Nueva Caledonia después de la tormenta: “¡Aquí vivimos todos juntos!”
Dos dirigentes del territorio francés del Pacífico, uno independentista y otro favorable a mantener los vínculos con París, destacan la necesidad de consenso en un archipiélago asolado por los disturbios de las últimas semanas
Las brasas no se han apagado en Nueva Caledonia, territorio francés en el Pacífico, pero los debates sobre la reconstrucción ya han empezado. Reconstrucción física y también moral. ¿Cómo convivir tras los disturbios de estos días? ¿Cómo construir, entre la población autóctona y la de origen europeo, un “destino común”, expresión que figuraba en los decisivos acuerdos de Numéa de 1998? Dos dirigentes neocaledonios consultados esta semana por EL PAÍS aportan sus análisis y propuestas. “¡En Nueva Caledonia vivimos todos juntos!”, clama el independentista Mickaël Forrest. Y el no independentista Philippe Gomès apunta que, sin consenso, “no hay salvación” para el archipiélago.
Forrest, responsable de Relaciones Exteriores en el Gobierno de Nueva Caledonia, lleva varias semanas dando vueltas por el mundo —de Venezuela a Singapur, de París a Madrid...— sin poder volver a casa. Desde fuera ha visto cómo su tierra ardía. Los disturbios han causado en las últimas semanas siete muertes y centenares de heridos. Han dejado escenas de coches calcinados, comercios saqueados y aeropuertos cerrados: de ahí que este político, miembro de la Ejecutiva del Frente de Liberación Nacional Kanaky Socialista, no pueda regresar a su hogar. La situación, admite, es muy “difícil”. E insiste en que solo la mediación internacional, ya sea a través de Naciones Unidas o de una figura mediadora externa, puede contribuir a calmar las aguas.
Los kanakos —la comunidad originaria de este archipiélago a 16.500 kilómetros de la Francia continental, país al que pertenece desde los tiempos de Napoleón III, a mediados del siglo XIX— quieren tumbar la reforma electoral impulsada por el presidente Emmanuel Macron, que otorgaría el derecho de voto a muchos franceses residentes en Nueva Caledonia, disminuyendo así el peso electoral de los autóctonos. Y reclaman su derecho a la autodeterminación. “Nosotros habíamos decidido reiniciar el diálogo, en el espíritu de la gente del Pacífico, especialmente de los melanesios, pero los problemas empezaron con el intento de Macron de imponer su ley”, asegura Forrest desde el Congreso de los Diputados, a donde ha viajado invitado por el grupo parlamentario de Bildu.
En el otro lado del debate se encuentra Gomès. Este dirigente del partido Calédonie Ensemble, diputado local y no independentista moderado aboga por “reconstruir un consenso” entre ambos campos. “Sin este consenso”, avisa por escrito desde Nueva Caledonia, “no hay salvación para nuestro país. Seguiremos conociendo disturbios y violencias, como fue el caso entre 1984 y 1988, periodo llamado de los acontecimientos, en el que hubo casi 90 muertos.”
Gomès, presidente del Gobierno regional entre 2009 y 2011 y diputado en la Asamblea Nacional entre 2012 y 2022, se opone a la convocatoria de un nuevo referéndum con una respuesta “binaria”. Es decir, si o no a la independencia. En los referéndums de 2018, 2020 y 2021 ganó el no a la independencia. Los independentistas boicotearon el de 2021.
“Un nuevo referéndum binario”, argumenta Gomès, “no es pertinente”. “La crisis económica que atravesamos es de una amplitud sin precedentes y necesitamos estabilidad para que las poblaciones no se marchen del país y los inversores tengan confianza para desarrollar sus proyectos”, explica. “Las tres consultas que vivimos en 2018, 2020 y 2021 opusieron a los ciudadanos campo contra campo, y contribuyeron en parte a los disturbios actuales. Si se convoca un nuevo referéndum en el futuro, deberá tratar sobre un proyecto que hayamos construido con los independentistas y los no independentistas. Un referéndum que no sea de unos contra otros, sino de unos con otros. Un referéndum que una al pueblo neocaledonio en vez de dividirlo.”
Gomès califica la situación actual de “cataclismo”, aunque añade que “se han constatado mejoras en algunas zonas”. “Hay barrios todavía bloqueados por barreras independentistas en el Gran Numéa [la capital], lo que conduce a dificultades de acceso al hospital o al transporte de bienes alimentarios y medicamentos”, describe. “Otras barreras se han edificado en barrios principalmente europeos para protegerse, puesto que las fuerzas del orden están completamente desbordadas por la amplitud de las violencias”.
Sobre la visita de Macron, la semana pasada, declara: “Hoy nada está ganado, pero el hecho de que el presidente de la República se apropie él mismo del tema desplazándose a Nueva Caledonia ofrece una nueva oportunidad a la paz y el diálogo”.
Práctica colonial
Forrest tilda de “exagerados” los avisos de que Nueva Caledonia puede adentrarse en una guerra civil si los disturbios continúan. “Es una práctica colonial, por parte de Francia y de algunos medios de comunicación”, asegura con un tono muy pausado, mientras va recordando los episodios de los últimos años en los que los kanakos han dado muestras, según su relato, de no tener prisa, de ir paso a paso y de buscar el diálogo y de rechazar el enfrentamiento. El líder independentista atribuye al Gobierno de París todas las trabas para buscar un acuerdo. “No confiamos en el equipo de Macron. Por eso reclamamos la ayuda internacional. Para que los mediadores externos nos den alguna garantía”.
En medio de este interés por captar la atención internacional, el vicepresidente de Nueva Caledonia destaca la fortaleza de sus vínculos con otras potencias. “Hemos visitado a [Joe] Biden en la Casa Blanca. Y tenemos muy buenas relaciones con China, que es nuestro primer comprador de níquel”, asegura, visiblemente orgulloso de esas conexiones para un territorio con una población de 270.000 habitantes.
¿Es quizás esa cercanía con Pekín la que puede haber llevado a Macron a impulsar la reforma electoral, temeroso de que el territorio de una zona estratégica como es el Pacífico se alejara de su área de interés? “Quizás”, se limita a responder.
La falta de confianza con París no afecta a lo que ocurre dentro del archipiélago. Allí, asegura, las distancias entre una comunidad y otra —los kanakos representan en torno al 41% de la población local y los caldoches, habitantes de origen europeo, un 24%— son mucho menores. “Los caldoches están más cerca de nosotros. ¡En Nueva Caledonia vivimos todos juntos!”.
Forrest se muestra convencido de que, pese a las cuantiosas ayudas que reciben de la metrópoli, a los habitantes de Nueva Caledonia les iría mejor si lograran la independencia: “Porque nos organizaríamos según la forma de vida del Pacífico, como nuestros vecinos de Vanuatu o Fiji”.
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