Miles de seguidores de Castillo aguardan en las calles de Lima la decisión final: “¿Cuándo reconocen al profe?”
El actual presidente de Perú llama por teléfono a Vargas Llosa para tratar de calmar la situación a la espera de la resolución del jurado que determine si las alegaciones de Fujimori tienen sustento
Tras un día en carretera el autobús por fin aparca en el centro de Lima. Descienden pasajeros con ojeras, la ropa arrugada y las piernas entumecidas después de un largo viaje desde las profundidades de Perú. El centro de la capital se ha llenado de gente llegada de todos los rincones del país para seguir al aire libre y con el corazón encogido las resoluciones del jurado electoral que determinará si las alegaciones de Keiko Fujimori a la victoria en las urnas de Pedro Castillo tienen algún sustento. El proceso se puede alargar más de lo esperado, ya que se ha ampliado hasta la noche de este viernes el plazo para presentar nulidades.
“Unas 24 horas de viaje, no es tanto. Apenas”, dice Julio Bravo. Viene de Chota, Cajamarca, la región serrana de Castillo. Algunos llegan desde los poblados más altos en la montaña, donde viven a horas a pie o a caballo del resto de sus vecinos. Lo hacen con ilusión, aunque con el temor de que los atropelle un coche. Su sensación es que en los ochenta llegaron a las ciudades para vivir en la periferia, en la ladera de los cerros, pero que ahora vienen a proclamar presidente a uno de los suyos.
Bravo pertenece a las rondas, una organización autónoma creada en los años setenta para combatir la delincuencia rural. Antes era común el robo de ganado y los asaltos a las haciendas. Allí no llegaba el Estado y todavía hoy su influencia es escasa. Los ronderos han impuesto su control en partes de la sierra, con lo que eso conlleva de perdida de derechos de los detenidos y la imposición de la ley del talión. Castillo, además de maestro rural y sindicalista, fue rondero y llegó a ser uno de sus dirigentes. Los ronderos suelen ir con un látigo como método de defensa. “Hemos venido 1.500 de todo el Perú. 400 de Chota”, cuenta Bravo. Visten poncho y mascan hojas de coca para mantenerse alerta durante las noches de vigilancia.
Castillo venció en el conteo oficial por un margen muy estrecho, por menos de medio punto (0,34%). Fujimori ha pedido la anulación de 800 mesas electorales de lugares donde venció Castillo con holgura. Ella cree que hubo fraude. Los expertos consultados no ven indicios de que haya sido así. El número de actas que pretende sacar del conteo oficial equivale a 200.000 votos. En ese caso ella sería la ganadora.
La neutralidad del actual presidente en funciones, Francisco Sagasti, se ha puesto en cuestión. Sagasti, en el cargo después de la destitución de tres presidentes anteriores en los últimos cinco años, lo que da cuenta de la profunda inestabilidad política que vive Perú, llamó en medio de esta crisis al premio Nobel Mario Vargas Llosa. Los fujimoristas han interpretado esto como una interferencia, como un intento de que el escritor convenza a la candidata de que acepte su derrota. Sagasti ha dicho que esto no es así en absoluto, y que su telefonazo al escritor trata de calmar un momento difícil y complejo. Vargas Llosa es una antifujimorista histórico, pero en esta campaña ha ofrecido su apoyo a Keiko al considerarla un mal menor.
Los seguidores de Fujimori también pasan día y noche en las calles. “Nos robaron”, suelta una mujer con una camiseta con la cara de la candidata estampada. A veces se cruzan con la gente de Castillo. Por ahora solo ha habido incidentes menores que ha resuelto la policía. Los fujimoristas, en sus deseos extremos por hacer valer la anulación de urnas, deambulan todo el día por los alrededores de la casa del presidente nacional de elecciones.
Castillo, radical de izquierdas, se asoma de vez en cuando al balcón del edificio en el que espera la decisión final. “¡Al pueblo no le pueden robar!”, grita. Abajo le escucha Alfredo Medina, uno de sus seguidores. “No permitiremos que eso ocurra. Él ganó”. Una señora mayor no ve bien al candidato, la gente le tapa la visión. Ha venido caminando desde la periferia de Lima. “¿Cuándo reconocen al profe?”, pregunta. La gente se encoge de hombros. “Ya esto se está haciendo muy largo”.
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