Cordones sanitarios en Barcelona, hilos de coser en Roma
No es lo mismo aislar a los extremistas en pro de los valores democráticos que a una fuerza política central
El vigor de una democracia suele medirse por factores como la alternancia de partidos en el poder, el grado de independencia del sistema judicial o de la prensa. Pero hay otros, algo menos canónicos, que son extraordinarias herramientas para diagnosticar su madurez. Los cordones sanitarios son, sin duda, uno de ellos. Sus características —cuando los hay— o su ausencia dicen muchas cosas. En algunos casos extremos, determinan la capacidad misma de supervivencia de una democracia. Es esta la tesis que defienden los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias (Ariel).
El concepto de cordón sanitario está muy a la orden del día por el compromiso formalizado por escrito por los partidos independentistas catalanes de no negociar bajo ningún concepto la conformación de Gobierno con el Partido Socialista de Cataluña. También lo está —en pasivo, es decir, por su llamativa total ausencia— por la evolución política en Italia, en la que un enorme espectro de partidos ha aceptado cooperar en un nuevo Gobierno bajo el liderazgo de Mario Draghi, conformado por 15 políticos de muy variada procedencia y 8 técnicos. Un auténtico estandarte de política sin límites.
Levitsky y Ziblatt recurren a ejemplos históricos para evidenciar el valor existencial de los cordones sanitarios. Mussolini y Hitler, recuerdan, accedieron al poder sin un asalto violento de las instituciones. Se optó ante ellos por una estrategia de cooptación/apaciguamiento en vez de otra de aislamiento. En cambio, en Bélgica y Finlandia, donde también en el periodo de entreguerras movimientos fascistoides cobraron cierta fuerza, las políticas de cordón sanitario evitaron lo peor. Especial mérito tuvieron los partidos conservadores moderados que rechazaron la tentación de cooperar con estos para marginar a las fuerzas socialistas o comunistas.
En la actualidad, en circunstancias diferentes en las que no hay una amenaza antidemocrática violenta, pero sí partidos que se alejan profundamente de los valores centrales del sistema, hay múltiples ejemplos de cordones sanitarios, como es el caso de Francia y Alemania. En Austria, un candidato verde con ideas progresistas logró la presidencia frente a un ultraderechista en buena medida por el paso al frente de dirigentes democristianos que le brindaron apoyo.
Un cordón sanitario bien aplicado es el generoso sacrificio del interés partidista o de ciertos valores no centrales en aras de la defensa del superior valor democrático u otros principios sistémicos compartidos por amplias mayorías frente a quienes representan una amenaza para él. El cordón catalán es obviamente otra cosa. No es el aislamiento de un actor extremista, sino de uno central a fin de consagrar la trinchera que parte en dos a la sociedad catalana. El apego a la aspiración independentista como factor excluyente a priori.
La ausencia de vetos, en cambio, permite ahora en Italia emprender una nueva etapa con una extraordinaria convergencia política. Es este un remedio a una negativa degeneración del sistema, pero la solución puede ser un virtuoso momento de unidad nacional. Tejido con un fino hilo de coser italiano que llama mucho la atención al lado del grueso cordón catalán.
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