más conocido que Pezeshkian. El bajo perfil de este cirujano, ministro de Sanidad con el presidente reformista Mohamed Jatamí en los 2000, ha alimentado la sospecha entre los opositores de que su candidatura obedezca a una estrategia para aparentar apertura y una competición política real y atraer así a las urnas a los votantes desencantados. En las legislativas del 1 de marzo solo votó el 41% de un electorado total de 61 millones de iraníes.

En 2010, el ayatolá Jameneí afirmó que cada sufragio era un voto de apoyo a la República Islámica. “El líder supremo ha tenido un enfoque muy conflictivo respecto de la participación de los votantes por el que se considera que una alta participación electoral es una validación de la legitimidad” del régimen, recalca el analista Parsi. Jameneí “teme ahora que una erosión aún mayor de la participación pueda mostrar realmente la profunda impopularidad del sistema”.

En una carta abierta firmada divulgada esta semana, más de 500 profesores, sindicalistas y conocidos presos políticos iraníes, como la Nobel de la Paz 2023, Narges Mohammadi, han llamado al boicot. Una etiqueta en redes sociales ha resumido también cómo ven algunos iraníes los comicios de este viernes: #ElectionCircus (Circo Electoral).

En los mítines en los que sonaba Baraye, el candidato Pezeshkian prometía moderar la política exterior iraní y propiciar, si llega a la presidencia, una desescalada del enfrentamiento con Occidente que propicie un alivio de las sanciones por el programa nuclear que, más que a los poderosos, en Irán ahogan a la población. El médico ha declarado que si está en su mano eliminará las patrullas de la policía de la moral que a menudo introducen a las iraníes sin velo a golpe limpio o arrastrándolas por el pelo en furgones policiales si se resisten a ser detenidas, pero al mismo tiempo ha atribuido el gesto de desobediencia civil de quitarse el hiyab a una “educación” deficiente. Su posición es la de quien trata de nadar entre dos aguas, sabedor de que, tanto en política exterior, como sobre la cuestión del velo, el presidente de Irán influye, pero la última palabra la tiene siempre el líder supremo.

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