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La muerte del presidente iraní trastoca la carrera para suceder al ayatolá Jameneí

El régimen islámico trata de blindar su continuidad tras la desaparición de Raisí, que sonaba como aspirante a líder supremo como una fórmula de consenso entre el clero chií y la poderosa Guardia Revolucionaria

Funeral Ebrahim Raisi
El líder supremo de Irán, ayatolá Alí Jameneí, durante el funeral por el presidente Ebrahim Raisi y los miembros de su séquito, el 22 de mayo de 2024.enei.ir (via REUTERS)

La muerte del presidente iraní, Ebrahim Raisí, en un accidente de helicóptero el 19 de mayo no solo dejó a la República Islámica de Irán sin el jefe de su Ejecutivo. El nombre de Raisí sonaba como posible sucesor del líder supremo del país, el ayatolá Ali Jameneí, y también para presidir la Asamblea de Expertos, el organismo en el que se sientan 88 hombres que deberá elegir al clérigo que ocupará el puesto de Jameneí cuando este fallezca. Esa sucesión se acerca de forma inexorable; el líder supremo iraní cumplió 85 años en abril, pero hasta la abrupta desaparición de Raisí, la senda para tratar de asegurar la continuidad del régimen islámico parecía trazada. El malogrado presidente reunía las credenciales de ultraconservador leal a Jameneí y contaba además con la luz verde de la Guardia Revolucionaria. Era un candidato que suscitaba consenso en el estamento clerical y en ese poderoso ejército paralelo. Su designación como sucesor no era segura, pero esa posibilidad se esfumó del todo con su inesperado fallecimiento.

La abrupta desaparición del presidente no parece capaz de amenazar la estabilidad del régimen, pero sí trastoca los planes para la sucesión de su máximo líder. El régimen iraní ha dado muestras en los últimos años de buscar a toda costa el mantenimiento de un férreo statu quo, por ejemplo al marginar de las instituciones a los reformistas. Esos candidatos, más moderados que ultraconservadores como Raisí, han visto cómo se les impedía masivamente concurrir a las elecciones desde las legislativas de 2020. Ese giro ultraconservador quedó sellado con la elección del fallecido presidente en 2021, con los votos de solo un tercio del electorado, y después de que el organismo oficial encargado de validar a los aspirantes, el Consejo de Guardianes, vetara de nuevo como candidatos, no solo a estos moderados, sino incluso a otros conservadores que pudieran hacerle sombra a Raisí.

Con el Parlamento ya para entonces en manos de los “principalistas” —la tendencia conservadora que encarnaba Raisí— las autoridades demostraron su propósito de eliminar cualquier veleidad de cambio, por limitado que fuera, antes y, sobre todo, después de la muerte del líder supremo. La represión de las manifestaciones desatadas por la muerte bajo custodia policial de Yina Mahsa Amini —una joven detenida en Teherán por llevar mal colocado el velo— demostró de nuevo en 2022 y 2023 la voluntad de acallar las voces que piden un cambio.

La muerte de Raisí ha obligado al régimen a modificar unos pasos ya previstos, que refuerzan la hipótesis de que el desaparecido era uno de los candidatos en liza para convertirse en el próximo líder supremo. Por ejemplo, en la Asamblea de Expertos, para cuya presidencia Raisí era el favorito.

El 21 de mayo, al día siguiente de que se confirmara el deceso del presidente y de los integrantes de su séquito, esa apuesta por la continuidad quedó clara con la elección del clérigo Mohammad Ali Movahedi Kermani, de 93 años, como presidente de la Asamblea de Expertos. En un país en el que, en 2021, un 23% de la población no había cumplido 15 años, según el Banco Mundial, y donde las protestas de 2022 estuvieron protagonizadas por jóvenes y mujeres, varios miembros de edad provecta de la Asamblea de Expertos acudieron a la sesión inaugural del nuevo mandato del organismo acompañados de cuidadores. Como Raisí, Kermani es un fiel a Jameneí que en el pasado estuvo vinculado a la Guardia Revolucionaria.

Una gerontocracia en un país joven

Este clérigo que tendrá voz y voto en la elección del nuevo líder supremo ha defendido posturas ultraconservadores en esas cuestiones, como la del uso del velo, que en Irán trascienden lo social para entrar de lleno en lo político. Ha llegado a declarar haram (ilícito según el Islam) a la aplicación de mensajería Telegram, la que usan muchos iraníes para comunicarse. Kermani encarna el pasado y el inmovilismo. También el abismo entre, por un lado, el poder de una gerontocracia clerical, que se apoya en una fuerza que muchos iraníes consideran represora, la Guardia Revolucionaria, y, por otro, buena parte de una población joven —sobre todo la femenina— que anhela el cambio. Todo ello en un contexto de “crisis generacional, económica [la inflación lleva años por encima del 40%] e institucional, todo un desafío para el mantenimiento de la arquitectura institucional de la República islámica”, señala el analista hispano-iraní Daniel Bashandeh.

El politólogo experto en Irán Ali Alfoneh, del Instituto de los Estados Árabes del Golfo en Washington, asegura por correo electrónico que la Asamblea de Expertos ha preparado ya “una lista de clérigos, a quienes considera constitucionalmente calificados para el liderazgo”. “Sin embargo, al igual que en la sucesión de 1989 tras el fallecimiento del gran ayatolá Ruhollah Jomeini, fundador de la República Islámica, no podemos esperar que prevalezca el candidato más calificado religiosamente”, explica.

La razón a la que alude Alfoneh es que, en su opinión, en la sucesión de Jameneí, el actor fundamental será la Guardia Revolucionaria, el ejército paralelo que ha adquirido un poder casi omnímodo sobre la economía del país, mientras se aseguraba una buena porción del poder político. Este politólogo sostiene que, al haber perdido su “legitimidad religiosa y popular”, el estamento clerical depende de esa fuerza “para su protección física y su supervivencia”, por lo que los clérigos son “rehenes de esa guardia pretoriana”. En las protestas desatadas por la muerte de Amini, la Guardia Revolucionaria y su milicia asociada, los Basij, fueron los grandes protagonistas de la represión.

Nombres

En este contexto, las quinielas de posibles sucesores del ayatolá Jameneí “son especulaciones”, afirma Daniel Bashandeh. Precisamente, recalca este analista, uno de los nombres que más suenan, el de Mojtaba Jameneí, hijo del actual líder, es “improbable”, dado que esa sucesión “hereditaria” iría contra “los fundamentos de la República Islámica”, y sería una apuesta “arriesgada” que restaría aún más legitimidad al régimen. Otro de esos posibles candidatos es también un descendiente del otro líder supremo iraní. Se trata de Hassan Jomeini, nieto del ayatolá Jomeini, una elección que trataría de dotar de legitimidad religiosa e histórica al nuevo liderazgo por el aura que aún rodea al fundador del actual sistema político iraní en un sector de la población del país.

De momento, asegura Bashandeh, Teherán se está limitando a tratar de mostrar “estabilidad y continuidad” después del fallecimiento de Raisí. Tras ese suceso, las autoridades se apresuraron a nombrar como presidente en funciones al vicepresidente Mohammad Mojber y convocaron inmediatamente elecciones presidenciales el próximo 28 de junio. En esos comicios, la única incógnita será de nuevo el voto castigo de la abstención, toda vez que las autoridades probablemente vetarán de nuevo a todos los candidatos que puedan hacer sombra al elegido por el poder.

Pero en Irán “nunca nada está tan claro”, añade por WhatsApp, Luciano Zaccara, profesor del Centro de Estudios del Golfo de la Universidad de Qatar. Este especialista cree que las próximas presidenciales pueden ser precisamente un test de los equilibrios de poder que marcarán probablemente la futura sucesión del líder supremo.

Zaccara ofrece un ejemplo. Uno de los posibles candidatos para las presidenciales es el expresidente del Parlamento iraní Ali Larijaní, un político considerado pragmático —o moderado— al que en 2021 el régimen impidió presentarse a las presidenciales que ganó Raisí. Entonces, recuerda, “el propio líder supremo pidió al Consejo de Guardianes [el organismo que veta o aprueba a los candidatos políticos] que le permitiera concurrir, pero la Guardia Revolucionaria lo vetó”. Si ahora Jameneí apoya a Lariyaní para tratar de mostrar una mayor apertura y recuperar algo de la credibilidad perdida del sistema político iraní y, aun así, ese ejército paralelo lo veta de nuevo, ello querrá decir que “quien tiene la sartén por el mango” es la Guardia Revolucionaria.

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