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Nueva Caledonia, una Francia de las antípodas al borde del conflicto civil

Los disturbios por la reforma constitucional remueven la herida colonial en una región, el océano Pacífico, donde se juega la influencia geopolítica del siglo XXI

El presidente francés, Emmanuel Macron, en la comisaría central de Noumea, en Nueva Caledonia, el 23 de mayo de 2024.
El presidente francés, Emmanuel Macron, en la comisaría central de Noumea, en Nueva Caledonia, el 23 de mayo de 2024.LUDOVIC MARIN (via REUTERS)
Marc Bassets

Nueva Caledonia es una herida que toca algo íntimo de Francia: los restos del pasado colonial y sus ambiciones de grandeur y poder global. A 17.000 kilómetros de París, un mínimo de 24 horas de avión y nueve husos horarios, es la Francia de las antípodas. ¿Un anacronismo? ¿O un experimento de soberanía compartida en el siglo XXI? Exótico para los franceses de la metrópolis y sus dirigentes, este archipiélago al noreste de Australia y colonizado en 1853 vive estos días sus horas más graves desde la violencia los años ochenta, una situación que se califica de casi-guerra civil.

En las tres provincias de le caillou —el pedrusco, como se le conoce— estallaron hace dos semanas unos disturbios que por ahora han dejado siete muertos, decenas de comercios y empresas saqueadas, barrios bloqueados, noticias de jóvenes autóctonos armados y grupos de europeos armados también, y un despliegue de unos 3.000 policías, gendarmes y militares. Y esto, en un contexto de desigualdades crecientes y el hundimiento de la industrial local del níquel.

La crisis, lejos de resolverse pese a la visita del presidente Emmanuel Macron esta semana, agranda la distancia entre la comunidad de origen autóctono e independentista (los kanakos) y la de origen europeo y loyaliste, partidaria de seguir siendo parte de la República francesa (los caldoches). En un territorio con abundantes armas en circulación y resentimientos enquistados, resucita el miedo a la guerra civil. Esta es una historia en la que se mezclan los fantasmas del colonialismo con la arrogancia del poder ejercido a distancia, y en el escenario del océano Pacífico, una zona caliente del planeta donde Francia quiere estar presente.

Nueva Caledonia “es un revelador de que la cuestión colonial, que está en el corazón de la historia de la República francesa, sigue siendo una herida no cerrada”, escribe el periodista Patrick Roger, especialista de Le Monde en los territorios de ultramar, en el libro recién publicado Nouvelle-Calédonie. La tragédie (Nueva Caledonia, la tragedia, no disponible en español). No hay territorio en la República con mayor autonomía y, al mismo tiempo, en ningún otro el independentismo es tan fuerte. “Para Francia”, escribe Roger, “se trata de una cuestión de soberanía, en una región en la que se multiplican las zonas de conflictos y tensiones y que se halla en el corazón de las luchas de influencia entre Estados Unidos y China.”

La violencia estalló el 13 de mayo pasado, coincidiendo con la adopción, en la Asamblea Nacional y el Senado franceses de una reforma constitucional que ampliará el censo electoral de Nueva Caledonia y diluirá así el peso de los kanakos. Hoy los kanakos representan un 41% de la población y los caldoches, un 24%.

El censo para las elecciones provinciales —no así para las presidenciales, legislativas y europeas de toda Francia— quedó fijado en 1998, lo que excluye a uno de cada cinco electores llegados tras esa fecha. Se trataba de limitar la ciudadanía caledoniana a aquellos con raíces ancestrales, a los descendientes de colonos o desterrados europeos, y a personas con unos años de residencia. Y de deshacer el temor de que la llegada de europeos dejase a los kanakos en minoría. Con la reforma, que antes de los disturbios debía adoptarse definitivamente antes de finales de junio, tendrían derecho a votar en las elecciones provinciales quienes llevasen más de diez años en el archipiélago.

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El censo es el núcleo del conflicto al menos desde los años 80. El antropólogo Benoît Trépied, especialista en Nueva Caledonia, habla de una “confrontación entre dos legitimidades políticas”. “De una parte”, explica, “la del pueblo kanako en tanto que pueblo colonizado, y cuyo derecho a la autodeterminación es reconocido por el derecho internacional y el de las Naciones Unidos. De otra, la lógica de la democracia francesa, un hombre igual a un voto, pero que, aplicada a una situación de colonización de población, no hace más que reforzar el dominio colonial”.

Antes de aprobarse la reforma, el ambiente ya estaba enrarecido. Hay que remontarse al referéndum de 2021, el tercero de los previstos por los acuerdos de 1998. El primero, en 2018, lo ganó el no a la independencia con un 56,7% de votos. El segundo, en 2020, la distancia se redujo: 53,3% para el no. Entretanto llegó la pandemia. Los independentistas pidieron a París aplazar la tercera consulta, sin éxito, y después llamaron a boicotearla. El no se impuso, debido a la abstención masiva de los kanakos, con un 96% de votos.

“Esto dejó un gusto muy amargo”, dice Manuel Valls, uno de los políticos franceses que más se ha ocupado de Nueva Caledonia, como asesor de primeros ministros socialistas primero, como primer ministro después, y también como diputado. Cuenta Valls que, tras el referéndum, se intentó buscar un “acuerdo global” que incluía, además de la modificación del censo, cuestiones como el reparto de poder, el estatus futuro de la relación con Francia y la ciudadanía neo-caledonia. “Por razones que no entiendo, se quiso precipitar todo”, dice el ex primer ministro. Y fue así como decidió adoptar solo una parte de este acuerdo —el nuevo censo— y, además, sin el acuerdo de los independentistas.

“Yo y [el ex primer ministro de Macron] Édouard Philippe y los especialistas que habían trabajado con [los primeros ministros socialistas] Michel Rocard y Lionel Jospin, dijimos: ‘Cuidado, esto puede ser una explosión terrible’.” No se les escuchó. Recuerda Valls que “todos los acuerdos institucionales, todos, desde 1988, son por consenso con los kanakos y los loyalistes, y aquí, por primera vez, se impone por fuerza, por parte del Gobierno central, una reforma, que además es constitucional, sin el acuerdo de los independentistas”. “Esto es un error garrafal”, añade, “porque les dice a los kanakos que el Estado ya no es neutral.”

Macron debía ser árbitro; ahora era parte, o así se le veía. El antropólogo Trépied cree que fue tras el segundo referéndum cuando, al ver que se reducía la distancia y que un día el independentismo podía triunfar, que el Estado abandonó la neutralidad. “Estoy personalmente convencido que es por su nueva estrategia diplomática indopacífica”, dice. “Se le ha convencido de que esta estrategia solo puede aplicarse si Nueva Caledonia sigue siendo francesa.”

“Macron ni veía ni oía la realidad”, lamenta otro veterano de la cuestión neo-caledonia en París, el exdiputado socialista René Dosière. “El viaje le ha permitido al menos constatar que la situación era muy difícil, muy compleja. Es bueno que haya reencontrado la vista y el oído.” Al término de la breve visita, el jueves, Macron sugirió aparcar la reforma con la condición de que se levanten los bloqueos, y pidió un diálogo sobre un “acuerdo global” que sería sometido a referéndum. Hay quien ve en la oferta una rectificación tras meses de unilateralidad; otros consideran que nada ha cambiado. Los independentistas exigen la retirada total de la reforma.

Dosière cree que la visita “va a calmar las cosas”. ¿Y después? “Una parte quiere la independencia, la otra no, y para hallar una solución deben asociarse a ambas”, responde. “Esto no se dice públicamente, pero pienso que el futuro es una Nueva Caledonia plenamente soberana, es decir, independiente, pero asociada con Francia.”

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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