El pánico a los talibanes desata el caos en el aeropuerto de Kabul
Al menos cinco personas han muerto intentando alcanzar un avión para escapar de Afganistán
El pánico por la llegada de los talibanes ha desatado el caos en Kabul, la capital de Afganistán. Miles de ciudadanos temerosos de quedar atrapados bajo la férula de los extremistas islámicos han acudido al aeropuerto en la mañana del lunes con la vana esperanza de poder salir del país. En una escena que refleja la desesperación de muchos, decenas de jóvenes han tratado de agarrarse al fuselaje de un avión militar estadounidense que iba a despegar. Al menos siete personas han muerto en varios incidentes. Mientras, los talibanes han reiterado a sus combatientes que deben respetar la propiedad ajena, e insistido en que el país está en calma.
Con los vuelos comerciales suspendidos y el aeródromo tomado por los 6.000 soldados enviados por EE UU para asegurar la salida de sus nacionales, no ha hecho falta ni siquiera el rumor (falso) de que no se exigía visado para subir a un avión con rumbo a Canadá para que los desesperados afganos se lanzaran hacia las pistas en tromba. Un grupo ha tratado de forzar su entrada en un avión trepando por el exterior de la pasarela de acceso. En un vídeo difundido por la cadena ToloNews se veía a decenas de afganos que intentaban aferrarse a un aparato militar. Algunos lo han logrado, para caer según iniciaba el descenso.
No está claro si han muerto, pero con anterioridad cinco personas fallecieron al parecer en una avalancha y los soldados han matado a dos hombres que iban armados, según un portavoz miliar estadounidense citado por Reuters. Estos incidentes han obligado a suspender las tareas de evacuación durante varias horas, mientras el personal de las embajadas extranjeras (la mayoría ha cerrado) se iba concentrado a la espera de que llegaran los aviones para devolverlos a sus países.
Las escenas de caos en el aeropuerto contrastan con la calma que los talibanes aseguran prevalece en la ciudad y en el resto del país. “La situación en Kabul está bajo control. Se detiene a quienes comenten delitos. Nadie está autorizado a entrar en las casas de funcionarios [de la anterior Administración], requisar sus coches o amenazarles”, ha reiterado el portavoz de la milicia, Zabibullah Mujahid.
کابل ښار کې وضعیت د بشپړ کنترول کېدو به حال کې ده.
— Zabihullah (..ذبـــــیح الله م ) (@Zabehulah_M33) August 16, 2021
هغه خپل سري کسان چې په شرارت او آشوب یې لاس پورې کړی وو اکثره نیول شوی دی.
هیچاته اجازه نشته چې د پخوانیو چارواکو کورونو ته ورشي، د موټرو غوښتنه ترې وکړي او تهدید کړي، د هغوی مخه به په جدیت سره نیول کیږې، تر جدي تعقیب لاندې دي.
El activista social Modaser Islami corroboraba que la tranquilidad ha regresado a a la capital. “La gente ha vuelto a las calles. Los talibanes patrullan con regularidad. No está sucediendo nada extraño. La gente, sin embargo, está preocupada porque nada está claro aún”, describía.
Relevant calmness is returning to Kabul city. People are back on the streets. Taliban are regularly patrolling the streets. Nothing strange happening. People are, however, worried as nothing is clear yet.
— Modaser Islami 🇵🇸 (@mmodaser) August 16, 2021
Mohammad Naim, el portavoz de la oficina política de la milicia en Doha (Qatar), ha dado por terminada la guerra en el país, en declaraciones a la cadena catarí Al Jazeera. Sin embargo, aún no está claro cuáles son sus planes. Ante sí tienen la apabullante tarea de pasar de ser una guerrilla que se apoya en fuerzas locales (sobre todo rurales) a convertirse en una autoridad que controle y gestione todo un país (incluidos los núcleos urbanos, mucho más complejos).
Sus 60.000 milicianos (según estimaciones del Centro para el Combate del Terrorismo de West Point, EE UU) han logrado extenderse por el 90% del territorio gracias sobre todo a la retirada de las fuerzas armadas afganas, la mayoría de cuyos 300.000 miembros ha preferido entregar las armas y retirarse antes que luchar. Pero tanto los desplazamientos internos de civiles como los intentos de muchos de estos de abandonar el país indican que los talibanes no gozan de un apoyo generalizado.
El propio número dos del movimiento, el clérigo Abulghani Baradar, lo reconocía en un vídeo difundido anoche. Tras calificar la rápida victoria sobre el Gobierno afgano de “logro sin parangón”, señalaba que la verdadera prueba empezaba ahora. “Se trata de cómo servimos y damos seguridad a nuestra gente, y aseguramos su futuro lo mejor posible”, dijo rodeado por otros dirigentes talibanes, todos hombres, todos pastunes. Esa homogeneidad casa mal con la pluralidad de la sociedad afgana y está en la raíz de la desconfianza que genera el grupo.
De momento, envalentonados por la rapidez de su avance (en poco más de una semana se han hecho con el país) parecen haber descartado formar un Gobierno de transición. El expresidente Hamid Karzai ha anunciado en su Facebook la formación de un Consejo de Coordinación para gestionar el traspaso de poderes, después de que su sucesor, Ashraf Ghani, abandonara el país el domingo. En él, además de Karzai, participan el presidente del Consejo Nacional de Reconciliación, Abdulá Abdulá, y Gulbudín Hekmatiar, un veterano líder muyahidín acusado de genocidio.
No está claro qué tipo de contactos están manteniendo con los talibanes, o si los funcionarios siguen en sus puestos. Durante su entrevista con Al Jazeera, Naim dijo que la forma del nuevo régimen estaría clara pronto, dando a entender que están tratando de formar Gobierno. “No queremos vivir aislados”, dijo antes de defender unas relaciones internacionales pacíficas.
Pero el recuerdo de su dictadura (1996-2001) hace que muchos afganos recelen. Entonces, los islamistas lograron frenar la guerra civil, pero impusieron un código moral que condenó a los afganos al aislamiento. Su mandato fue especialmente cruel con las mujeres (confinadas al hogar y obligadas a esconder su cuerpo bajo el burka las escasas veces que podían salir de casa) y las minorías. A pesar del intento de sus dirigentes por proyectar ahora una imagen más moderada, las noticias que se filtran de las primeras ciudades que claudicaron ante ellos, como Herat o Kandahar, son desalentadoras: mujeres a las que se impide acudir a sus trabajos o asistir a las clases de la universidad.
Tampoco los países occidentales se fían de los talibanes. Solo Rusia y China han respondido positivamente al llamamiento talibán y mantienen sus embajadas abiertas. La mayoría de los gobiernos han empezado a gestionar o están gestionando la salida de sus ciudadanos. Suecia ya la ha completado. A la vez que aceleran la evacuación, 60 países, entre ellos EE UU y los europeos, han emitido un comunicado en el que aseguran que los afganos “merecen vivir seguros y con dignidad” y piden a los nuevos gobernantes que permitan salir del país a quien desee hacerlo. Sin embargo, no está claro dónde podrán dirigirse, ya que pocos pueden conseguir visados.
Además, muchos de los desplazados desde el inicio de la ofensiva talibán han recalado en Kabul, donde sobreviven de forma precaria en casas de familiares y parques. La agencia humanitaria de las Naciones Unidas (OCHA) tiene identificados a 17.600 que necesitan asistencia, 2.000 de ellos registrados en un solo día. Sin embargo, desde el domingo ha paralizado su actividad “ante la incertidumbre de la situación en Kabul”.
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