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Ganadores y perdedores de la crisis del techo de deuda: Biden sube y Trump baja

El presidente logra despejar el horizonte financiero con un acuerdo sin hacer apenas concesiones mientras que su antecesor y los republicanos radicales pierden su gran herramienta de presión al Gobierno

Joe Biden
El presidente Joe Biden, este jueves en la Casa Blanca.Alex Brandon (AP)
Miguel Jiménez

La congresista republicana Nicole Malliotakis, representante por Nueva York, citó el miércoles en el hemiciclo una canción de los Rolling Stones para defender el acuerdo al que había llegado su líder, Kevin McCarthy, con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden: “No siempre puedes conseguir lo que quieres” (You Can’t Always Get What You Want). En plena rebelión del ala dura del partido, la mayoría de los congresistas republicanos parecían resignados a apoyar una ley que supone un importante triunfo para Biden. El acuerdo suspende el techo de deuda (fijado en 31,38 billones de dólares) hasta 2025 a cambio de, entre otras medidas, un recorte de gasto de unos 140.000 millones de dólares.

McCarthy ha subrayado como gran logro haber forzado al presidente a sentarse a negociar. Que esa sea una de las principales concesiones de Biden da idea de lo bien parado que sale del trance. El presidente tiene despejado el horizonte financiero en lo que le queda de mandato, no ha ofrecido grandes contrapartidas y además se apunta la baza de un acuerdo con apoyo de los dos partidos, que le permite exhibir su centrismo y señalar a Donald Trump como un extremista. Jugada redonda.

Pocos podían imaginar a principios de año un desenlace tan feliz para el presidente. Cuando los ultras republicanos boicotearon una y otra vez la elección de Kevin McCarthy como presidente de la Cámara de Representantes (fue elegido en la 15ª votación), uno de los puntos en que pusieron más énfasis fue el techo de deuda. Para elevarlo, los congresistas de la facción republicana Freedom Caucus planteaban enormes recortes de gasto y lograron que McCarthy apoyase esa exigencia.

Ahora se han sentido traicionados. Han elevado el tono contra McCarthy, han hablado de rendición y de fracaso. Tienen la sensación de una oportunidad perdida. El techo de deuda era su principal herramienta de presión sobre el presidente. No van a tener nada igual en los dos años de legislatura. Y la han entregado a cambio, principalmente, de que Biden se siente a negociar.

“Washington está roto. Los republicanos han sido burlados por un presidente que no encuentra sus pantalones”, tuiteó como comienzo de un hilo demoledor sobre el acuerdo la representante por Carolina del Sur Nancy Mace.

Los demócratas presentaban la posición republicana como un chantaje, o más bien como un secuestro y sus propuestas de negociación como una nota de rescate de los rehenes. Biden exigía una ampliación del techo de deuda sin condiciones, rutinaria, como las que el Congreso ha aprobado tantas veces, entre otros a Donald Trump. Él tenía la experiencia de la larga y difícil negociación de 2011, cuando era vicepresidente de Barack Obama y los republicanos decidieron usar el techo de deuda como arma de negociación.

Biden recordaba que la negociación no avanzó en 2011 hasta llegar a la fecha límite, así que esta vez se plantó durante meses: elevar el techo de deuda es una obligación del Congreso, insistía, mientras sus equipos se preparaban. Cuando por fin accedió a reunirse con McCarthy, no había tiempo que perder. Con una negociación corta, ha evitado un desgaste innecesario.

En el discurso sobre el estado de la Unión de febrero, el presidente arrancó de forma algo informal e improvisada un compromiso de los republicanos, cuando estos negaron a voz en grito querer recortes de la seguridad social: “Me encantan las conversiones. Como aparentemente estamos de acuerdo, la seguridad social y Medicare ya están fuera de discusión, ¿verdad? ¡Tenemos unanimidad!”, dijo, provocando risas y aplausos entre los demócratas.

Los republicanos, mientras, lograron unirse en torno a una propuesta de recortes agresivos durante 10 años que derogaba algunas de las medidas estrella de la primera mitad del mandato de Biden, incluidos sus incentivos a la transición energética. No tenía ninguna posibilidad de ser aprobada en el Senado, pero retrataba las ambiciones republicanas y contentaba a su ala ultra.

Cuando la negociación empezó, el equipo de Biden se esforzó en encontrar en los presupuestos partidas de gasto sin ejecutar (y que no tenían visos de usarse) para que McCarthy pudiera presentárselas a los suyos como conquistas. Ese cajón de sastre incluía un gran fondo para hacer frente a la pandemia, pero también pequeños restos de otros programas, cuya cancelación llena páginas de la ley. Los negociadores también encontraron la forma de presentar los recortes de forma que aparenten ser mucho mayores de lo que son. La oficina presupuestaria del Congreso, un organismo independiente, evalúa los efectos de las políticas en 10 años, pero los recortes se han aprobado para solo dos años, otro triunfo demócrata, y se quedan por debajo del 0,5% del PIB.

McCarthy intervino en el hemiciclo para defender el acuerdo el miércoles y planteó el asunto del gasto público de forma filosófica, como un “problema moral”. “Puede que [la ley] no incluya todo lo que necesitamos hacer”, reconoció. Mencionó la supresión de partidas como un logro, pero se detuvo poco en recortes concretos y cantó victoria por haber hecho a Biden negociar. “Hemos impedido que los demócratas extendieran un cheque en blanco para gastar más, tras el mayor atracón de gasto de la historia de Estados Unidos. Hemos usado el poder que teníamos para obligar al presidente a negociar”, dijo.

Pese a la mayoría republicana, la ley logró mucho más apoyo demócrata en la votación. A Biden y su equipo le preocupaba que McCarthy no fuera a ser capaz de lograr que los suyos aprobasen el acuerdo. El presidente intentaba no vender la piel del oso antes de cazarlo. El lunes, en la explanada sur de la Casa Blanca, ante un pequeño grupo de periodistas, se sinceraba a medias: “Una de las cosas que oigo decir a algunos de ustedes es: ‘¿Por qué Biden no dice lo buen acuerdo que es?’ ¿Por qué iba a decir lo bueno que es antes de la votación? ¿Creen que eso me ayudará a aprobarlo? No. Por eso ustedes no negocian muy bien. En fin”.

Preservar la sanidad y más gasto en defensa

Biden ha logrado preservar la seguridad social y la atención sanitaria, ha concedido a los republicanos un aumento del gasto en defensa que también le viene bien en plena guerra de Ucrania, ha mantenido sus incentivos a la transición energética y la quita en los préstamos a estudiantes (pendiente de los jueces).

¿Cuáles han sido sus principales cesiones? Aparte del hecho en sí de negociar, hay tres puntos que han irritado a parte de los demócratas. Uno es la agilización de los permisos para la construcción de un gasoducto en los Apalaches, a la que se oponen los ecologistas, pero que era un compromiso asumido por Biden para sacar adelante la ley de Reducción de la Inflación (IRA) para ganarse entonces el voto de Joe Manchin, senador demócrata por Virginia.

Y, en cuanto a gasto, las dos partidas que más han centrado el debate son los fondos para el IRS, la agencia tributaria, y las ayudas para alimentación. La IRA aumentó en 80.000 millones de dólares la financiación del IRS para reponer administrativos, digitalizar el servicio y realizar otras mejoras al tiempo que aumentar la vigilancia contra el fraude de las grandes empresas y las rentas muy altas. Los republicanos construyeron una falsa narrativa de que ese dinero era para contratar un ejército de inspectores y crujir a los contribuyentes, así que se había convertido en una partida clave.

En su propuesta inicial, los republicanos suprimían esa partida íntegramente; en el acuerdo, el recorte ha quedado en 20.000 millones. Pero quedan 60.000 millones y la agencia tiene flexibilidad para gastar parte de ese dinero antes de lo previsto. “La Agencia Tributaria dispone de los recursos necesarios a corto plazo para mejorar el servicio al cliente y perseguir a los evasores fiscales ricos y corporativos”, ha tuiteado el vicesecretario del Tesoro, Wally Adeyemo.

Los republicanos exigían poner coto a las ayudas para alimentación alegando que se estaba tirando el dinero desincentivando a la gente a buscar un trabajo. Para disgusto de los demócratas, se han endurecido esos requisitos de trabajo o búsqueda de empleo para parte de los beneficiarios, pero a cambio la Casa Blanca ha eximido a veteranos, personas sin hogar y beneficiarios con cargas familiares. El resultado es que ese recorte que tanto pedían los republicanos y criticaban los demócratas supone al final 78.000 beneficiarios más y 2.100 millones de más gasto, según la oficina presupuestaria del Congreso. “No voy a votar a favor de ampliar las prestaciones sociales”, decía Mace.

Tras años de gasto, déficit y deuda récord por la pandemia, Estados Unidos necesita un ajuste fiscal. Los recortes aprobados reducirían el déficit en 1,5 billones en caso de ser aplicados a lo largo de 10 años, son menores de los que recomiendan los expertos y su efecto sobre la economía será mínimo.

McCarthy ha salvado el tipo al lograr que dos tercios de los representantes republicanos apoyen la ley, pero para él resulta algo embarazoso que el apoyo de los demócratas haya sido mucho más rotundo. Y con una política tan polarizada como la que propugna sobre todo el Partido Republicano tampoco le ayuda demasiado que Biden esté elogiando continuamente su buena fe en la negociación, lo honesto y respetuoso que ha sido y lo bien que se han llevado. Al tiempo, ha demostrado que no es tan rehén del ala dura del partido como se pensaba y ha evitado pasar a la historia como el líder del Congreso que provocó el primer impago en la historia de Estados Unidos.

Obviamente, en caso de impago, Biden no habría podido eludir que se le responsabilizase. Aunque fuera un desastre para el país, para sus potenciales rivales en las elecciones de 2024 una profunda crisis económica habría sido un regalo. Para el presidente, el desenlace es casi mejor que si le hubiesen aprobado el aumento del techo de deuda sin condiciones.

Ni siquiera necesita decir que ha ganado por goleada, él sale beneficiado de que se le perciba como centrista, eficaz, capaz de sacar adelante acuerdos cuando todos le minusvaloran. Este sábado ha firmado la ley. El viernes, desde el Despacho Oval de la Casa Blanca dio un discurso solemne: “La única manera de que la democracia estadounidense funcione es mediante el compromiso y el consenso”, dijo. “La aprobación de este acuerdo presupuestario era fundamental. Lo que estaba en juego no podía ser mayor”. Y pareció citar también a los Rolling Stones: “Nadie consiguió todo lo que quería, pero el pueblo estadounidense consiguió lo que necesitaba”. “Hemos evitado una crisis económica y un colapso económico”, subrayó.

Biden tuvo ocasión de volver a presentarse como un presidente moderado que logra resultados, en contraste con Trump, uno de los grandes perdedores de que haya acuerdo. Aprovechó el discurso para recordar que su antecesor elevó la deuda en ocho billones y aumentó el déficit cada año, pero sobre todo, pasó factura a unas recientes declaraciones de Trump (”voces extremistas”, las llamó) que parecían incitar al impago: “Nada habría sido más irresponsable. Nada habría sido más catastrófico”.

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Sobre la firma

Miguel Jiménez
Corresponsal jefe de EL PAÍS en Estados Unidos. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactor jefe de Economía y Negocios, subdirector y director adjunto y en el diario económico Cinco Días, del que fue director.

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