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La escalada de la guerra de Rusia en Ucrania tensa la unidad de la UE

Los Veintisiete buscan acuerdos para afrontar las elevadas facturas energéticas mientras tratan de sortear las divisiones internas latentes

Ursula von der Leyen
Desde la izquierda, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el primer ministro de Luxemburgo, Xavier Bettel; la primera ministra danesa, Mette Frederiksen; el canciller alemán, Olaf Scholz; y el primer ministro de Letonia, Krisjanis Karins, este jueves en la cumbre en Bruselas.LUDOVIC MARIN (AFP)
María R. Sahuquillo

Las temidas tensiones derivadas de la guerra de Rusia en Ucrania empiezan a afectar a la unidad de la UE. La batalla energética del Kremlin contra la Unión y las diversas formas de abordarla están haciendo mella en la coordinación de los Veintisiete. A las turbulencias derivadas de la crisis de los altos precios del gas y la electricidad, que los líderes europeos tratan de acotar en la cumbre del Consejo Europeo que se celebra en Bruselas, se suman nuevas variables que están dificultando el frente común y que, pase lo que pase en la capital comunitaria, permanecen latentes: la debilidad del eje franco-alemán, que ha funcionado como motor de tracción para empujar el club comunitario, pero que se está resintiendo por los desafíos de la guerra; la postura de Berlín, muy centrada en la política nacional y en solventar a golpe de chequera la crisis de los altos precios, aun a riesgo de dejar tocado el mercado único europeo; los problemas del presidente francés, Emmanuel Macron, que se ha visto forzado a aprobar sus presupuestos por decreto, y los incesantes problemas del (todavía por formar) Gobierno italiano de ultraderecha, que cada vez puede disimular menos sus posiciones pro-Rusia.

A esa ecuación se suman la inestabilidad en el Reino Unido —la primera ministra, Liz Truss, ha durado solo 44 días—, el riesgo de una batalla comercial con Estados Unidos y una China cada vez más asertiva. Los líderes celebran su segunda cumbre en dos semanas con el objetivo complejo de sacar adelante nuevas medidas para intervenir el mercado energético, pero con la complicación sustancial de divisiones profundas en cuanto a la fórmula y las negativas de un pequeño grupo de países, entre ellos Alemania, a cualquier fórmula que suponga limitar los precios del gas de manera conjunta por temor a que la medida ponga en riesgo el suministro, pero también a perder la ventaja de tener un buen empuje económico que esgrimir en los acuerdos con los proveedores. La cumbre que se cierra este viernes ha servido al menos para que Berlín levante su rechazo total y se abra a un modelo que limite los precios del gas. Quedará ahora trabajar en los detalles de ese mecanismo.

La UE ha logrado alejarse de su dependencia del gas ruso. Con las reservas para el invierno bastante llenas, los Veintisiete piensan ahora fundamentalmente en el próximo invierno. Las medidas de ahorro energético y la intervención sin precedentes de los mercados para gravar los beneficios extraordinarios de las energéticas son soluciones temporales. Toca avanzar en otras para rebajar el precio del gas y la electricidad. Si no se hace ya, puede que después sea demasiado tarde. “Será difícil, pero es fundamental enviar una señal muy fuerte de que estamos decididos a actuar juntos”, lanzó el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, que preside la cumbre.

Sin embargo, cada vez cuesta más y hay menos margen para sacar adelante sanciones contra el Kremlin. Los líderes, eso sí, mantienen su frente común ante Rusia en la guerra de Ucrania. La implicación cada vez mayor de Bielorrusia en la contienda preocupa a la UE, que prevé nuevas sanciones si el régimen de Aleksandr Lukashenko continúa brindando apoyo a las fuerzas rusas. “Nuestras sanciones funcionan, pero desafortunadamente hasta ahora no tienen el resultado que esperábamos”, ha advertido el presidente de Lituania, Gitanas Nauseda. “Es la razón por la que tenemos que discutir y considerar el siguiente paquete de sanciones”, añadió. De hecho, los tres Estados bálticos y Polonia han propuesto nuevas restricciones, que abarcan desde el embargo de más componentes tecnológicos y químicos al veto a más canales de propaganda rusa o a vender inmuebles a compañías y ciudadanos rusos, que puede suponer un castigo a la élite rusa que gusta de las mansiones y los yates en Marbella y la Costa Azul o las islas griegas, pero que también podría suscitar el rechazo de países donde tienen activos, como Malta, Chipre o Grecia.

También, por supuesto, de Hungría y su primer ministro, Viktor Orbán, el submarino más claro del Kremlin en la UE y que últimamente se está despachando a placer contra la política de sanciones de la UE hacia Moscú en su recién inaugurada cuenta de Twitter, en la que dispara perlas como la de que “cometer un suicidio económico no ayudará a Ucrania”.

La escalada de la guerra se produce a las puertas de un invierno que tienen visos de ser gélido para toda Europa por los altos precios de la energía. Los problemas principales impactan en la población ucrania, que sufre por los ataques a las infraestructuras energéticas (de nuevo, Rusia utiliza la energía como arma) y que se enfrenta no solo al terror constante de los bombardeos, sino también a restricciones de gas y electricidad. Este jueves, el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, ha avisado en una intervención desde Kiev a los líderes de los Veintisiete de que con esos ataques, el Kremlin persigue desencadenar una ola migratoria hacia la UE. “El terror ruso contra nuestras instalaciones energéticas tiene como objetivo crear tantos problemas con la electricidad y el calor como sea posible para Ucrania este otoño e invierno para que más ucranios vayan a los países europeos”, ha recalcado.

En el libro de jugadas del Kremlin, el manejo de los flujos demográficos es una de las primordiales. Y la llegada, de nuevo, de decenas de miles de refugiados podría ser otro elemento de tensión que quizá la solidaridad mantenida hasta ahora, en un momento difícil con la inflación disparada, podría no resistir.

Mientras, la fragilidad del eje franco-alemán es uno de los elementos que más está enrareciendo el ambiente. La relación Berlín-París, las dos mayores economías de la UE, se ha desgastado, entre otras cosas, por las divergencias en los proyectos de defensa comunes y políticas energéticas, y eso puede dificultar que la UE siga remando en la misma dirección.

“Sí, Francia y Alemania no están de acuerdo en muchos puntos, pero tampoco nosotros estamos de acuerdo con Francia y Alemania en muchos temas”, apuntó al inicio de la cumbre el primer ministro holandés, Mark Rutte. “Para eso está Europa. Luego hablas de ello, a veces toda la noche, para superar estos problemas”, añadió.

La última fisura franco-alemana, en la época en la que coincidieron François Hollande y Angela Merkel, que nunca llegaron a entenderse, complicó la situación durante cuatro años en los que los acuerdos fueron menos ambiciosos y los Veintisiete estuvieron más divididos. A su llegada a la cumbre, Macron, que se enfrenta a sus propios problemas en casa, ha instado a no aislar a Alemania, que ha recibido importantes críticas por sus políticas nacionales de apoyo a empresas y ciudadanos por el encarecimiento de la energía. “Creo que no es bueno ni para Alemania ni para Europa que se aísle”, ha dicho Macron.

Una lluvia de 200.000 millones de euros que simbolizan cómo el canciller Olaf Scholz está demasiado centrado en los asuntos internos mientras se cierra a los acuerdos europeos. El resquemor es mayor. Buena parte de los Estados miembros no olvidan que Alemania está en gran medida en el origen de esta crisis, por su profunda dependencia del gas ruso y la política de pragmatismo que ha mantenido durante años con el régimen de Vladímir Putin. “Se suponía que el gas ruso barato sería una bendición para la economía alemana, pero resultó ser una maldición para toda Europa”, ha apuntado a la llegada a la cumbre el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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