La muerte de Raisí aviva la incertidumbre en Irán en plena confrontación con Israel
El régimen afronta el fallecimiento de su presidente en horas bajas y se ve abocado a unas nuevas elecciones presidenciales con el riesgo de un nuevo récord de abstención
Las redes sociales iraníes —de la diáspora, pero también de cuentas dentro del país— se llenaron el domingo de memes tras el anuncio de la desaparición del helicóptero del presidente iraní, Ebrahim Raisí. Ya antes de que se confirmara su muerte, muchos usuarios iraníes de la red social X (antes Twitter) mostraban euforia por su fallecimiento, divulgando fragmentos de películas o vídeos de gente bailando o brindando y etiquetas como #Iranishappy (Irán está feliz). Otros de esos tuits no eran irónicos ni graciosos: reproducían imágenes de Yina Mahsa Amini, la joven kurda cuya muerte bajo custodia policial, tras ser detenida por llevar mal puesto el velo, desató las últimas protestas contra el régimen en 2022, o de otros iraníes muertos en la represión de esas manifestaciones, en las que se cometieron crímenes contra la humanidad, según una misión de investigación de Naciones Unidas. Al menos 550 personas perecieron entonces a manos de las fuerzas de seguridad y paramilitares iraníes y otras 60.000 fueron detenidas. Hasta ahora, nueve hombres han sido ahorcados en relación con esas protestas.
میکس و آهنگ عالی به مناسبت سقط شدن رئیسی جلاد #IranIsHappy#RaisiHelicópter#هلیکتلت pic.twitter.com/lvtXA6sHfc
— YoungSheldon (@young_sheldon1) May 20, 2024
Con ese trasfondo de evidente rechazo a figuras como la del fallecido presidente por parte de un sector de una población que además está empobrecida —el último dato oficial de inflación fue del 56%— y en plena confrontación con Israel, exacerbada por la guerra de Gaza, que culminó el 13 de abril cuando Irán lanzó un ataque inédito contra territorio israelí, la muerte de Raisí aboca al régimen a celebrar elecciones para elegir a un nuevo presidente cuando en las últimas citas electorales se han batido récords de abstención. Así lo prevé la Constitución del país en caso de fallecimiento del jefe del poder Ejecutivo. En los comicios legislativos del pasado 1 de marzo, solo el 41% de los 61 millones de votantes potenciales depositó su voto.
En Irán, las elecciones no son sinónimo de democracia, sino un mecanismo de competición y reparto de poder entre élites y facciones, todas partidarias, en mayor o menor grado, de la República Islámica. Desde la llegada de Raisí a la presidencia, en 2021, con los votos de solo un tercio del electorado, ese poder está casi completamente en manos de los llamados “principalistas”, los ultraconservadores que se oponen a cualquier reforma y defienden una obediencia ciega al líder supremo.
El único desafío en las últimas citas electorales en Irán ha sido evitar una alta abstención, toda vez que los resultados se conocen de antemano en razón del veto de las autoridades a todos los aspirantes que no se consideran lo bastante leales. En los comicios de marzo, solo 30 moderados o reformistas —partidarios de una mayor apertura del régimen islámico— fueron autorizados a concurrir a las urnas tras pasar la criba previa del Consejo de Guardianes, mientras que la inmensa mayoría de esos aspirantes fueron descalificados. El Consejo de Guardianes es una institución integrada por 12 miembros, la mitad nombrados directamente por el ayatolá Jameneí, mientras que sus otros seis integrantes son elegidos, previa aprobación del Parlamento, por otro cargo designado directamente también por el líder supremo: el jefe del poder judicial.
Esa institución será también la que decida quién puede ser candidato y quién no en las próximas presidenciales.
En ese sistema sin democracia, la abstención es una de las escasas formas que los ciudadanos tienen de mostrar su rechazo a sus dirigentes, además de las manifestaciones callejeras o la crítica en las redes sociales. De ahí que la baja afluencia a las urnas se interprete como un reproche que deslegitima al sistema político iraní. Sobre todo, porque la República Islámica de Irán tradicionalmente había esgrimido en el pasado la alta participación electoral, en ocasiones superior al 70% del electorado, como demostración de respaldo popular.
El reto de evitar que una cifra de participación aún peor que ese 41% de las legislativas mine la credibilidad del régimen y del futuro sucesor de Raisí es todavía más acuciante tras el golpe que supone el abrupto fallecimiento del jefe del Ejecutivo. La razón es la necesidad de eludir una imagen de fragilidad de las instituciones. Raisí no solo era el presidente del país, sino uno de los nombres que sonaba para suceder a Jameneí, que en abril cumplió 85 años, y cuyo reemplazo tras su muerte —el acontecimiento que verdaderamente puede marcar el futuro de Irán o provocar un vacío de poder—, está ahora algo más en el aire mientras esa encrucijada se aproxima de forma inexorable.
“Nunca sabremos hasta qué punto era probable que Raisí sucediera a Jameneí, pero si de verdad se le estaba preparando para ser un serio aspirante, entonces esa inversión [del régimen] se ha evaporado”, recalca en varios mensajes por WhatsApp Rouzbeh Parsi, jefe del programa de Oriente Medio y Norte de África del centro de análisis Instituto Sueco de Asuntos Internacionales.
Desde Teherán, la periodista Fereshteh Sadeghi asegura, por el contrario, que las muertes del presidente y de su séquito no “tendrán consecuencias” de peso. “La política iraní no depende de personas determinadas”, asegura, para descartar a continuación “la utilidad de discutir sobre la sucesión del líder supremo”. El presidente fallecido “era un candidato” a suceder a Jameneí, pero “nadie sabía si iba a ser su sucesor”, zanja.
Aniversario de las protestas
La reelección de Raisí, en las presidenciales que debían haberse celebrado en el verano de 2025, se daba además por segura. Con su desaparición, esa certeza de continuidad de un leal ultraconservador en el segundo cargo político de la República Islámica se ha esfumado también. Las próximas elecciones para elegir al sucesor del malogrado presidente, cuya fecha se desconoce, pero que deberían tener lugar en un plazo de 50 días, se celebrarán ya iniciado el verano, poco antes del segundo aniversario de la muerte de Amini, el 16 de septiembre de 2022.
La proximidad de ese aniversario es otro elemento de incertidumbre. Cuando, en 2023, se cumplió un año de la muerte de la joven kurda, las fuerzas de seguridad iraníes reprimieron todo conato de manifestación o conmemoración, ante el temor de que esa efeméride reviviera las protestas, una situación que podría adelantarse este año debido a la convocatoria electoral. Los tuits que, desde este domingo, recuerdan de nuevo a la joven kurda para celebrar la muerte de Raisí, demuestran que muchos iraníes no olvidan el icono de resistencia en el que se ha convertido Yina Mahsa Amini.
A pesar de ello, “el régimen iraní no está en un punto de inflexión. Es estable”, asegura Rouzbeh Parsi. “La gran pregunta ahora [de cara a las nuevas elecciones] es si los conservadores pueden unirse en torno a un único candidato a presidente o volver a discutir entre ellos, toda vez que normalmente solo están de acuerdo en marginar a los reformistas y silenciar a la oposición de la sociedad”, recalca este especialista.
Mientras, el Gobierno de Irán se apresuró este lunes a manifestar que el fallecimiento de Raisí “no supondrá la menor perturbación en la administración” de la nación. Desde Londres, en una conversación por WhatsApp, la abogada iraní de derechos humanos Shadi Sadr recuerda que, pese a los intentos de las autoridades iraníes de mostrar normalidad y continuidad, la muerte del presidente ha hecho aflorar de nuevo públicamente el descontento de la población.
“Muchos iraníes han expresado alegría y felicidad ante la noticia de la muerte de Raisí de diversas maneras, incluidos fuegos artificiales en algunas ciudades como Saqqez, la localidad natal de Yina Mahsa Amini, y bocinazos incesantes en calles y carreteras. Estas reacciones se deben en gran medida al historial de abusos de derechos humanos de Raisí y su participación en la masacre de miles de presos políticos de 1988″, explica esta abogada. Ella misma fue condenada en 2010 en ausencia en Irán a seis años de cárcel y a 74 latigazos por defender a mujeres iraníes que habían sido sentenciadas a la lapidación u otros castigos corporales que el Derecho Internacional considera torturas.
“Un kurdo de Saqqez aseguraba este lunes: ‘Su día de luto es nuestro día de celebración”, resume esta abogada iraní desde su exilio.
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