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La UE señala a Rusia y China como instigadoras de campañas de desinformación en plena pandemia

Bruselas apoya las advertencias de Twitter sobre los contenidos de los mensajes del presidente Donald Trump en la red social

Álvaro Sánchez
El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, en Bruselas, este miércoles.
El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, en Bruselas, este miércoles.Delmi Álvarez

Mientras busca recuperar el pulso tras dejar atrás lo peor de la pandemia, la Unión Europea libra una guerra subterránea con Rusia y China por los mensajes que se difunden en Internet. La emergencia sanitaria, con sus toneladas de información fluyendo hacia una población que ha estado encerrada en casa durante semanas, hiperconectada y ansiosa por saber más, se ha convertido en un ecosistema ideal para agudizar las hostilidades. “Rusia y China se han involucrado en campañas de influencia y desinformación buscando socavar el debate democrático, exacerbar la división y mejorar su propia imagen en el contexto de la covid-19″, concluye la comunicación presentada por Bruselas este miércoles.

La larga mano de Pekín, y sobre todo la de Moscú, se percibe detrás de muchos de los bulos y medias verdades que luego acaban siendo consumidos por los internautas de los Veintisiete. East StratCom, el servicio de la Comisión Europea encargado de vigilar las campañas de intoxicación impulsadas por medios cercanos al Gobierno de Vladímir Putin, ha detectado 550 bulos procedentes de fuentes cercanas al Kremlin.

Las gestiones con China y Rusia se han demostrado inútiles. Como explicó el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, sus autoridades se desentienden de la actividad de esos centros de desinformación y argumentan que Russia Today, Sputnik y otros medios vinculados al Kremlin son empresas privadas. “Es difícil pensar que tenemos la capacidad de prohibir lo que hacen, solo podemos luchar contra las informaciones que diseminan ofreciendo a los ciudadanos una alternativa”, lamentó el alto representante europeo para la Política Exterior.

Las referencias a China, competidor feroz pero también importante socio comercial, han sido mucho menos tajantes. “Europa no se va a lanzar a ningún tipo de Guerra Fría contra China”, aseguró Borrell rebajando la magnitud de las acusaciones.

Cerrada la vía diplomática, la UE se ha resignado a embarcarse en una eterna persecución de los bulos en la que no siempre lleva las de ganar. Las plataformas siguen aumentando el número de publicaciones que eliminan, pero la facilidad con que vuelven a nacer y a reproducirse por la red convierte la tarea en titánica. Ante la escasa inversión que por ahora dedica al asunto, Bruselas se ve obligada a insistir a las plataformas digitales para que redoblen sus esfuerzos. TikTok, el rey chino de los vídeos, ha sido el último en sumarse al código de conducta de la Comisión, del que también forman parte Facebook, Google, Twitter o YouTube, y siguen las conversaciones para que se una WhatsApp.

Para las autoridades comunitarias, los países más azotados por la pandemia, como Italia, son más vulnerables a los cantos de sirena. En el recuerdo están marcados a fuego los golpes de efecto de Pekín y Moscú en los primeros compases de la crisis sanitaria, más propagandísticos que prácticos. Las tropas rusas llevaron material médico al norte de Italia y especialistas chinos aterrizaron para colaborar en el país transalpino mientras se extendía la idea de que la UE no estaba haciendo nada por sus miembros.

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La Comisión estima que los desmentidos inmediatos, el cierre de cuentas en redes sociales y el trabajo de verificadores y medios de comunicación son clave para romper la cadena de transmisión de las informaciones engañosas. Entre los ejemplos que han aflorado durante la pandemia cita mensajes que, pese a su apariencia inverosímil, han calado en ciertos segmentos de la población, como que lavarse las manos no es útil para limitar la expansión del virus o los supuestos beneficios de beber lejía —Bélgica ha registrado un aumento del 15% de los incidentes relacionados con su ingestión—.

Su alcance va más allá. La venta de productos milagro sin aval de las autoridades médicas está a un clic de distancia de cualquiera. Y los hackers han aprovechado el interés por consumir información durante el confinamiento enmascarando virus informáticos en enlaces con supuestos contenidos sobre la pandemia. Bruselas quiere combatir también las teorías de la conspiración que apuntan a la transmisión del coronavirus por medio de la tecnología 5G que han culminado con la quema de torres de telefonía en Birmingham y Merseyside (Reino Unido); las que acusan a las élites globales de idear una estrategia para reducir la población; los mensajes racistas que culpan a chinos o judíos de estar detrás de la ola de contagios, o la creciente desconfianza hacia la futura vacuna: un heterogéneo grupo de complotistas, antivacunas y desempleados están en el origen de los llamados chalecos naranjas italianos.

Bruselas apoya a Twitter

El problema se torna más difícil de resolver cuando algunos de los datos falsos que se filtran a la ciudadanía provienen de líderes de grandes países como el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, o su homólogo estadounidense Donald Trump. Este último habló con insistencia de “virus chino” para referirse al coronavirus, y sugirió como tratamientos “una inyección de desinfectante” o la “luz solar”.

A riesgo de despertar las iras de Washington, la vicepresidenta de la Comisión Europea, Vera Jourová, aplaudió la actuación de Twitter al advertir sobre el contenido de mensajes del presidente estadounidense. “El caso de Twitter es un muy buen ejemplo de lo que apoyamos. Twitter no quitó ninguna información de Trump, sino que añadió los hechos, y eso es lo que yo llamo pluralidad”. Para Borrell, el peligro de las opiniones vertidas en la red sin respaldo científico es real. “Yo puedo opinar que la ley de la gravedad no existe y decirlo de buena fe, pero si alguien me cree y se tira por la ventana se va a matar”.

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Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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