Una llamada de larga distancia y largo recorrido
Ignoramos si este paso de Xi supondrá un punto de inflexión en la guerra, pero en cualquier caso sí lo será en la implicación china en la búsqueda de soluciones políticas
La conversación telefónica del pasado miércoles entre Xi Jinping y Volodímir Zelenski ha sido una iniciativa muy reclamada y esperada. Que el presidente chino haya accedido tiene un importante significado. En parte porque supone que detrás de él hay una orfebrería diplomática muy trabajada. También porque indica que Xi ha decidido dar un paso adelante para implementar su guía de los 12 puntos al entender que se dan las condiciones precisas para ello. Que Xi se avenga a valerse de los buenos oficios de un mediador, su representante especial para Asuntos Euroasiáticos, Li Hui, pudiera indicar que no hay marcha atrás en esa implicación. En este sentido, el gesto no puede ser considerado un brindis al sol, sino un compromiso que ahora le exigirá remangarse. En ese proceso, cabe pensar que no actuará solo; se apoyará en la implicación de terceros en una lista que, de la mano del presidente Lula, podría crecer en las próximas semanas.
Es mucho el escepticismo a vencer, pero que la llamada se haya producido indicaría también una valoración positiva de cierta receptividad advertida en Kiev. Zelenski siempre ha sido especialmente prudente en relación a Pekín, con quien podrá establecer una interlocución más directa y más profunda, también más normalizada.
¿Por qué ahora? ¿Introduce algún matiz en la proximidad de Pekín al Kremlin? Tras ameritar que no libra armas letales a Rusia o anunciar más implicación en la ayuda humanitaria a Ucrania, la posición expresada por Xi anhela recuperar y visibilizar cierto equilibrio. Pero la larga distancia de la llamada es en este caso sinónimo de largo recorrido. Queda por delante mucho por hacer para que se pueda abrir paso una dinámica seria de negociación. No esperemos resultados inmediatos. El primer desafío es parar el reloj de la próxima escalada.
Por otra parte, tampoco va a suponer debilitamiento alguno de la relación Moscú-Pekín, muy fortalecida en lo comercial, en parte por las sanciones occidentales. El mutuo compromiso para establecer un contrapeso estratégico a los intereses de Occidente va mucho más allá de los matices que puedan deducirse de este episodio.
Y el contexto importa. No debiéramos pasar por alto que la iniciativa ha tenido lugar en un marco especial: con la previa y espectacular mediación Riad-Teherán y el llamado a las partes en el conflicto palestino-israelí, el lanzamiento de varias iniciativas globales (seguridad, desarrollo, etc.) o el reforzamiento de acrónimos como los BRICS o la OCS, a las puertas de nuevas e importantes ampliaciones que se concretarán en las próximas semanas. La efervescencia diplomática china, llamada a suplantar a actores con mayores méritos, avanza a pleno pulmón para elevar su papel en ámbitos que no son de su tradicional influencia. Después de Oriente Medio, Xi pondrá aquí de nuevo a prueba la capacidad de apaciguamiento de Pekín.
Y podría tener un mensaje añadido en tiempos de zozobra en el estrecho de Taiwán. A fin de cuentas, difícilmente explicable sería que mientras dice trabajar por la paz en Europa se apreste a desatar una crisis bélica en el Estrecho. Valdría la pena reflexionar sobre ello antes de alimentar más las tensiones apresurando el envío de nuestros buques militares a 10.000 kilómetros de las costas europeas.
Ignoramos si este paso de Xi supondrá un punto de inflexión en la guerra, pero en cualquier caso sí lo será en la implicación china en la búsqueda de soluciones políticas. Eso sí, se hará con un enfoque diferente al occidental, una premisa que hoy día pesa y mucho en la visibilización de la diplomacia china y de su empeño por dar forma a ese nuevo orden global “en construcción”.
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