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Colas, virus y escasez en la Cuba del VIII Congreso

Los cubanos esperan sin muchas expectativas que las medidas que se tomen en la reunión del Partido Comunista se traduzcan en mejoras de la calidad de vida

Ciudadanos hacen fila para comprar en una cafetería este sábado, en La Habana (Cuba).
Ciudadanos hacen fila para comprar en una cafetería este sábado, en La Habana (Cuba).Yander Zamora (EFE)

No muy lejos del Palacio de las Convenciones de La Habana, donde desde el pasado viernes se desarrolla el VIII Congreso del Partido Comunista Cubano (PCC), cerca de un centenar de personas con la mascarilla puesta se arremolina haciendo una infausta cola. Pese a que la pandemia del coronavirus en estos días está en su peor momento, nadie guarda la distancia de seguridad. Es mediodía, el termómetro marca 31º y solo hay un árbol que da sombra en los alrededores de una tienda donde este sábado ofrecían pollo, principal proteína de la dieta cubana —cuando aparece—. Nadie se mueve de la fila donde algunos llevan unas cinco horas esperando para comprar en pesos cubanos en un comercio pobremente surtido.

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Fundado en 1965 y con unos 700.000 militantes, el Partido Comunista Cubano es el único con estatus legal en la isla y su poder radica en que, aunque no presenta candidatos a elecciones ni forma el Gobierno, su misión consagrada en la Constitución es dirigir a la sociedad. En la imagen, Fidel y Raúl Castro.
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Unas cuadras más adelante hay otra tienda con muchos más productos en la que solo puede pagarse con tarjeta magnética asociada a una cuenta del llamado MLC, Moneda Libremente Convertible, respaldada con dólares, euros u otras divisas extranjeras. A estas nuevas tiendas aludió Raúl Castro en su informe durante el VIII Congreso, al asegurar que “la situación extrema de falta de liquidez obligó a reintroducir las ventas en moneda libremente convertible”, adelantando que la medida “perdurará en el tiempo” hasta poder “recuperar y fortalecer la economía”.

En el establecimiento para tarjetas magnéticas de la calle 70, en el barrio de Miramar, la cola es también gigantesca, pese a que hay que pagar los alimentos y productos de primera necesidad en una moneda a la que muchos cubanos no pueden acceder. Las conversaciones en la calle mientras la gente espera son de agobio. Un ama de casa se queja de la última factura de la luz que le ha llegado. Más de mil pesos, equivalentes a 40 dólares al cambio oficial, algo que, dice, a duras penas alcanza a pagar con sus ingresos mensuales. Es cinco veces más de lo que pagaba antes.

Un hombre cuenta que un revendedor le ofreció la semana pasada un paquete de maquinillas de afeitar por 700 pesos. “Lo mandé pa’l carajo”, dice el joven, que trabaja en un centro estatal. “Mi salario antes era de 900 pesos y con la reforma monetaria me lo han subido a más de 4.000, pero el precio de todo se ha disparado”, explica. Su cálculo es que él y la mayoría de los cubanos han perdido casi la mitad de su poder adquisitivo desde que comenzó en enero la denominada Tarea Ordenamiento. “Una bolsa de 10 libras de pollo cuesta en una tienda de moneda nacional 193 pesos, pero los que pueden se lo compran a revendedores al doble o al triple para no tener que hacer la cola”, asegura Mayelín, que confiesa que ella se dedica al trapicheo para sobrevivir.

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La angustia de no poder llegar a fin de mes se ha instalado en la mayoría de los hogares cubanos y sale en casi todas las conversaciones. Las autoridades son conscientes de que es un asunto vital. No por casualidad apareció el sábado en los debates de la Comisión Económica y Social del VIII Congreso del PCC. Algunos delegados abogaron por la supresión de la libreta de racionamiento, en vigor desde hace 60 años, que ofrece a todos los cubanos unos pocos alimentos y artículos de primera necesidad a precios subsidiados —precios que han subido bastante tras la reforma monetaria, aunque siguen siendo bajos—. “Si hubiese un nivel estable de oferta liberada la libreta perdería sentido. Pero como no hay un nivel de oferta estable, no queda otra alternativa que mantener una distribución administrativa”, dijo el ministro de Economía, Alejandro Gil.

En las colas cercanas al Palacio de las Convenciones no había el sábado demasiadas expectativas en que el VIII Congreso vaya a traducirse en mejoras de la calidad de vida de la gente. La mayoría dice no haber seguido los debates. En el casco histórico de La Habana Vieja, donde existen numerosos negocios privados, restaurantes y bares —hoy cerrados o vendiendo solo comida para llevar debido a la pandemia—, algunos emprendedores declaraban que la situación es muy grave. Las causas son la crisis estructural del sistema productivo, los efectos demoledores de la pandemia y el recrudecimiento del embargo por la Administración Trump. Los emprendedores esperan que tras el congreso comience “una apertura en serio”.

“No queda más remedio”, dice el dueño de una famosa paladar. Sin embargo, expresa su “desconcierto” por la referencia de Raúl Castro a los “límites” que debe tener el desarrollo de la iniciativa privada. En su informe durante el congreso, Raúl Castro defendió las restricciones para que algunos profesionales ejerzan por cuenta propia y también se mostró contrario a la reclamación para “la importación comercial privada” y el establecimiento de “un sistema no estatal de comercio”. “Son estas cuestiones que no pueden generar confusión. Hay límites que no podemos rebasar porque llevaría a la destrucción del socialismo, porque las consecuencias serían irreversibles y conducirían a errores estratégicos y la destrucción misma del socialismo, y por ende de la soberanía de la nación”, aseguró.

Hay quien ve el vaso medio vacío, y quien lo quiere ver, con esfuerzo, medio lleno. Un cuentapropista llama la atención sobre lo ocurrido el sábado en una de las comisiones en que trabajó el congreso, al hablarse sobre la legalización de las pymes —según se dijo en el cónclave, podrían tener hasta 100 trabajadores—. “Soy optimista porque no me queda más remedio”, concluye el emprendedor.

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