Concluye la consulta en la que Orbán pide a los ciudadanos que rechacen el castigo a Rusia: “¡Las sanciones de Bruselas nos están arruinando!”
El Gobierno ultraconservador de Hungría cierra un proceso de dudosa validez sobre las medidas acordadas en la UE frente a Moscú
Mientras al otro lado de la frontera Ucrania sufre bombardeos permanentes, el Gobierno ultraconservador de Viktor Orbán sembró Hungría este otoño de carteles publicitarios con un misil en caída libre y un mensaje: “¡Las sanciones de Bruselas nos están arruinando!”. Con esa insólita metáfora bélica en un contexto de guerra real, el Ejecutivo promociona una consulta nacional que ha terminado este viernes, con la que busca legitimar su rechazo a las sanciones de la UE contra Rusia, en un momento en el que Bruselas prepara el noveno paquete de medidas. Pese a la escasa validez científica y democrática del ejercicio, es previsible que el líder de Fidesz presente un resultado que le sirva de espaldarazo a su oposición a los castigos europeos a Moscú.
Hungría está en una situación económica crítica. La inflación ha escalado hasta el 22,5% en noviembre, la más alta de la UE, y la divisa nacional, el forinto, ha caído más del 15% frente al dólar y el euro. Además, Bruselas ha exigido suspender 7.500 millones de euros de fondos europeos a Budapest por el deterioro del Estado de derecho y la corrupción. Con unas finanzas públicas que se tambalean, “el Gobierno decide atribuir todas las dificultades a la guerra, a Bruselas y a las sanciones, para evitar que la culpa recaiga en él”, analiza en su oficina en Budapest András Bíró-Nagy, director del think tank Policy Solutions.
El portavoz internacional del Gobierno, Zoltán Kováks, insiste en su despacho del imponente edificio del Gabinete del primer ministro en el mensaje de que “las sanciones están matando la economía europea y son una completa ruina para la economía húngara”. Con la consulta, el Gobierno busca “reforzar la posición húngara para cualquier plan futuro que provenga de Bruselas”, explica, pero también, “revisar la política existente”. “No tiene sentido mantener sanciones que son muy dañinas”, subraya.
Orbán ha presumido de que Hungría es el primer país que pregunta a los ciudadanos sobre el castigo a Rusia. Los húngaros han recibido una carta en su domicilio con siete preguntas a las que se responde con sí o no, que podían devolver rellenas hasta este viernes por correo postal. La experta en democracia directa y estudios electorales Anna Unger, de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad ELTE, resume su opinión sobre la validez científica del cuestionario: “Si lo hubiese escrito un estudiante de sociología, estaría suspendido”.
Las preguntas “extremadamente dirigidas”, según Unger, “proponen posiciones extremas entre las que elegir”. La primera cuestión, por ejemplo, plantea: “Un embargo en el petróleo para nuestro país [Budapest logró una exención respecto a la aplicación de ese castigo cuando se aprobó] conduciría a Hungría a graves problemas de suministro y sería una enorme carga para la economía. ¿Está de acuerdo con las sanciones al petróleo de Bruselas?”. Para Unger, la consulta representa un ejercicio “de falsa democracia”. “Una trampa, un fraude, una estafa”, continúa con énfasis.
“Copian instrumentos democráticos”
En 12 años de Gobierno de Fidesz, esta es la consulta número 12 que lanza el Ejecutivo. “Es parte del aprendizaje del autoritarismo: se vuelven exitosos copiando instrumentos democráticos. Como buenos populistas, buscan reconectar con el pueblo”, expone Zoltán Tibor Pallinger, experto en democracia directa y rector de la universidad germanoparlante Andrássy Universität Budapest (AUB).
Orbán ha ensayado el instrumento con temas económicos y sociales, como las pensiones o las restricciones por la pandemia, pero es notorio su uso con asuntos fuertemente ideologizados, como la consulta que en 2015, en plena crisis de los refugiados, ligaba la migración con el terrorismo. En 2017 lanzó otra titulada “Stop Brussels (parad a Bruselas)”, en la que acusaba a la Comisión Europea de querer meter migrantes en situación irregular en Hungría. El mismo año puso en marcha también la del ”Plan Soros”, en la que aseguraba que George Soros, filántropo estadounidense de origen húngaro convertido en enemigo público número uno por el Gobierno de Orbán, quería que Hungría diese a cada migrante nueve millones de forintos (unos 21.800 euros) en ayudas sociales.
Los expertos acusan al Gobierno de manipular y extender falsedades tanto en las consultas como en las campañas que las acompañan. En su entrevista semanal de los viernes con la radio pública, Orbán afirmó el 18 de noviembre: “Hungría nunca ha apoyado las sanciones, nunca las hemos votado”, y después matizó: “Tras obtener exenciones, no votamos en contra de las sanciones, permitiendo que salieran adelante”. Sin embargo, las decisiones sobre los castigos económicos en el Consejo de la UE, el órgano que reúne a los Gobiernos de los Estados miembros, se han tomado siempre por unanimidad, pese a las dificultadas planteadas por Hungría en las negociaciones.
El Gobierno ultraconservador cuenta con el apoyo de una tupida red de periódicos locales y radios regionales afines, junto a la televisión pública, para difundir su mensaje. “Todo su imperio mediático puede hablar de las sanciones”, señala Bíró-Nagy, que opina que con esta campaña el Ejecutivo “establece la agenda política para todo el otoño”.
“Esta guerra ha demostrado que la maquinaria mediática de Fidesz es muy eficaz en la formación de la opinión pública”, advierte el analista. Según una investigación del think tank Political Capital publicada este lunes, la mitad de los votantes de Fidesz cree que Hungría no votó por las sanciones. Otra encuesta del Nézőpont Institute, cercano al Gobierno, mostraba en octubre que la mitad de los húngaros (el 70% de quienes votan a Orbán) cree que las sanciones hacen más daño a Europa que a Rusia, uno de los mensajes centrales de la campaña.
El objetivo general de la consulta es “movilizar internamente a los votantes de Fidesz y hacia fuera, mostrar legitimidad democrática para luchar contra Bruselas”, apunta Pallinger. De origen suizo, donde la democracia directa es un asunto serio, el rector opina que “en Hungría es lo contrario”. “Logran polarizar a una sociedad muy dividida y unir a sus votantes” y es a la vez “una forma de desviar la atención de asuntos más importantes”.
Sobre si la relación del Gobierno húngaro con el Kremlin, de quien sigue dependiendo energéticamente, tiene que ver con la oposición a las sanciones, Unger no duda: “No veo otro motivo posible”. Además, “ir a la contra es una estrategia política muy importante para Orbán: crea un conflicto en el que él se convierte en el libertador que lucha por Hungría”, señala. Con todo, recuerda que una cosa es lo que el Gobierno dice y otra, lo que hace, como en el mismo caso de las sanciones, sobre las que tiene un discurso duro en casa, pero que luego termina adoptando en Bruselas.
Mientras los ciudadanos han visto cómo se disparaban sus facturas energéticas y los alimentos en un 65,9% y un 43,8%, respectivamente, y los Ayuntamientos han tenido que cerrar teatros, piscinas o bibliotecas, para ahorrar en la calefacción, Orbán y su equipo se han empeñado profusamente en atribuirlo a las sanciones. Esta semana, el gobernador del banco central, György Matolcsy, refutó sin embargo que la subida de los precios sea por la guerra y las sanciones, y aseguró que la explosión de los precios de la energía empezó en 2021, y que el 80% de la inflación del país, en grave riesgo de crisis, proviene de ahí. La Comisión Europea también replicó a Budapest este jueves que el veto al petróleo ruso, en vigor desde el lunes, no afecta al país y no está relacionado con los problemas de suministro de gasolina que sufre.
La consulta no termina con el cierre del plazo hoy para el envío de respuestas. El colofón será el anuncio de los resultados y una campaña para difundirlos. “Es brillante: es un bucle cerrado”, opina Zallinger. Es previsible que den altos porcentajes de aprobación, como es habitual, pero como denuncia el experto, “se desconoce la metodología y no hay forma de comprobar si los números que dan son reales”. En un despacho profusamente decorado con paredes tapizadas en seda y molduras en techos y muros, Pallinger concluye que este supuesto ejercicio democrático “es manipulador, no es científico, no es serio”.
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