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Ecologistas alemanes que aceptan la nuclear, el carbón y el envío de armas: renunciar a los dogmas beneficia a Los Verdes

El partido de los populares ministros Habeck y Baerbock amplía su poder regional y mantiene el segundo lugar en intención de voto por delante de los socialdemócratas de Scholz

Elena G. Sevillano
Los ministros verdes de Exteriores, Annalena Baerbock, y Economía y Clima, Robert Habeck, junto al canciller Olaf Scholz (derecha) en una reunión del Gabinete el 12 de octubre.
Los ministros verdes de Exteriores, Annalena Baerbock, y Economía y Clima, Robert Habeck, junto al canciller Olaf Scholz (derecha) en una reunión del Gabinete el 12 de octubre.ANNEGRET HILSE (REUTERS)

Alemania está quemando cantidades ingentes de carbón, el más contaminante de los hidrocarburos, para producir electricidad. Está enviando armas pesadas a un país en guerra, Ucrania, algo que hasta hace unos meses era el mayor de los tabúes. Va a destinar 100.000 millones de euros para modernizar un Ejército que llevaba décadas infrafinanciado. Las últimas centrales nucleares, que debían apagarse para siempre el 31 de diciembre, seguirán funcionando al menos unos meses más. Y todo ello con Los Verdes, un partido de profundas raíces pacifistas y ecologistas, en el Ejecutivo de coalición que encabeza el socialdemócrata Olaf Scholz. Se produce una aparente paradoja: las dolorosas concesiones que han tenido que hacer desde que gobiernan no solo no les perjudican entre sus votantes, sino que les han aupado en las encuestas.

Enterrados los dogmas, el pragmatismo domina la formación. La receta ha venido impuesta por la situación internacional, con una guerra en Europa y una crisis energética que amenaza con gripar el motor industrial alemán y sacar a la calle a quienes se ven incapaces de pagar las facturas. Pero el caso es que funciona. Tanto que el partido verde está capitalizando los éxitos de la coalición gubernamental sin apenas sufrir desgaste por los errores. Si hoy se convocaran nuevas elecciones generales, conseguiría el voto de entre un 20 y un 22% de los alemanes, según distintos pronósticos. Los Verdes llevan meses instalados en el segundo puesto en intención de voto, por detrás de los democristianos y superando ampliamente a los socialdemócratas.

Todas las elecciones regionales que se han celebrado desde los últimos comicios federales, en septiembre del año pasado, les han reportado resultados espectaculares. En Renania del Norte-Westfalia, el land más poblado del país (18 millones de habitantes), prácticamente triplicaron sus apoyos, al pasar del 6,5% de 2017 al 18,3% del pasado 15 de mayo. En Schleswig-Holstein, una semana antes, superaron a los socialdemócratas y son ya la segunda fuerza del Parlamento. Y hace unos días alcanzaron un resultado histórico en Baja Sajonia, otro de los grandes Estados, con el 14,5% de las papeletas. Cinco años antes habían obtenido el 8,7%. Si, como parece, entran en el Ejecutivo de Baja Sajonia en coalición con los socialdemócratas, tendrán presencia en los gobiernos de 12 de los 16 Estados federados.

Pragmatismo y lealtad a la coalición

Pocos de los que fundaron el partido hace 42 años podrían haberlo imaginado. Pero desde entonces la metamorfosis de Los Verdes ha sido progresiva e imparable, “radical”, como dice Ulrich von Alemann, profesor emérito de Políticas en la Universidad Heinrich Heine de Düsseldorf. En su fundación, los valores quedaban ordenados así: primero, ecologismo; segundo, pacifismo; y tercero, feminismo. Hoy se han invertido, según el politólogo, con el feminismo en una posición preponderante, seguido del pragmatismo y de la lealtad y el apoyo al Gobierno de coalición con socialdemócratas y liberales. Así se desprende de las mociones votadas hace unos días en el congreso de Los Verdes, celebrado en Bonn. Hubo debate, y muy encendido, entre quienes lamentan que el partido se esté alejando de su esencia, y la corriente pragmática. Pero las votaciones mostraron a las claras cuál es la visión mayoritaria: todas las mociones impulsadas por el ministro de Economía y Clima, Robert Habeck, y la ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, acabaron siendo respaldadas por la amplísima mayoría de los delegados.

Habeck y Baerbock, las estrellas del partido, se han convertido también en las caras y las voces del Gobierno. Mejor valorados que Scholz durante meses —el canciller acaba de empatar con Baerbock en la encuesta de la televisión pública ZDF—, han sabido explicar por qué apoyan decisiones controvertidas en Alemania y entre sus votantes como el envío de armas a Ucrania o la puesta en marcha de centrales de carbón ya jubiladas. Solo la valoración de Habeck ha caído últimamente, en línea con el desgaste que está sufriendo el Gobierno ante una crisis que podría empeorar durante los próximos meses de invierno por la escasez del suministro de gas, la inflación y la amenaza de recesión. Ni siquiera la renuncia al apagón nuclear, que se encuentra en el ADN del partido, ha hecho excesiva mella en los ministros verdes.

Los votantes también han cambiado

La explicación, apunta el politólogo Peter Matuschek, investigador del instituto demoscópico Forsa, está en que sus votantes también han cambiado. “La resistencia a usar energía nuclear ya no es la que era. Los votantes son mucho más pragmáticos que hace unos años”, asegura. Varias encuestas realizadas antes de las elecciones de Baja Sajonia mostraron que hasta un 70% de la población estaba a favor de permitir que la central de Emsland —una de las tres últimas que quedan abiertas, y que según el calendario nuclear pactado hace una década debían cerrar este 31 de diciembre— siguiera produciendo electricidad el año que viene. “Los Verdes no se beneficiarían en absoluto de la oposición a alargar la vida de las nucleares, porque la gente cree que en estos momentos hay que usar lo que sea. La ideología ya no importa”, añade.

La energía nuclear ha protagonizado uno de los momentos más tensos de la coalición en sus 10 meses de vida. Los liberales, partidarios de dejar que las centrales funcionen como mínimo hasta 2024 e incluso de volver a poner en marcha las cerradas el año pasado, rechazaban el plan de Habeck de permitir una prórroga solo a dos de las tres nucleares hasta abril. El bloqueo, arrastrado durante semanas, amenazaba con hacer saltar las costuras de la coalición. Finalmente, Scholz hizo uso de una prerrogativa del canciller que se emplea en rarísimas ocasiones y a la que él, de hecho, había prometido no recurrir. En el ejercicio de su autoridad, informó por carta a sus socios de su decisión: las tres centrales seguirán abiertas, pero solo hasta abril. Los liberales se mostraron encantados y lo vendieron como un triunfo; Los Verdes, en cambio, lo aceptaron diciendo que podían tolerarlo. En realidad todos salvaron la cara. La línea roja, esa que nadie cree que Los Verdes puedan cruzar, sería la compra de nuevas barras de combustible. Y esa, por ahora, está descartada.

Los alemanes resisten la fatiga bélica

Ni la inflación (del 10% en septiembre) ni los precios de electricidad y gas que poco a poco van trasladándose a los hogares están cambiando la opinión de los alemanes sobre el papel que debe desempeñar Berlín en la invasión de Ucrania. La llamada fatiga bélica no se aprecia en las encuestas. El apoyo a Kiev no solo se mantiene, sino que aumenta ligeramente en los sondeos periódicos que publica la televisión pública ZDF.

El 74% de los encuestados dicen estar dispuestos a mantener ese apoyo pese a los elevados costes energéticos que provoca en Alemania. En julio eran el 70%; en agosto, el 71%. Una mayoría de alemanes (54%) todavía describen su situación económica actual como "buena" pero las perspectivas para dentro de un año son pesimistas. Solo el 9% espera una mejora, mientras el 43% teme que su situación empeorará. 

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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