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Erdogan trata de aprovecharse de la división de la oposición en las elecciones municipales de Turquía

Al partido gobernante le ha salido un competidor islamista que podría dar al traste este domingo con los planes del presidente

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en un acto electoral junto al candidato a la alcaldía de Estambul, Murat Kurum
El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en un acto electoral junto al candidato a la alcaldía de Estambul, Murat Kurum, el 24 de marzo en esa ciudad.Umit Bektas (REUTERS)
Andrés Mourenza

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, busca una victoria arrolladora este domingo en las elecciones municipales, algo que le permitiría noquear a la oposición y darle el impulso para plantear un ansiado cambio constitucional de gran calado. Sin embargo, varios factores arrojan incertidumbre sobre el resultado: la difícil situación económica de las familias ―con una inflación que se resiste a bajar del 60%―, la división de la oposición tras la dura derrota en las presidenciales del año pasado y el surgimiento de un nuevo partido islamista a la derecha del AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), la formación que dirige Erdogan. Cambios de unos pocos puntos porcentuales en determinadas provincias pueden provocar vuelcos en los ayuntamientos y marcar la diferencia entre una victoria arrolladora del líder turco, un triunfo pírrico o un fiasco. Y todo ello por el particular sistema electoral turco, en el que sale elegido alcalde directamente el candidato con más votos, sin importar los porcentajes.

“Desde hace unos 10 o 15 años, las elecciones municipales son algo más que eso. Se desarrollan en un ambiente de elecciones generales”, sostiene Emre Toros, politólogo y decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Hacettepe (Ankara). Las encuestas indican que podrían cambiar de color político la mitad de los 30 ayuntamientos metropolitanos que rigen las mayores ciudades del país (en total concentran al 77% de la población). La batalla más importante se dirimirá en Estambul, la joya de la corona, con sus 16 millones de habitantes y amplios recursos económicos. La media de encuestas realizadas en las últimas semanas da una ínfima ventaja de apenas el 1% al actual alcalde, Ekrem Imamoglu (del partido centroizquierdista CHP) frente al candidato del AKP, el exministro Murat Kurum.

Al contrario que en las municipales de 2019, cuando el CHP concurrió en alianza con el partido IYI (derecha nacionalista) y el apoyo tácito de la izquierda kurda, logrando arrebatarle al AKP numerosas ciudades que había controlado durante décadas, esta vez cada partido opositor va por separado: la coalición se rompió tras la inesperada derrota en los comicios del pasado año (con Kemal Kiliçdaroglu como cabeza de cartel) y las discusiones por la elección de un candidato flojo a las presidenciales. “Si Imamoglu logra retener Estambul para la oposición, se reforzará su figura y podrá ser el próximo candidato presidencial”, afirma Toros. “Para el AKP, Estambul también es muy importante. Es la alcaldía en la que Erdogan empezó su carrera política y tiene gran influencia en todo el país, por eso está utilizando todos los recursos del Estado en la campaña para apoyar a su candidato”, añade.

El bloque gubernamental sí se presenta a las elecciones en coalición (junto al ultraderechista MHP). Los candidatos del AKP son, en muchos casos, perfiles tecnocráticos, sin demasiado carisma, que básicamente transmiten la idea de que trabajarán mano a mano con el presidente. No en vano, en varios mítines ―Erdogan participa en la campaña municipal como si se jugase el puesto―, este ha amenazado con que, en los ayuntamientos no alineados con el Gobierno central, los servicios municipales se resentirán. “Disculpadme que hable así de claro, pero ¿cómo van a traer el gas natural a los ayuntamientos que no gobernamos nosotros? Si gobernamos nosotros, habrá gas natural; si no, no habrá”, dijo en un mitin en la ciudad norteña de Ordu.

Pero el camino del mandatario turco no está libre de obstáculos, pues le ha salido un competidor por la derecha: el Nuevo Partido del Bienestar (YRP), un intento de resucitar la formación islamista de la que se escindió el AKP y que está liderado por Fatih Erbakan, hijo del mentor político de Erdogan. La formación mezcla postulados tradicionales del islamismo con mensajes propios de la derecha alternativa (antivacunas, anti-LGTBI, críticas a las leyes contra la violencia de género o la lucha contra el calentamiento global) y, pese a que en 2023 apoyó la candidatura de Erdogan a las presidenciales, esta vez ha decidido concurrir con sus propios candidatos. Las encuestas auguran que podría quitarle varias alcaldías al AKP y robarle los suficientes votos para que no gane en otras.

“Hay mucho interés en nosotros porque la gente no está satisfecha con las cosas, tanto a nivel nacional, por la mala situación económica, como local, por la mala gestión y la corrupción. Pero hasta ahora, los votantes conservadores no tenían una alternativa”, explica a EL PAÍS Mehmet Altinöz, candidato del nuevo partido al Ayuntamiento de Estambul. La preocupación en el AKP por la competencia que supone el YRP es patente, añade otro miembro del partido, en los obstáculos que tratan de ponerles a la celebración de actos públicos y en “la campaña de linchamiento” de los medios progubernamentales.

Estas divisiones podrían resultar en la paradoja de que, en bastiones de los partidos laicos ―las ciudades de Tracia o Eskisehir―, gane un candidato islamista; y que, en bastiones conservadores ―Sanliurfa, Manisa o Bursa―, la división de la derecha abra el camino a alcaldes de izquierda.

La incógnita del voto kurdo

En 2019, los nacionalistas kurdos decidieron no presentarse a las elecciones en numerosas ciudades del oeste de Turquía, con importante presencia de esta comunidad, a fin de concentrar el voto en los candidatos del centroizquierdista CHP, y lo mismo hicieron en las presidenciales del año pasado. Pero los dirigentes del DEM (las nuevas siglas con las que se presenta el movimiento kurdo por las amenazas de ilegalización sobre su anterior partido) consideran que esta alianza con la oposición no les ha traído nada bueno. Por ello, esta vez, han presentado a sus propios candidatos aún a sabiendas de que no tienen apoyo suficiente para hacerse con las alcaldías de las grandes ciudades del oeste.

La histórica política kurda Leyla Zana, Premio Sájarov 1995, ha roto su silencio de años y se ha incorporado a la campaña electoral de DEM con un mensaje muy claro de no apoyar ni al CHP ni al AKP. Sin embargo, esta narrativa ha levantado muchas suspicacias entre la oposición, que acusa a la izquierda kurda de estar conchabada con el Gobierno para restar apoyo al CHP y permitir la victoria de los candidatos favorecidos por Erdogan, especialmente en Estambul (aunque también es cierto que el DEM ha alcanzado acuerdos con el CHP a nivel de ayuntamientos de distrito).

Ahmet Türk, otra figura importante del movimiento kurdo y candidato al Ayuntamiento de Mardin, ha reconocido que ha habido conversaciones con miembros del AKP, pero que estos no les han llegado a prometer nada. Un reinicio del proceso de paz entre el Gobierno turco y el grupo armado kurdo PKK resulta impensable, toda vez que Erdogan ha adoptado los postulados nacionalistas de sus socios de ultraderecha ―y Ankara ha logrado neutralizar la actividad armada del PKK en suelo turco―, pero hay otro punto en el que el Gobierno central podría extender la mano: la intervención de los ayuntamientos.

Y es que, en el sudeste de Turquía, los kurdos volverán a las urnas sin saber si se respetará su voto. Desde 2016, el Gobierno de Erdogan ha intervenido prácticamente todas las alcaldías gobernadas por las sucesivas formaciones kurdas acusando a sus primeros ediles de lazos con el terrorismo, algo que ha contribuido a debilitar al movimiento nacionalista kurdo ―cuya base de poder es precisamente el municipalismo―, pero también ha llevado a muchos kurdos a desengañarse de las instituciones democráticas.

“En la vida política turca, las elecciones son algo sagrado. Se debe a que la sociedad civil no tiene mucho poder en Turquía, y la posibilidad de participación política de la gente se reduce a las elecciones”, opina el politólogo Toros. “Por eso, a ojos de la población, cualquier acción contra el resultado de las elecciones, arroja una negra sombra sobre la democracia”.

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