Bruselas y Londres rebajan drásticamente la ambición de su futura relación
La UE se pone a la defensiva ante el riesgo de que Boris Johnson intente convertir al Reino Unido en un competidor dopado con ayudas de Estado a las puertas del mercado europeo
Ni relación privilegiada ni socio más estrecho que ninguno. La Unión Europea ve cada vez más inevitable que el Reino Unido pase a ser un país tercero similar a otro cualquiera a partir del próximo 1 de enero, cuando expira el período transitorio del Brexit. Las negociaciones para pactar una relación comercial, diplomática y estratégica sin precedentes se han interrumpido esta semana sin apenas avances ni visos de que Londres tenga voluntad de llegar a un acuerdo ambicioso antes de final de año. Los contactos se retomarán a mediados de agosto. Pero ambas partes parecen resignadas a un acuerdo de mínimos que suavice el impacto de la definitiva separación en algunos sectores.
Ambas partes repiten su voluntad de alcanzar un pacto antes de fin de año, pero las posiciones apenas se han movido en los últimos meses y tan solo se repiten las acusaciones mutuas de aferrarse a líneas rojas insalvables. Bruselas incluso sospecha que el objetivo de Londres es convertirse en un agresivo competidor y no se descarta un fracaso total de las negociaciones y que la relación comercial se degrade hasta tal punto que pase a regirse por las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC)
La reunión esta semana en Londres del equipo negociador europeo, dirigido por Michel Barnier, y el británico, con David Frost, ha puesto el punto y seguido a una negociación que, según las fuentes consultadas, aboca a un fracaso o, como mucho, a un acuerdo de mínimos para evitar un cataclismo económico y logístico a final de año. La pausa veraniega de unos 20 días ha llegado sin que Bruselas y Londres hayan vislumbrado un terreno de entendimiento en torno a la envergadura del acuerdo sobre la relación futura y ni siquiera sobre la senda a seguir en las conversaciones.
La ronda de esta semana apenas ha durado dos días, con reuniones en Londres entre Barnier y Frost y sus equipos en la tarde del lunes y durante la jornada del martes. Los negociadores se despidieron sin hacer siquiera una valoración de unos contactos que siguen siendo infructuosos.
De mantenerse el bloqueo, la UE y el Reino Unido tendrían que conformarse con un acuerdo de mínimos para garantizar la fluidez del transporte, el mantenimiento de vínculos esenciales en áreas como el sector financiero, la transferencia o la cooperación judicial y policial. Pero fuentes europeas advierten de que incluso esa solución podría ser temporal y decaer en cuestión de meses si el Reino Unido no se aviene a un pacto estable y de cierta envergadura.
Londres asegura que sigue deseando un acuerdo de libre comercio, similar al que la UE pactó con Canadá. Pero Bruselas considera ese modelo inadecuado y poco garantista para un país que está a solo 32 kilómetros de la costa europea y que podría explotar el mercado interior europeo a unos niveles prácticamente imposibles para socios comerciales de la UE mucho más remotos como Canadá, Japón o Corea del Sur.
La UE exige al Reino Unido un control estricto de las ayudas de Estado y un alineamiento con los estándares sociales o medioambientales como condición para acceder a un mercado de más de 450 millones de personas. Para la UE resulta esencial garantizar esa competencia en igualdad de condiciones (level playing field, en la jerga de los negociadores), pero el Ejecutivo de Johnson se resiste a hacer ninguna concesión.
“Londres no se mueve porque su intención es llegar a un acuerdo muy básico, por el que no merezca la pena sacrificar ni un ápice de su libertad para ayudar a sus empresas o fijar sus propios estándares”, apunta una fuente europea al tanto de la negociación. Otra fuente señala que “da la impresión de que el objetivo de Johnson es convertir al Reino Unido en un competidor no demasiado leal a las puertas del mercado europeo”.
Esa estrategia británica ha disparado las alarmas en el lado europeo, que se mantiene en guardia para evitar que la negociación abra el camino de un rival potencialmente tan poderoso como el Reino Unido. Tras la quinta ronda de negociación, concluida el pasado 23 de julio, Barnier advirtió a Londres de que “un acuerdo menos ambicioso en bienes y servicios no llevará a la UE a renunciar a sus demandas para blindar una competencia en igualdad de condiciones”.
El Gobierno de Johnson pretende dejar para el final de la negociación el debate sobre competencia y el otro punto más polémico: el acceso de los barcos pesqueros europeos a las aguas territoriales británicas a partir del próximo 1 de enero. Bruselas da por descontado que las flotas europeas deberán reducir sus capturas, una merma que afectará especialmente a Alemania, los Países Bajos, Francia o Bélgica. Pero ante un posible chantaje de última hora, la UE ha incorporado, en su nuevo marco presupuestario, un fondo de 5.000 millones de euros para paliar el impacto del Brexit que podría utilizarse, según fuentes comunitarias, para compensar las pérdidas de la industria pesquera europea.
El hartazgo en el lado europeo es cada vez más evidente, en particular, en países como Francia o España. Fuentes diplomáticas europeas se muestran ya partidarias de aceptar la vía de la OMC como una salida casi inevitable y restan importancia al impacto que esa degradación en las relaciones comerciales podría tener. “Con EE UU no tenemos ningún acuerdo especial y eso no impide la pujanza de la relación transatlántica”, apunta una fuente diplomática.
Y otra señala, en la misma línea, que “no se puede comparar el impacto de un no acuerdo sobre la relación futura con el que hubiera tenido un no acuerdo sobre el Brexit”. “Ahora no estamos ante ningún abismo”, añade esa fuente en alusión al próximo 31 de diciembre, cuando termina un período transitorio que ha mantenido intacto durante 11 meses el statu quo de la relación entre las dos orillas del canal de la Mancha, como si el Reino Unido, a efectos económicos y comerciales, siguiera siendo socio de la UE.
A pesar del desánimo, la Comisión es partidaria de apurar las negociaciones hasta el final. Y Alemania, país que preside este semestre la UE, espera darles un renovado impulso a partir de septiembre, con la esperanza de alcanzar un acuerdo durante el otoño. Bruselas advierte, sin embargo, de que no aceptará un pacto a cualquier precio. “No admitiremos un acuerdo de mala calidad”, avisaba el pasado martes el comisario europeo de Comercio, el irlandés Phil Hogan, durante una entrevista con EL PAÍS.
Las negociaciones arrancaron en febrero, poco después de que el 31 de enero se consumase la salida del Reino Unido de la UE. Objetivo: cerrar el acuerdo comercial más ambicioso jamás pactado por la Unión, basado en un triple cero: cero aranceles, cero cuotas de exportaciones y cero dumping. Pero los contactos encallaron casi desde el primer momento, ante el evidente desinterés de los negociadores del Gobierno de Boris Johnson. La tarea se complicó aún más con la covid-19, que causó bajas temporales en ambas partes y obligó a celebrar varias rondas por videoconferencia sin apenas resultados.
El reencuentro físico tampoco ha deparado avances. Y el objetivo fijado por Johnson a mediados de junio de llegar a finales de julio con un esbozo del acuerdo sobre la futura relación se ha comprobado que era poco más que una cortina de humo para aparentar un impulso a la negociación. El equipo de Barnier ha apreciado un renovado interés en el equipo encabezado por Frost, pero muy lejos del compromiso necesario para dar un acelerón, según fuentes europeas.
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