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La última batalla del veterano opositor turco que nunca ganó nada

Kiliçdaroglu, apodado “el abuelo demócrata”, ha logrado unir a la oposición, pero le pesa el estigma de perdedor tras fracasar en sus intentos de derrotar a Erdogan

Kemal Kiliçdaroglu
Kemal Kiliçdaroglu, líder de la alianza opositora, durante un acto electoral en Ankara, el 27 de mayo.CAGLA GURDOGAN (REUTERS)
Andrés Mourenza

“Quiero subrayar que esta es la última vez que me dirijo a ustedes y a mis queridos compatriotas desde este estrado en mi condición de diputado”. Estas palabras del centroizquierdista Kemal Kiliçdaroglu, el pasado 23 de abril —fiesta nacional en Turquía— marcaron la despedida del que ha sido el jefe de la oposición turca en los últimos 12 años y diputado durante dos décadas. Pasaba así a centrarse exclusivamente en la carrera presidencial como candidato conjunto de las principales formaciones opositoras. Tras obtener casi el 45% de los votos en la primera vuelta del 14 de mayo, este domingo se medirá en la segunda ronda al presidente, Recep Tayyip Erdogan, en la que será su última batalla política. Y es probable que concluya en derrota. Una vez más.

Incluso los propios votantes de Kiliçdaroglu subrayan la falta de carisma como una de sus debilidades frente a la máquina de ganar elecciones que es Erdogan. Los dirigentes del bloque gubernamental van más allá y lo pintan como un burócrata gris que no ha sido capaz de ganar nada en su vida. Pero es precisamente esa falta de ambición desbordada, esa capacidad de negociar y transigir y esa política sin estridencias lo que le ha convertido en la persona que más se ha acercado a derrotar al presidente turco desde que llegó al poder hace ya dos décadas.

Kiliçdaroglu nació en 1948 (tiene 74 años) en una aldea de la empobrecida y castigada provincia de Tunceli (centro-este del país). De hogar humilde, trabajó en los campos y de vendedor callejero para contribuir a la economía familiar, pero sus dotes para el estudio lo llevaron a la universidad. A partir de ahí fue ascendiendo en el funcionariado hasta ocupar el cargo de director general de la Seguridad Social. Se jubiló en 1997, y ahí empezó su carrera política. Un informe suyo sobre la lucha contra la corrupción llamó la atención de la cúpula del Partido Republicano del Pueblo (CHP). Entró en el Parlamento en las elecciones de 2002 y en el hemiciclo se convirtió en azote de los casos de corrupción que salpicaban al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan.

Esa imagen de recto servidor de lo público es la que ha querido transmitir siempre. Y en los últimos dos años lo ha hecho publicando en las redes sociales vídeos grabados en la cocina de su casa: una cocina normal, más bien espartana (la única novedad en los últimos meses ha sido la incorporación de una freidora de aire), como la de millones de turcos, bien alejada de la imagen de un Erdogan en su palacio de 1.000 habitaciones o de los carísimos bolsos que luce la primera dama.

Con la bandera de la lucha contra la corrupción y a favor de la justicia concurrió como candidato a la alcaldía de Estambul en 2009. Incrementó el voto a su partido, pero perdió. Ya al frente del CHP, salió derrotado de las legislativas de 2011, 2015 y 2018. De las presidenciales de 2014 y 2018. De las municipales de 2014. “La mayor desventaja de Kiliçdaroglu es que ha perdido tantas veces que la etiqueta de perdedor se ha convertido en parte de su identidad. Y eso lo usa Erdogan contra él”, sostiene Selim Koru, analista del think-tank turco TEPAV.

Es cierto que cuando heredó el liderazgo del CHP, este era un partido esclerótico, de un laicismo fuertemente elitista y de un nacionalismo excluyente, representante de los intereses de la alta burocracia y de los militares. “Su principal logro ha sido cambiar el CHP de ser un partido kemalista [por Kemal Atatürk, fundador de la República turca] de la vieja escuela a una fuerza progresista, socialdemócrata. Y es un logro significativo”, añade Koru.

Unir a la oposición

Dado que no puede competir con Erdogan en el terreno del liderazgo de masas, Kiliçdaroglu ha optado por una estrategia gradual, de ir arañando poder al mandatario turco sobre la base de forjar alianzas. Y ha logrado algo hasta hace poco impensable: cerrar acuerdos con formaciones de izquierda y de derecha, con nacionalistas turcos y kurdos, e incluso con islamistas para quienes, hasta hace unos años, las siglas CHP representaban el mal absoluto. El primer intento casi salió bien: en el referéndum sobre una reforma constitucional en 2017 ganó Erdogan, pero por la mínima. Dos años después, en las elecciones municipales, las candidaturas unitarias de la oposición ―con apoyo externo de la formación kurda HDP― lograron arrebatar al partido de Erdogan importantes ayuntamientos metropolitanos como Estambul, Ankara o Antalya.

Frente a la imagen de padre firme y autoritario que explota Erdogan, Kiliçdaroglu ejerce la del abuelo benevolente, que trata de mantener a la familia unida pese a las rencillas que puedan existir. “El abuelo demócrata” o “abuelo Kemal”, son algunos de los apelativos con que se refieren a él, si bien en la recta final para la segunda ronda electoral ha abandonado el discurso en positivo que le caracterizaba para utilizar mensajes xenófobos contra los refugiados a fin de ganarse el voto más nacionalista.

Abuelo, dede en turco, es también como se denomina a los líderes religiosos y comunitarios de los alevíes, una minoría musulmana teológicamente influida por el chiismo, pero muy heterodoxa en sus prácticas y generalmente progresista a la que pertenece Kiliçdaroglu. A lo largo de la historia, los alevíes han sufrido numerosas persecuciones en Anatolia a manos de la mayoría suní ―incluidos pogromos en las décadas de los 1970, 80 y 90― y son únicamente mayoritarios en la provincia de Tunceli (la más izquierdista del país). Por razones históricas, religiosas y políticas ―muchos alevíes tienden a votar a la izquierda― son vistos con recelo por los suníes más conservadores. “Jamás te puedes fiar de un aleví”, sostenía hace unos años un periodista cercano al partido de Erdogan que hoy ocupa un alto cargo en los medios estatales.

Kiliçdaroglu hizo público un vídeo a inicios de la campaña electoral reconociendo que profesa la fe aleví, según los analistas turcos, para evitar que el Gobierno lo explotase en su contra. Y efectivamente, aparte de un par de declaraciones extemporáneas de Erdogan (“Respetamos a los alevíes y a todas las especies”), el bando gubernamental no ha incidido demasiado en el asunto.

Es probable que las creencias de Kiliçdaroglu apenas tuvieran influencia en el voto urbano, particularmente de los jóvenes. Pero eso no significa que no haya jugado en su contra en un país que ha hecho de la síntesis entre el islam suní y el nacionalismo turco casi una ideología de Estado. No en vano, en la primera vuelta de estas elecciones, Kiliçdaroglu fue el candidato más votado en las ciudades, aunque Erdogan arrasó en el voto rural, especialmente en las provincias del interior y el este de Anatolia.

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