Incendiar la pradera: Pedro Castillo y el miedo de las élites peruanas
El miedo de las élites limeñas al profesor cajamarquino es un miedo a negociar con lo desconocido antes que a su impronta radical. Y varios parecen dispuestos a defender sus intereses a cualquier costo
Si Pedro Castillo llegara finalmente a ser presidente de la República lo haría aupado por Perú Libre, que se convertiría en el primer movimiento regional nacido en la sierra central que lograría colocar a un presidente de la nación. En un país diabólicamente centralista, este es un remezón de escalas incalculables. Aquí, las élites limeñas se encuentran acostumbradas a que los ministros puedan atenderles las llamadas con relativa facilidad y simpatía. Castillo suscita muchos miedos entre nuestros más distinguidos señorones, más que por su impronta radical, fundamentalmente porque ellos no tienen vasos comunicantes con el profesor cajamarquino. El miedo a Castillo es miedo a negociar con lo desconocido, que, en una sociedad como la peruana, es más fuerte que el miedo a negociar con lo radical.
Castillo ha esquivado muchas cosas, pero no pudo esquivar el coronavirus, del que cayó enfermo a comienzos del 2021. Apenas pudo recuperarse, volvió a las andadas. Jamás renunció a su estrategia de conquista territorial, aunque eso supusiera desafiar las normativas sanitarias impuestas en Perú a raíz de la pandemia. Castillo ha hecho la campaña más tradicional entre todos los candidatos presidenciales. Llegaba al distrito o a la ciudad que decidía visitar y se contactaba con los dirigentes sociales. Sus varios años de experiencia sindical en el magisterio peruano le enseñaron que había que ganarse primeramente el favor de las dirigencias sociales locales, para luego pegar un mayor zarpazo. Acabadas las reuniones, en el mismo día o al día siguiente se dirigía a la plaza pública e iniciaba su discurso incendiario en contra de las élites política y económica, antes de que la policía llegara y suspendiera el mitin. Cuando la policía aparecía, acababa la actividad proselitista, y este ritual sagrado se repetía en casi todas las plazas que ha visitado. Ha sido uno de los pocos candidatos que en primera vuelta visitó todas las regiones del Perú. A diferencia de Keiko Fujimori quien, en primera vuelta, eludió el sur peruano.
La disputa política en pandemia dejó el carril del mitin huérfano. Todos los candidatos evitaron los amontonamientos. Castillo, jamás. Acostumbrado a convivir en el filo de la legalidad, desafió las prohibiciones. Patria o mitin.
En muchas regiones serranas, Castillo ha arrasado con particular estruendo. Ha representado algo más que un voto contestatario o antilimeño. Es el candidato que no tenía que disfrazarse para parecerse a los lugareños, cuestión que proclamaba orgulloso en una de las primeras entrevistas que le hizo un dominical peruano en señal de televisión abierta. Las fotos con las que Morgana Vargas Llosa ha presentado a Castillo al mundo retratan escenas de familias muy típicas en la sierra peruana: una mesa con sopa verde con los hijos bien peinaditos o un fogón que se prende con leña. No se puede comprender adecuadamente el voto por Pedro Castillo sin incorporar el componente de identificación electoral. Como recuerda el politólogo Paolo Sosa, tenía el capital inicial: “Es como yo”. En Llusco, provincia de Chumbivilcas, departamento de Cusco, Castillo ha conquistado casi el 98% de los votos. Ha diezmado en varios pueblos andinos al fujimorismo, que, si bien no ganaba en las últimas elecciones en esos lares, nunca se había visto tan disminuido en su caudal político.
“La suerte del Perú es inseparable de la del indio; se hunde o se redime con él, pero no le es dado abandonarlo sin suicidarse”, había dicho hace muchos años José de la Riva-Agüero y Osma, uno de los más grandes referentes intelectuales del conservadurismo peruano. Sin embargo, muchos de los asesores conservadores de Keiko Fujimori olvidaron que el abandono político de estas regiones no se resuelve solo con bonos, como pretendió con dos propuestas clientelistas: duplicar pensión 65 y canon minero para el pueblo. Abandonaron cualquier otro discurso de reivindicación política y se suicidaron en estas regiones. En los departamentos con los más grandes proyectos mineros como Cajamarca, Apurímac, Cusco, Puno, Moquegua y Arequipa, en donde apuntaba a disputar el voto popular de los sectores más pobres con estas ofertas, es donde con mayor estrépito perdió frente a Castillo. No basta la promesa económica sin propuesta política.
Sin embargo, días antes de la segunda vuelta, un segundo fantasma recorrió el territorio nacional: el terrorismo. Un atentado narcoterrorista dejó 16 muertos, entre ellos cuatro menores en el distrito Vizcatán del Ene, en Junín. Rápidamente se difundieron fotos obscenas de la matanza en las redes sociales de voceros del fujimorismo. Ambas campañas, en lugar de mantener un discurso de unidad frente a la barbarie, intentaron aprovechar políticamente el atentado para confrontarse mutuamente, pero fue Keiko Fujimori quien le recordó a Castillo que se había rodeado de muchos acusados de terrorismo, a pesar de que Castillo siempre se ha defendido de esas acusaciones respondiendo que él era rondero, y como ronderos habían combatido al terrorismo. En Vizcatán del Ene, Castillo se ha hecho con 1.352 votos, que representan el 95,48% de votos válidos.
Una periodista que trabaja en un canal de televisión limeño, que abrazó una línea editorial fujimorista en la segunda vuelta, semanas antes de este atentado, deslizó la hipótesis de que un popular huaiño ayacuchano llamado Flor de retama era un canto entonado por los terroristas. Había terruqueado a aquel huaiño negligentemente. Una tontería de esa magnitud mereció no solo la condena generalizada de todos los ayacuchanos y de sus autoridades, sino que cuando Castillo llegó a Ayacucho fue recibido con flores de retama y apenas se dirigió a la multitud entonó enérgicamente el huaiño a coro con toda la plaza llena. En Ayacucho, la región más azotada por la violencia desalmada del terrorismo de Sendero Luminoso, Castillo obtuvo el 82,65% de los votos válidos. Así ha sido la campaña: gran parte del respaldo de Castillo proviene de la histeria colectiva que han ocasionado errores groseros protagonizados por los líderes de opinión de los medios de comunicación con líneas editoriales fujimoristas.
Pero quizá la escena que mejor describa el miedo tribal hacia Castillo sea la que nos dejan las fotos de las salas de los principales estudios de abogados de Lima, atiborrados por abogados junior y practicantes que han trabajado sin pestañear para revisar con escrúpulo cada una de las actas de votación en las que Pedro Castillo ha obtenido un mayor respaldo. Se trataba de encontrar cualquier error que viciara alguna de esas actas. Se ha puesto en marcha una operación logística sin precedentes que ha llevado a Keiko Fujimori a presentar recursos de nulidad en 802 actas que ya han sido contabilizadas y procesadas por la Oficina Nacional de Procesos Electorales. Es el mayor número de impugnaciones que se ha presentado en la historia del país. Perú Libre ha respondido presentando recursos de nulidad en 209 actas en Loreto y en Lima. Una guerra interminable, donde la disputa presidencial amenaza llevarse a los fueros del Jurado Nacional de Elecciones.
El mensaje político detrás de estas impugnaciones es despiadadamente segregacionista: borraremos del mapa electoral a cientos de miles de votos legítimos, no importa qué país recibamos tras haberle negado el derecho político más elemental a estos ciudadanos, su voto. Keiko Fujimori ha manifestado que se ha perpetrado un “fraude en mesa”. Una política de su experiencia sabe que la sola palabra fraude dicha en boca de un candidato presidencial cubre con un manto de sospecha a un proceso en el que ninguna de las muchas misiones de observación internacional ha denunciado ninguna irregularidad. El Perú es un panteón en duelo con más de 180 mil muertos por la pandemia, pero ni siquiera tanto dolor conmueve a la clase política peruana. En estos momentos somos un campo de paja seca, donde varios pirómanos caminan sin percatarse con un fósforo en la mano, dispuestos a defender sus intereses a cualquier costo, aunque eso signifique que puedan tropezar y –como una vez tituló un libro el historiador José Luis Rénique–, “incendiar la pradera”.
Gonzalo Banda es analista político y profesor universitario en Arequipa, Perú.
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