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Las memorias secretas del Brexit

El negociador europeo para el divorcio británico, Michel Barnier, denuncia en sus recién publicados diarios los intentos de Londres y Bruselas para puentearlo

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, junto a Michel Barnier, en diciembre de 2020 en Bruselas.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, junto a Michel Barnier, en diciembre de 2020 en Bruselas.AP

El mayor logro de la Unión Europea durante la negociación para la salida del Reino Unido (2018-2019) y el acuerdo de comercio y cooperación (2020) fue el mantenimiento de la unidad de los 27 Estados frente a los continuos intentos de Londres por dividirlos. Pero el “diario secreto del Brexit” recién publicado por Michel Barnier, negociador jefe europeo en ambos procesos, revela que las maniobras de los gobiernos de Theresa May, primero, y de Boris Johnson, después, estuvieron a punto varias veces de conseguir su objetivo de resquebrajar la unidad de la UE. Barnier temió en más de una ocasión que la Comisión Europea iniciase una negociación con Londres en paralelo a la suya e, incluso, que Bruselas sacrificase al sector pesquero en aras de un acuerdo comercial ventajoso.

El diario de Barnier (titulado La grande illusion. Journal secret du Brexit, editorial Gallimard) se publica solo unos meses después del acuerdo de la Nochebuena de 2020 entre Bruselas y Londres que puso fin a una de negociación de 1.600 días desencadenada por el referéndum a favor del Brexit de 2016. La obra le sirve a Barnier para pasar página. Y para reclamar una notoriedad que algunos analistas interpretan como la antesala de su posible candidatura a presidente de Francia, puesto que podría disputar a Emmanuel Macron y a Marine Le Pen la presidencia en las elecciones de mayo de 2022.

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La memoria secreta del Brexit se compone de centenares de puntadas sin hilo junto a otras con precisión de acupuntura. La aguja de Barnier, aparentemente inofensiva, deja un rastro que, como mínimo, los muy brexiteros sabrán descifrar como si fuera un mensaje codificado.

Barnier deja constancia de cómo, durante la recta final del acuerdo comercial, tuvo que frenar al Gabinete de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tentado de abrir una negociación en paralelo para puentear la aparente inflexibilidad de Barnier. “La negociación está a punto de descarrilar”, advirtió Barnier al equipo de Von der Leyen en uno de los momentos de mayor tensión entre los negociadores europeos. Barnier añade que su amenaza surtió efecto y en el despacho de la presidenta se entendió enseguida: “Yo no aceptaré esos métodos”.

Para Barnier llovía sobre mojado porque durante la negociación del acuerdo de salida Londres ya había intentado lo mismo con el entonces presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. “Ya se ha convertido en habitual que Martin Selmayr [jefe de Gabinete de Juncker] intente en paralelo sus propios contactos [con los negociadores británicos]”, anota Barnier con evidente resquemor. Barnier está convencido que “desde el principio, los británicos juegan sus cartas en dos mesas y buscan abrir una segunda línea de negociación con Martin Selmayr. Y veo que él no se resiste...”.

Pero tal vez el punto más delicado para el negociador jefe fue la recta final, cuando las cuotas del sector pesquero en aguas británicas se convirtieron en la última moneda de cambio entre Ursula Von der Leyen y Boris Johnson. A medida que se acercaba el abismo del 31 de diciembre, fecha límite para evitar un abrupto final del período transitorio del Brexit, la tentación de sacrificar las cuotas pesqueras parece ir en aumento.

“No se trata solo de una cuestión de unas cuantas caballas, como oí decir un día”, se revuelve Barnier, que dice no siempre sentirse comprendido por el gabinete de la presidenta. Y Barnier se resiste por dos veces, según su diario, a propuestas de Von der Leyen que, a juicio del negociador, podrían haber acorralado a los países pesqueros de la UE en lugar de al Reino Unido.

El acuerdo llegó, aunque previamente Barnier repasó la propuesta presentada por los británicos a Von der Leyen. “Un texto trufado de trampas, de falsos compromisos y de marchas atrás”, describe Barnier la propuesta de Londres antes de ser enmendada. El día de Nochebuena, con el pacto cerrado, Barnier se despide fríamente del negociador británico, David Frost. “Él sabe que yo sé que hasta el último momento ha intentando puentearme intentando abrir una línea de negociación paralela con el Gabinete de la presidenta Ursula von der Leyen. Y sabe que eso no ha sido concluyente”.

A lo largo del texto, el negociador europeo no deja de manifestar su sorpresa y estupor por la aparente falta de preparación del lado británico, en especial, bajo el primer negociador, David Davis. “Los británicos hablan para sí mismos”, anota. “Falta de realismo”, añade. Y asegura: “Siempre me ha parecido insensato que un gran país como Reino Unido lleve a cabo tal negociación y una decisión de tal envergadura, tan importante para su futuro, sin tener una visión clara ni una mayoría para apoyarla en el Gobierno y el Parlamento”.

Barnier pasa de puntillas, en cambio, por la amenaza de veto que el Gobierno de Pedro Sánchez planteó al acuerdo si no se aclaraba una presunta referencia a Gibraltar añadida por los británicos en el último momento. “[Los españoles] ven en ese artículo una maniobra británica y una trampa en la que habríamos caído por falta de vigilancia”, anota el negociador europeo tras precisar que ni el servicio jurídico de la Comisión ni el del Consejo comparten la interpretación de Madrid. Barnier cree que el “drama”, el término entre comillas que utiliza para calificar el incidente, solo responde al deseo de revancha “por la humillación de Londres”, que aprovechó el ingreso de España en la UE en 1986 para consolidar su soberanía sobre el Peñón.

Interminable

El largo relato evoca un telón de fondo mundial que abarca desde la distopía política de la presidencia de Donald Trump en EE UU al enclaustramiento entre medieval y digital provocado por la pandemia. A uno y otro lado del canal de la Mancha también se sucedieron los acontecimientos. Por Downing Street han pasado tres primeros ministros desde 2016 (David Cameron, May y el actual, Johnson) y en cuatro años se celebraron tres elecciones en Reino Unido, incluidas unas estrambóticas e inesperadas al Parlamento Europeo cuando el acuerdo de salida de la UE ya estaba cerrado pero no ratificado.

En Bruselas hubo relevo en toda la cúpula comunitaria (Von der Leyen sustituyó a Jean-Claude Juncker al frente de la Comisión y Charles Michel a Donald Tusk en la presidencia del Consejo Europeo). Y varias capitales cambiaron de Gobierno durante la negociación, incluidas París, Madrid y Roma (por ésta pasaron tres primeros ministros).

La sensación de un Brexit interminable se ve corroborada por los numerosos avatares personales de ambos equipos negociadores. Varios miembros, incluidos Barnier y Frost, pasaron la covid-19 y, como tantos millones de europeos, tuvieron que acostumbrarse a trabajar por pantalla interpuesta, algo que el francés reconoce que le produce cierta fatiga.

Barnier fue abuelo por primera vez y por el camino se quedaron sus frustradas aspiraciones a presidir la Comisión Europea. Entre los funcionarios de su equipo (60 personas de 17 países) hubo tiempo para celebrar el nacimiento de cinco bebés. “El equipo es bastante joven y eso permite hacer una buena media ¡con la edad del capitán!”, bromea Barnier, que tenía 65 años cuando se celebró el referéndum del Brexit y ahora, ya con 70, sueña tal vez con el Elíseo.

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