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El antisemitismo abre un nuevo frente en la guerra cultural de los republicanos contra los demócratas

Un comité del Congreso convoca a las rectoras de tres importantes universidades por los incidentes contra estudiantes judíos e israelíes en los campus

María Antonia Sánchez-Vallejo
Claudine Gay, rectora de Harvard, este martes acompañada de sus homólogas de Pensilvania y MIT en el Congreso.
Claudine Gay, rectora de Harvard, este martes acompañada de sus homólogas de Pensilvania y MIT en el Congreso.KEN CEDENO (REUTERS)

Los republicanos han encontrado un nuevo ariete para arremeter contra los demócratas: las manifestaciones de antisemitismo que, con motivo de la guerra de Gaza, recorren los campus estadounidenses y que, a su juicio, son promovidas por la “izquierda radical”, aquella que, según los republicanos, se manifiesta en pro de un alto el fuego o, más extrema aún, osa cuestionar la actuación del ejército israelí en la Franja. Una sesión del Comité de Educación de la Cámara de Representantes, con las rectoras de tres importantes universidades (Harvard, Pensilvania y MIT, las dos primeras de la exclusiva Ivy League) en el banquillo, ha acabado este martes convirtiéndose en una simple pregunta retórica: ¿condenan las rectoras el antisemitismo? Las tres, que arrancaron sus intervenciones con una denuncia explícita del ataque de Hamás del 7 de octubre, dieron la única respuesta posible.

La audiencia tenía previsto analizar los casos de antisemitismo registrados en los campus, pero sobre todo preguntar por las acciones u omisiones de los centros a la hora de responder a estos hechos, así como las medidas adoptadas para evitar incidentes (acoso, amenazas, delación o señalamientos) y garantizar un entorno seguro para los estudiantes judíos e israelíes; solo de pasada se citaron algunos incidentes en los que las víctimas han sido árabes o musulmanas. Pero los republicanos, que controlan la Cámara de Representantes, convirtieron la sesión en una encerrona, cuando no en un auto de fe, con preguntas extemporáneas (¿creen que Israel tiene derecho a la existencia?, interpeló a las rectoras la presidenta del comité, la republicana Virginia Foxx) y otras más capciosas: cuántos profesores conservadores hay en cada uno de los claustros, quiso saber el representante de Carolina del Sur Joe Wilson, también republicano. Las rectoras contestaron que no se les pregunta a los docentes por su ideología, a lo que Wilson respondió que ahí radicaba precisamente el problema: en su escasez.

Claudine Gay, rectora de Harvard; Liz Magill, de la Universidad de Pensilvania, y Sally Kornbluth, del MIT, fueron secundadas por Pamela Nadell, profesora de Historia y Estudios Judíos en la American University, que remontó al mandato del presidente Donald Trump el auge del antisemitismo no solo en los campus, sino en todo EE UU. La ambivalente respuesta del republicano a los sucesos racistas de Charlotesville en 2017 fue “un punto de inflexión” para este discurso, el momento en que “la larga tradición del antisemitismo en EE UU estalló de nuevo”. Nadell, judía al igual que la rectora del MIT, recordó la importancia de la estrategia nacional contra el antisemitismo adoptada por la Casa Blanca en mayo, “un extraordinario documento al que ha de seguir otro contra la islamofobia”, y urgió al Congreso a aplicar todas sus recomendaciones para luchar contra el odio, especialmente en los campus y en las redes sociales. Varios miembros del comité, obviamente republicanos, rechazaron de manera tajante la equiparación de antisemitismo e islamofobia.

El único conflicto internacional capaz de movilizar visceralmente a los estadounidenses enfrenta cada vez más a los dos bandos, con amenazas, cancelaciones e incluso agresiones físicas, como el tiroteo sufrido durante el fin de semana de Acción de Gracias por tres estudiantes de origen palestino de la Universidad de Brown (Vermont), uno de los cuales ha quedado tetrapléjico. A los republicanos la crispación les ha servido en bandeja un nuevo casus belli contra los demócratas: a las conocidas batallas de su guerra cultural contra todo lo que suene a woke (teorías críticas de género, raza, identidad sexual, movimiento LGTBIQ, etcétera) han añadido la bandera de la lucha contra el antisemitismo.

La calle, igual que los campus, no oculta sus simpatías palestinas —en la sede de algunas fraternidades de Columbia ondea bien visible esa bandera—, como tampoco algunos grupos de judíos estadounidenses muy activos en los campus, como Jewish Voice for Peace, una organización antisionista y propalestina. Harvard está en el punto de mira después de que, tras el brutal ataque de Hamás, una treintena de grupos de estudiantes publicara una carta culpando del atentado a Israel. La rectora dudó al principio en condenar el mensaje, lo que provocó acusaciones de que la escuela descuidaba a sus estudiantes judíos. Algo parecido le sucedió a la rectora de Columbia, Minouche Shafik, de origen egipcio, que prefirió dejar espacio al debate y solo tardíamente —a juicio de los estudiantes y profesores judíos— prohibió las actividades de Jewish Voice for Peace y otro grupo afín, Students for Justice in Palestine.

Discriminación en Harvard

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El Departamento de Educación abrió en noviembre una investigación sobre un supuesto caso de discriminación en Harvard sobre el que la rectora no quiso pronunciarse, por hallarse en curso. Por eso Gay concitó más interés que sus homólogas, aunque la intención de la convocatoria no dejaba lugar a dudas sobre las sospechas que recaían en todas ellas: “Los administradores [de las universidades] se han mantenido en gran medida al margen [de los incidentes], permitiendo que una retórica horrible se enconara y creciera”, dijo Foxx al abrir la sesión. Sirvió de prólogo a la misma la proyección de varios vídeos de protestas propalestinas en los campus, con eslóganes como “larga vida a la intifada” o “revolución intifada”. “¿Cuándo van a tener valor y hacer lo que deben hacer, que es condenar el terrorismo y hacer lo que puedan para proteger a sus estudiantes?”, clamó Foxx.

De las intervenciones de algunos congresistas —trufadas de valoraciones hasta el punto de hacerlas incomprensibles, como subrayó Magill varias veces al ser incapaz de responder por la falta de concreción de la pregunta— se sacó poco en claro, más allá de que en general los republicanos ponen en tela de juicio al profesorado y que confunden conocimiento académico con verdad revelada.

El continuado alegato de las rectoras por la universidad como lugar de encuentro, “de intercambio de ideas y de libertad de expresión”, quedó sepultado por las críticas y la condena unánime a los campus como lugares demasiado liberales, con insuficiente número de profesores “conservadores” como subrayó Wilson (otro republicano, Glenn Grothman, echó en cara a la rectora los contados profesores de Harvard que apoyaron a Trump en 2016 y 2020). “El libre intercambio de ideas es la base de una universidad”, reiteró Gay. “Este compromiso ha guiado, y guía, nuestra conducta (…) El antisemitismo es, ante, todo, un síntoma de ignorancia, y la ignorancia no puede tener lugar en la cuna del saber”, insistió la rectora de Harvard.

Otro republicano del comité replicó que no era una cuestión de conocimiento, sino de “verdad”. Una de esas “verdades alternativas” inventadas por el ala más radical de los republicanos aterrizó en la sesión cuando la republicana Michelle Steel preguntó a las rectoras sobre “dinero no declarado procedente de donantes de Oriente Próximo” para financiar los centros. Las tres negaron la existencia de fondos espurios.

La representante republicana por Nueva York Elise Stefanik elevó la temperatura del debate al reprochar a Gay no haber adoptado medidas disciplinarias contra los estudiantes que han coreado cánticos en favor de la intifada, pues para la política, de la facción más ultra del partido, representan un llamamiento “a cometer un genocidio contra el pueblo judío”. Como la rectora Gay, que por enésima vez reiteró la importancia de garantizar la libertad de expresión, los representantes demócratas del comité incidieron en la dificultad de distinguir entre el discurso que incita a la violencia y el que es aborrecible o incómodo, pero legal.

En la línea del líder de la mayoría del Senado, el demócrata Chuck Schumer, destacado azote de los antisemitas, los demócratas no se apartaron mucho de la línea de críticas de sus rivales a las universidades por permitir actos con oradores antisemitas, como recientemente Roger Waters, el músico de Pink Floyd, en la Universidad de Pensilvania. “Nuestro enfoque no es censurar en función del contenido, sino preocuparnos por cosas como la seguridad y la hora, el lugar y la forma en que se celebraría el acto”, dijo Magill. “Creo que cancelar esa conferencia habría sido muy poco coherente con la libertad académica y la libertad de expresión, a pesar de que las opiniones de algunas de las personas que acudieron me parecen muy, muy objetables”, añadió.

Las rectoras esbozaron una serie de medidas para garantizar la integridad física de los estudiantes y profesores, como actividades divulgativas —el conocimiento como antídoto del odio— o el refuerzo de los servicios de atención a la salud mental, pero en todo momento hablaron un idioma distinto al de sus interrogadores. Las tres condenaron inequívocamente la atrocidad de Hamás del 7 de octubre, así como cualquier manifestación de antisemitismo en los campus, pero sus declaraciones fueron refutadas por otra pregunta retórica de los republicanos: “¿Son ustedes expertas en antisemitismo, sí o no?”. La segunda opción, la formulada por las tres, pareció implícitamente invalidarlas como responsables de guiar a los centros en medio de esta virulenta marejada ideológica.

Acoso, amenazas y agresiones físicas

El auto de fe a que fueron sometidas este martes las rectoras de la Ivy League es el último sinsabor académico tras semanas de reveses y críticas. Harvard y Pensilvania han visto cómo varios donantes históricos han retirado su financiación por lo que consideran una reacción insuficiente, mientras muchos estudiantes judíos de los campus alegan sentirse inseguros, en un contexto en el que un simple eslogan como “no a la guerra” se considera una amenaza.

El antisemitismo, no obstante, ya iba en aumento incluso antes de la guerra. Según el FBI, los delitos de odio antisemita aumentaron un 25% de 2021 a 2022. Los judíos estadounidenses representan el 2,4% de la población, pero son víctimas del 63% de los delitos de odio por motivos religiosos denunciados, según la agencia federal. Tras dos audiencias anteriores, sobre la libertad de expresión en general, la sesión de la Cámara de este martes solo ha contribuido a acumular más reproches, mientras los republicanos perseveran en su intento de recortar la financiación del Departamento de Educación y de la Oficina de Derechos Civiles, que se encarga precisamente de casos de discriminación como el antisemitismo.

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