El campo egipcio teme a la gran presa etíope en el Nilo
Décadas de cuestionable gestión del río sitúan ante el abismo a parte del sector agrícola del país
Cada día, cuando el reloj marca las seis de la mañana, Ramadán El Asiuti se acerca puntual a las dos bombas que proveen de agua a la finca agrícola que dirige. Su tarea consiste en limpiar los filtros de las máquinas para asegurarse de que el agua que les llega desde el Nilo esté limpia cuando riegue sus mangos y cítricos. Exactamente a esa hora, a un kilómetro de distancia, arranca también motores la estación de bombeo principal que abastecerá de agua el área a la que pertenece su terreno, situado en la localidad de Nubaria, en el extremo oeste del fértil delta del río y a 150 kilómetros de El Cairo. El Asiuti realiza su trabajo siempre a la misma hora porque a las tres de la tarde el agua se corta.
El agricultor asegura que cuando llegó a Nubaria hace dos décadas el agua fluía por la cañería principal todos los días de la semana, excepto el lunes, y se detenía a las cinco de la tarde o incluso después, en función de las necesidades. Ahora, en cambio, el agua se corta martes y viernes, y cada día, religiosamente, a las tres de la tarde. “La escasez se acerca”, avisa rotundo. El temor a que la megapresa que construye Etiopía sobre el Nilo disminuya drásticamente el caudal recorre el campo egipcio.
El futuro del país está íntimamente ligado desde hace milenios al agua del Nilo Azul, que desciende desde las tierras altas de Etiopía hasta Jartum, la capital de Sudán, para cruzarse en el camino con el Nilo Blanco y continuar juntos su viaje hasta el Mediterráneo. Al tratarse de la única fuente capaz de hacer florecer una de las zonas más áridas del planeta, los egipcios desarrollaron un sistema de regadío hace ya 8.000 años aprovechando la época anual de inundaciones, lo que brinda al país una experiencia privilegiada.
Hassan Husseiny, experto en gestión de agua y regadío que conoce de cerca Nubaria, apunta que “la mayoría del mundo no riega, sino que Dios irriga por ellos con la lluvia”, agrega, “pero aquí no tenemos, sino que gestionamos el agua que nos llega desde el sur”. Esta dilatada experiencia ha permitido a Egipto tejer, sobre todo desde su fundación moderna en el siglo XIX, un sistema de regadío sumamente sofisticado. Este integra presas y embalses con capacidad para retener miles de millones de metros cúbicos de agua, y una extensa red de canales de decenas de miles de kilómetros que permite dominar, desviar y distribuir el agua del Nilo.
Sacando partido de ello, los sucesivos regímenes que han gobernado Egipto se han embarcado en una guerra constante contra el desierto para ampliar la superficie cultivable y asentar nueva población. Y han lanzado megalómanos planes de ampliación de la superficie cultivable y asentar nueva población. Sin embargo, el sistema hoy hace aguas por todas partes tras décadas de cuestionable gestión del Nilo por parte de una Administración, que ha descuidado el vasto sistema de canales públicos, ha permitido que el río se convierta en un vertedero y sea uno de los más contaminados del mundo, y ha impulsado proyectos faraónicos que consumen mucha agua, como la nueva capital del presidente Abdelfatá al Sisi. A ellos se suma un aumento vertiginoso de la población, que en Egipto —con sus más de 100 millones de habitantes— es de un millón cada seis meses. Y ahora, la mastodóntica presa que Etiopía está ultimando río arriba, que enfrenta a Adis Abeba y El Cairo por la regulación del caudal sin que hasta ahora se haya podido llegar a un acuerdo.
Construida sobre el principal afluente del río, el Nilo Azul, la presa del Renacimiento promete convertirse en la mayor represa hidroeléctrica de África. Para Etiopía, que estima que la obra aumentará un 115% su capacidad de generar energía, la instalación es crucial para su desarrollo. Pero Egipto, que depende del agua del Nilo en un 98%, teme que la infraestructura —y las que puedan venir— sea el toque de gracia a su frágil equilibrio. El país destina el 86% del agua a la agricultura, que con una superficie cultivada de 3,8 millones de hectáreas representa en torno al 12% del PIB y da empleo directo a un cuarto de su población.
“En árabe tenemos un viejo refrán: ‘El agua no pasa por una persona sedienta’. Si tienes sed no vas a dejar que el agua pase; la vas a cortar. Nosotros estamos en el extremo, y [los que están más cerca del Nilo] no van a dejar que pase el agua hasta que ellos rieguen. Y si insisten en regar sus tierras cuando lo necesiten, significa que el agua no llegará”, alerta el experto egipcio.
En este contexto, los efectos del cambio climático amenazan también con impactar en el sistema hídrico. Aunque sigue abierto el debate sobre qué impacto tendrá en la cantidad de agua que fluye por el Nilo, fenómenos como la subida del nivel del mar —que amenaza directamente al fértil delta— y un tiempo cada vez más volátil, ya han empezado a ocurrir.
Agua subterránea
“Es cierto que el sistema de regadío de Egipto es único, pero también es antiguo”, apunta Hani Sewilam, profesor de la Universidad Americana de El Cairo y director de su Centro de Investigación Aplicada sobre Medio Ambiente y Sostenibilidad. El también miembro del equipo egipcio en las negociaciones sobre la presa etíope considera que “el gran desafío es la acumulación de problemas durante más de 200 años desde que se estableció esta red”, pero sostiene que “el sistema de agua de Egipto nunca había recibido un nivel de atención como el actual [por parte del Gobierno] desde su establecimiento”.
Los agricultores, como los de Nubaria, están tomando cartas en el asunto por su propia cuenta. Además de hacer malabarismos con el agua para compensar los días que no fluye por el canal, los estudios para cavar pozos parecen estar extendiéndose. El Asiuti explica que, en su caso, están meditando realizar la obra sobre todo para tener la garantía de poder regar y enfriar su tierra durante los picos de calor y calentarla durante los más fríos. Pero son conscientes de que los pozos no son una solución mágica, sino otro remedio a corto plazo. Nubaria, como buena parte del delta, está cerca del mar, donde el agua subterránea alcanzaría rápidamente altos niveles de salinidad, por lo que la pregunta aquí es hasta qué profundidad se podría cavar y, sobre todo, cuánta agua se podría extraer.
Si los planes de contención siguen naufragando y se intensifica la escasez, El Asiuti anticipa un panorama sombrío para la región. “Si el agua decrece, la gente va a empezar a cavar pozos, pero van a ser poco profundos y no van a sobrevivir más de cinco o seis años antes de detenerse”, desliza el agricultor, que advierte: “Si no hay agua, o el agua está salada, y no hay una solución, todo va a secarse y la gente va a marcharse”.
Restricciones de cultivos
El Gobierno egipcio ha empezado a mostrar también claros signos de preocupación. De ahí que se disponga a aumentar las importaciones de alimentos cuyo cultivo requiere el uso de mucha agua —como el trigo, del que Egipto es ya el mayor importador del mundo—, mejorar la calidad de la que emplea y de la red de canales para reducir desperdicios y construir plantas desalinizadoras y de tratamiento de aguas residuales.
Además, se plantea modernizar parte del sistema de irrigación del país y prohibir determinados cultivos, especialmente el arroz, cuyas áreas de cultivo el Gobierno trata de regular con un éxito relativo. Las medidas han sido criticadas por la ausencia de alternativas, lo que en el caso de la prohibición del cultivo de arroz afecta a muchas familias del delta, y por tener un carácter más bien paliativo y a corto plazo. El Ministerio de Agua ha rehusado hablar con EL PAÍS sobre su estrategia.
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