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El ‘palacio’ de la familia Orbán se erige como símbolo de la corrupción en Hungría

Las sospechas y las conexiones millonarias en torno a la propiedad ilustran un sistema que ha recibido un castigo sin precedentes en la UE

Palacio de la familia Orbán Hungría
Imagen aérea de las construcciones en la finca de Hatvanpuszta de la familia Orbán. Ákos Hadházy
Gloria Rodríguez-Pina (ENVIADA ESPECIAL)

A unos 40 kilómetros al oeste de Budapest, una imponente finca de 13 hectáreas con un complejo de edificios en construcción se ha convertido en un símbolo de opulencia y corrupción en Hungría. El “palacio de Orbán”, como lo llama el diputado independiente Ákos Hadházy, se erige sobre suelo a nombre del padre del primer ministro ultraconservador, rodeado de algunos terrenos del hombre más rico del país, un amigo de la infancia de Viktor Orbán. Las sospechas, la opacidad y las conexiones millonarias cercanas al más alto poder político que envuelven la propiedad de Hatvanpuszta funcionan como alegoría del sistema que ha desencadenado esta semana un castigo sin precedente en la UE: la propuesta de la Comisión Europea de congelar 7.500 millones de euros de fondos comunitarios al país por la corrupción y el deterioro del Estado de derecho.

La prensa independiente lleva desde 2012 observando cada movimiento en la finca por tierra y aire, construyendo un relato que recuerda al presunto palacio secreto de Vladímir Putin a orillas del mar Negro. Numerosos reportajes dan cuenta de una suntuosa biblioteca con artesonado de madera, un garaje subterráneo, placas solares, apartamentos de servicio, huerto, establos... Desde la pista de tierra por la que se llega desde una carretera secundaria, al otro lado de las vallas, se ve parte de las cuatro edificaciones principales con techo abovedado gris sobre paredes blancas y ventanas de madera. Dos de ellas reconstruyen las antiguas caballerizas del archiduque José Antonio de Austria. Un arco con dos pabellones de portería en la entrada sin terminar sugiere la idea de lujo y alta seguridad.

El primer ministro siempre se ha desligado del proyecto, que atribuye a los negocios de su padre. Babbet Oroszi, periodista de investigación que ha rodado un documental sobre la propiedad, está convencida de que “antes o después, Orbán vivirá allí”. “Hay indicios de que Orbán es el dueño de Hatvanpuszta”, dice, aunque reconoce que no tienen pruebas sólidas. Lo que sí está demostrado es que el suelo está a nombre de Gyozo Orbán, que durante unos años lo tuvo alquilado a Lorinc Meszaros, supuestamente para guardar maquinaria agrícola. Este, a su vez, compró algunos terrenos que rodean las instalaciones, explica Oroszi en la productora audiovisual en la que trabaja, en un edificio art decó de Budapest con enormes ventanales.

Meszaros es un apellido que sale en todas las conversaciones sobre corrupción y oligarcas en Hungría, por las sospechas que generan la gran cantidad de contratos públicos que consigue y por su relación con el primer ministro. Este antiguo compañero de clase de Orbán ha pasado en la última década de gestionar una empresa de instalación de gas a ser el hombre más rico del país, según la lista Forbes. Cuando en 2017 le preguntaron a qué atribuía su enorme éxito, respondió: “A Dios, a la suerte y a Viktor Orbán”.

La declaración de bienes de Orbán muestra a una persona sin ahorros y con dos propiedades, una vivienda en Budapest y otra en su pueblo, Felcsút, del que fue alcalde Meszaros y que se encuentra a unos siete kilómetros de la finca. Es una modesta casa blanca con jardín de una planta y buhardilla con tejado a dos aguas, que el diputado Hadházy, una de las voces más críticas con la corrupción que emana de los círculos de poder, describe como puro marketing. Está a escasos pasos de un estadio de fútbol faraónico de 3.500 asientos para una aldea de 2.000 habitantes, construido en un terreno a nombre de la esposa de Orbán. Hadházy, que hace de guía en este particular tour, documenta con su móvil cada paso y muestra dos obras en curso con cofinanciación europea de empresas del exalcalde: una escuela y un lago artificial con una isla, un puente y un restaurante. Ya cerca de Hatvanpuszta, la última parada es un club de golf que el padre de Orbán compró a Sándor Csányi, presidente del banco OTP y segunda persona más rica, según Forbes, y que ahora alquila y gestiona Meszaros.

Empresas conectadas

En una comunicación remitida al Consejo de la UE, el órgano que reúne a los países miembros, la Comisión Europea alerta sobre la adjudicación de contratos a empresas específicas que gradualmente han ido ganando grandes cuotas de mercado y ve un aumento en las posibilidades de ganar contratos de las firmas conectadas con actores del partido en el poder, Fidesz. Un trabajo del Centro de investigación de la corrupción de Budapest señala que el 21% de los fondos europeos desde que Orbán llegó al poder han quedado en manos de apenas 42 empresas. El director de esta organización independiente define Hungría como “una cleptocracia”. “El objetivo principal de estos sistemas es ser favorable al líder político y tener a todas las instituciones trabajando en ello”, añade Itsván Janos Toth.

El primer ministro habla a menudo en sus discursos de lo que ha denominado “sistema nacional de cooperación” (NER, en sus siglas en húngaro), como un modelo económico y de gobernanza, explica Marta Pardavi, copresidenta de la Fundación Helsinki, una organización de defensa de los derechos humanos que también trabaja en el ámbito del Estado de derecho. “El NER se muestra de varias formas: una de ellas es la economía, con personas que eran desconocidas y se han convertido en extremadamente ricas en los últimos 10 años, no se sabe cómo”, apunta.

En la familia Orbán no solo el patriarca destaca en los negocios. La familia ingresó 15.000 millones de forintos (36 millones de euros) en los últimos siete años de las empresas mineras del padre y las compañías del yerno, según una investigación periodística recogida por Transparencia Internacional. “Son listos; el padre nunca ha ganado un contrato público, pero sus empresas participan como subcontratas”, explica Toth.

Al esposo de la hija mayor del dirigente, Itsván Tiborcz, se le conoce en el país por el escándalo Elios, de 2018, un sonado caso de corrupción con fondos europeos investigado por la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude (OLAF). La entidad observó irregularidades graves en las operaciones de la empresa en la que Tiborcz tuvo participaciones y que ganó contratos por valor de 40 millones de euros para iluminación pública. Desde entonces, el yerno se ha centrado en otros sectores como el inmobiliario de lujo, el turismo y la banca.

Las ONG anticorrupción y la oposición denuncian la inactividad del ministerio público en este terreno y creen que para garantizar la justicia es crucial que Hungría se una a la Fiscalía europea. “El fiscal general es devoto de Orbán y ha sido nombrado para un largo mandato”, señala el experto Aron Hajnal en una sala de reuniones de la Universidad Corvinus, donde ha investigado la relación entre corrupción y declive democrático. “En regímenes híbridos a menudo existen estrategias y legislación anticorrupción, pero en ausencia de instituciones democráticas que funcionen bien (como una Fiscalía imparcial) son ineficaces contra la corrupción de alto nivel”, explica.

El ministro que ha llevado las negociaciones con la UE, Tibor Navracsics, defiende la independencia del ministerio público. Sobre la riqueza que acumulan personas muy cercanas al primer ministro y la imagen que proyecta, responde que Orbán “tiene amigos, algunos ricos y otros pobres”. “Si hay alguna actividad delictiva, las ONG pueden mostrar las pruebas y presentar un recurso penal o iniciar una investigación”, zanja.

Navracsics ha defendido ante Bruselas las medidas emprendidas por Hungría para reducir la corrupción, pero estas no han convencido a la Comisión, que recomienda suspender fondos que considera en riesgo si se transfieren a Budapest. Con una inflación superior al 21% y una situación económica límite donde el malestar ha cristalizado en protestas de docentes —que esta semana se han reavivado—, esa financiación resulta crucial. Las voces críticas creen que los compromisos alcanzados con Bruselas son insuficientes. “El sistema está tan engrasado que ya no les hace falta hacer trampa. Los amigos de Orbán son los más ricos del país. Gracias, UE, pero es un poco tarde”, ironiza Oroszi.

El parlamentario Hadházy, un veterinario metido a político que se salió de Fidesz en 2013 para denunciar la corrupción y vive volcado en esa cruzada, ha sobrevolado Hatvanpuszta en avioneta cinco o seis veces. Ante la insistencia en preguntarle si cree plausible que no sea más que un proyecto empresarial del padre del primer ministro, responde: “Da igual. Costó una fortuna y cualquiera que sea el fin, no viene de fuentes claras”. “Es una cadena: Meszaros gana licitaciones de obras públicas que se financian en buena parte con dinero europeo. Después le encarga el material al padre de Orbán. Este obtiene un gran margen de beneficios y se construye edificios como los que acabamos de ver”, resume, a modo de esquema sobre esa tupida red, en el viaje de vuelta a Budapest.

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