Pekín destituye al ministro de Exteriores, Qin Gang, tras un mes de enigmática ausencia
China no aporta ninguna explicación para el cese y nombra como sustituto al veterano Wang Yi, que ocupó el cargo durante la década anterior
De forma fulminante y exactamente un mes después de su última aparición en público, Pekín ha destituido a Qin Gang, el ministro de Exteriores chino nombrado a finales de diciembre. Sin dar más pistas sobre su paradero o su situación personal, el Comité Permanente de la Asamblea Nacional Popular (el legislativo chino) ha decidido en una reunión convocada con tan solo un día de antelación cesar al canciller —considerado hasta ahora un protegido del presidente, Xi Jinping— y nombrar en su lugar al veterano Wang Yi, que ocupó el cargo durante la década anterior. La única explicación que dio Pekín hace dos semanas para justificar su ausencia fue “por motivos de salud”.
Wang, que ha ocupado el puesto de Qin en diferentes ocasiones desde que este desapareció del mapa, ejerce en la actualidad como director de la Comisión de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista, un cargo jerárquicamente superior al de Qin en la compleja pirámide del poder de la República Popular. La escuetísima nota de Xinhua sobre el cese y el nombramiento no explica si el nuevo ministro ejercerá ambos cargos simultáneamente. El comunicado de la Asamblea está firmado por el presidente de la República Popular.
La situación de Qin sigue siendo un enigma. Tras más de 15 días sin pistas sobre el canciller, el Gobierno chino alegó el 11 de julio “motivos de salud” para argumentar que Qin Gang no acudiría a la cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) en Jakarta (Indonesia), según aseguró en una comparecencia rutinaria Wang Wenbin, portavoz del ministerio de Exteriores chino. Wang Yi fue en su lugar.
Esa fue la primera y única vez que se trató el asunto de forma pública. No ha habido desde entonces más noticias sobre este exembajador en Estados Unidos de 57 años, conocido por su verbo afilado y sus réplicas de guerrero lobo, como se suele denominar en China a los diplomáticos de corte más duro. Su situación tampoco ha sido tratada ni recogida ni cuestionada en los medios oficiales.
El golpe llega en un momento de frenesí diplomático de Pekín. En las últimas semanas, la capital de la República Popular ha recibido visitas clave de altos funcionarios estadounidenses en un intento de frenar el deterioro de las relaciones entre las dos superpotencias. La incertidumbre y la falta de pistas sobre Qin han alimentado mientras tanto una intensa especulación —las búsquedas con su nombre se han multiplicado en los buscadores chinos— y ha obligado a posponer varias visitas relevantes, como la del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, y la del ministro de Exteriores británico, James Cleverly.
La última vez que se le pudo ver en acto de servicio fue el 25 de junio. Iba vestido de traje y tenía buen aspecto en las imágenes oficiales. Ese día se reunió con los ministros de Exteriores de Vietnam, de Sri Lanka y con el viceministro de Exteriores ruso. Poco antes había mantenido la entrevista más importante desde que asumió el cargo, la de Antony Blinken, el primer secretario de Estado estadounidense en viajar al país en cinco años. “La relación entre China y Estados Unidos se encuentra en el punto más bajo desde su establecimiento”, le dijo Qin a su homólogo norteamericano.
Qin también estuvo presente al día siguiente en el cara a cara de Blinken con Xi, sentado a la izquierda del presidente chino, y por detrás de Wang Yi en riguroso orden protocolario. A partir de estos encuentros se ha abierto lo que parece una etapa de entente entre Washington y Pekín. Y desde entonces, por la capital de la segunda potencia económica han desfilado la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, a principios de julio; el enviado especial para el clima, John Kerry, y el centenario ex secretario de Estado, Henry Kissinger, la pasada semana. Qin no estuvo presente en ninguna de estas visitas.
En 2023 las jornadas de diplomacia china han seguido un ritmo extenuante. Tras el final de las férreas medidas antipandémicas en diciembre y la reapertura del país en enero, por Pekín han circulado líderes de medio mundo, del francés Emmanuel Macron al brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, pasando por el español Pedro Sánchez.
Con más de tres décadas al servicio de la cancillería china, Qin aterrizó en el cargo justo en ese instante de reapertura, con el telón de fondo de la invasión rusa de Ucrania y la pugna con Estados Unidos en carne viva. Cuando contaba poco más de un mes en el puesto, estalló la crisis del supuesto globo espía derribado por Estados Unidos, que arrastró las relaciones con Washington a una espiral descendente. Él acababa de regresar de la capital norteamericana, donde había ejercido casi dos años como embajador. En su primera intervención ante la prensa, después de ser nombrado ministro, advirtió a Estados Unidos de que, si no pisaba el freno, “seguramente” habría “conflicto y enfrentamiento”.
Qin se convirtió en un rostro conocido hace años por sus réplicas, a menudo tajantes, como portavoz de Exteriores. Estrechó los lazos con el presidente, Xi Jinping, mientras lo acompañaba por las capitales del mundo tras ser nombrado director general de protocolo. Un alto cargo de un Gobierno europeo que se ha cruzado con él lo define como “duro y directo”. En 2008, en una de sus comparecencias como portavoz —uno de los pocos espacios en los que se puede pulsar la opinión de Pekín sobre cualquier tema— un periodista le preguntó qué pensaba del último disco que había editado el grupo de rock estadounidense Guns N’ Roses, titulado Chinese Democracy. Qin respondió: “Hasta donde yo sé, no a mucha gente le gusta este tipo de música porque es demasiado alta y ruidosa. Por otro lado, es usted un adulto maduro, ¿no?”.
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