Una epidemia que avanza a varias velocidades en Europa
Alemania, el Reino Unido y Francia se preparan para peores escenarios y en Italia empieza a ralentizarse el aumento de contagios
Europa superó este sábado los 20.000 fallecidos por la pandemia del coronavirus, que se extiende por el continente a distintas velocidades mientras los Gobiernos adoptan medidas de confinamiento más o menos estrictas, aprueban paquetes de ayuda económica y refuerzan los servicios sanitarios. Si en Italia el aumento de infectados se ralentiza tras la muerte de más de 10.000 personas, en Francia las autoridades temen que lo peor esté por llegar. Alemania también se prepara para escenarios más drásticos, y el Reino Unido impone el confinamiento tras una primera respuesta lenta.
Alemania apuesta por una avalancha de test como escudo
El 27 de enero saltó la primera alarma y fue en una empresa bávara. Una trabajadora de la filial china había viajado hasta Alemania para impartir un seminario y uno de los participantes dio positivo por coronavirus. Desde entonces, Alemania suma ya 48.582 casos, según el recuento del Instituto Robert Koch. Eso significa que es el quinto país del mundo con más infecciones confirmadas, aunque el número de muertos por la epidemia, 325, según la cifra oficial, sigue siendo relativamente bajo comparado con otros países.
Virólogos y políticos alemanes piden cautela y se preparan para evitar el peor escenario. Es decir, un aumento de contagios que termine por colapsar su sistema de salud, que pese a ser robusto, no es infinito. El Gobierno alemán trabaja contra el reloj y con el margen que le permite el haber ganado algo de tiempo con la detección temprana, por ampliar los servicios sanitarios y ha aprobado esta semana un inédito paquete multimillonario de apoyo a las empresas y ciudadanos para tratar de reducir el impacto socioeconómico del virus. “Estamos al principio de una epidemia […] No es posible prever qué sucederá en las próximas semanas”, ha advertido esta semana el ministro de Sanidad, Jens Spahn.
Mientras las teorías conspirativas se disparan acerca del bajo número de muertos (0,6%) en Alemania, los virólogos no se cansan de explicar que Alemania se encuentra en una etapa muy inicial de la famosa curva. Que el número de positivos es muy alto en parte porque se han realizado muchos test. Los últimos datos ofrecidos por Christian Drosten, el virólogo de referencia en Alemania, del hospital Charité de Berlín, indican que Alemania está realizando medio millón de test a la semana. Lo que hace pensar que la distancia entre contagiados y positivos diagnosticados es menor en este país que en otros como España o Italia. Y eso explica también que haya una proporción menor de fallecidos. El virus brotó además en Alemania entre gente joven. Muchos habían vuelto de vacaciones en la nieve. El 79% de los contagiados es ahora menor de 60 años, según los datos del Instituto Robert Koch.
Pero también en Alemania, el virus comienza a cebarse con las personas mayores y el objetivo, según explicó Merkel desde su cuarentena es lograr ralentizar el número de contagios. La canciller, científica de formación, detalló en un podcast que sustituyó a su vídeo mensaje de los sábados, que el número de nuevos positivos se duplica en Alemania cada cinco días aproximadamente. Al principio de la epidemia era cada dos días. El objetivo ahora es seguir alargando ese periodo para que los nuevos positivos se dupliquen al menos cada diez días. Merkel está sometida a cuarentena, después de que la semana pasada un médico que le puso una vacuna del neumococo diera positivo. La canciller ha dado hasta el momento negativo en los dos test que se le han realizado.
Desde el pasado domingo, los alemanes deben permanecer en casa siempre que sea posible, aunque pueden salir, como máximo de dos en dos y manteniendo al menos un metro y medio de distancia. Los colegios y los comercios, salvo los esenciales están cerrados. Esas son las reglas generales, que la cancillería indicó este sábado que se mantendrán vigentes al menos hasta el 20 de abril. Después, cada Estado federado establece sus particularidades.
El sistema federal alemán permite a los Länder decretar sus propias medidas, que varían además en función de la situación de cada Estado. Baviera, al sur del país, con más de 11.000 casos es el más afectado. Le sigue Renania del Norte-Westfalia, al oeste, con 10.600 positivos y Baden-Württemberg en la frontera con Francia y Suiza.
Alemania mira ahora a Corea del Sur, un país que combate al virus realizando pruebas de forma masiva a la población, y controlando la distancia social, también con geolocalización de los ciudadanos a través de los datos de sus teléfonos móviles. Este último punto empieza a convertirse en objeto de debate en un país, muy celoso de la privacidad de los datos de sus ciudadanos. En opinión del ministro de Sanidad, Spahn, “este debate social es necesario”.
Confían también en un gran estudio que se realizará a partir de abril con 100.000 personas para determinar su inmunidad al virus, que podría ofrecer datos muy valiosos sobre el comportamiento del SARS-CoV-2 y que podría ayudar también a la toma de decisiones políticas.
Un informe del ministerio de Interior filtrado a la prensa esta semana habla de tres posibles escenarios para Alemania. El más optimista cuenta con un millón de infecciones y hasta 12.000 muertos. El remedio para los tres es el mismo: más test y más aislamiento.
Recurrir a los partidos tradicionales en tiempos inciertos
La expansión del coronavirus está provocando todo tipo de respuestas inéditas. Una de ellas es el ánimo político de los votantes alemanes que, según las encuestas, renuevan ahora su confianza en los hasta hace poco denostados partidos tradicionales. En tiempos de incertidumbre máxima y de decisiones existenciales, los alemanes recelan de posibles experimentos.
Los dos partidos de la gran coalición de Gobierno, la Unión Demócrata Cristiana (CDU, 32%), y la socialdemocracia (SPD, 18%) experimentan una fuerte subida en intención de voto, sobre todo la CDU, según la encuesta que publica este fin de semana el Bild. Lograrían incluso sumar una mayoría del 50%, frente a la consistente erosión de ambos partidos en los últimos meses.
El 79% de los alemanes encuestados cree además, según el Politbarometer de la cadena ZDF que la canciller, Angela Merkel, está haciendo un buen trabajo. Merkel sigue siendo, en su cuarto mandato y tras 14 años al frente del Gobierno, la política más valorada. En esta crisis se ha dejado ver haciendo al compra en un supermercado como una ciudadana más, y ahora permanece en casa en cuarentena preventiva tras haber estado en contacto con una persona que dio positivo.
Viraje y contagio en Downing Street
Boris Johnson ha demostrado en los últimos años que solo acierta cuando amarra su anárquica personalidad a un eslogan certero. Stay at home. Protect the NHS. Save Lives (Quédate en casa. Protege al Servicio Nacional de Salud. Salva vidas), las tres frases que hoy repiten el primer ministro y todo su equipo y decoran los atriles de las comparecencias de prensa diarias del Gobierno británico, persiguen el mismo afán de enfocar el mensaje público que en su día lograron Take Back Control (Recuperemos el control) para ganar en el referéndum del Brexit de 2016, o Get Brexit Done (Hagamos que se cumpla el Brexit) con el que el político conservador arrasó en las últimas elecciones.
La diferencia, en esta ocasión, juega en contra de Johnson. La urgencia del mensaje pone en evidencia la lentitud y desacierto de los primeros pasos que dio Downing Street para responder a la amenaza del coronavirus. El avance de la pandemia hizo entrar en pánico al Gobierno británico, que acabó siguiendo los pasos de otros países como Italia, Francia o España. Y el anuncio de que el propio Johnson; su ministro de Sanidad, Matt Hancock; su asesor médico jefe, Chris Whitty, y otros miembros del Ejecutivo habían resultado infectados por el virus y debían aislarse en sus domicilios resultó un duro golpe para la credibilidad de los que estaban al mando del país, porque alimentaba la sospecha de que no se habían tomado en serio ellos mismos las advertencias y consejos que lanzaban —y reclamaban— al resto de ciudadanos.
El Reino Unido vive ya su primera semana de confinamiento obligatorio. Nadie puede salir de casa, salvo para comprar alimentos, atender una necesidad médica o ir a trabajar, si el teletrabajo es imposible. Bares, restaurantes, teatros, cines y comercios permanecen cerrados. El único privilegio, en comparación con otros países, es el permiso para salir a hacer deporte una vez al día (máximo dos personas), y el alcalde de Londres, Sadiq Khan, ya ha amenazado con cerrar los parques de la ciudad si detecta abusos.
El país ha entrado en la senda de la recesión, y el ministro de Economía —con la ayuda del Banco de Inglaterra— ha puesto en marcha una multimillonaria política expansiva que ignora por completo la disciplina fiscal pregonada por el Partido Conservador. La resistencia del venerado NHS, afectado por años de austeridad y recortes, se está poniendo a prueba. A principios de marzo disponía de unas 4.000 UCI en todo el Reino Unido. Ahora aspira contra el reloj a elevar la cifra a 12.000. Faltan equipos protectores para el personal sanitario. Faltan respiradores. Faltan médicos y personal de enfermería. Más de 13.000 profesionales ya jubilados o en excedencia se han reincorporado. El Gobierno de Johnson, como otros Gobiernos en todo el mundo, anuncia su intención de comprar miles de test de detección del coronavirus para encauzar la estrategia sanitaria, pero se enfrenta igualmente al muro de una oferta escasa y unos proveedores dudosos. La cifra de contagiados se multiplica cada dos o tres días, ha reconocido Downing Street. Este sábado, el número de infectados confirmados estaba por encima de 17.000 y los muertos superaban ya el millar. Y las tres figuras políticas al frente de la respuesta del Gobierno se han visto obligadas a dirigir la operación con el enemigo dentro de casa.
La tormenta deja de crecer en Italia
En Italia esta ha sido una semana decisiva para comprobar si las restricciones para frenar la expansión del coronavirus que rigen en todo el país funcionan. Aunque se ha comenzado a ver una tenue luz al final del túnel y la velocidad de aumento de la curva se ha ralentizado, los expertos insisten en que es muy pronto todavía para cantar victoria en la lucha contra la pandemia. “No debemos crearnos la ilusión de que una disminución de la propagación puede llevarnos a reducir las medidas que hemos tomado”, advirtió este viernes Silvio Brusaferro, presidente del Instituto Superior de Sanidad. Este sábado se contaban 92.472 casos, la cifra de fallecidos ascendía hasta los 10.023 y los pacientes curados alcanzaban los 12.384.
Italia ha ido implantando medidas para contener el virus cada vez más severas, aunque al inicio fueron algo titubeantes. El 22 de febrero, con 60 contagios locales y dos fallecidos, el Gobierno decreta el confinamiento en 11 localidades en las que en total viven 50.000 personas, porque en ese momento eran los únicos focos activos de contagio conocidos. Se limitan los horarios de apertura de los bares para evitar aglomeraciones y cierran las escuelas en Lombardía, Véneto y Emilia-Romaña, las regiones con más casos y que juntas aportan en torno al 40% del PIB italiano.
Ante el temor a los estragos que el virus podría causar en la economía y el turismo, el 27 de febrero, los ministros de Exteriores y Sanidad convocan a la prensa extranjera y aseveran que Italia es un país seguro, piden que los turistas no cancelen sus reservas y señalan que el coronavirus está afectando a un porcentaje ínfimo de la población.
Los contagios no se detienen y el 4 de marzo, con 3.089 infectados y un centenar de fallecidos, se clausuran las escuelas y universidades de todo el país. La madrugada del 8 de marzo, el Ejecutivo de Giuseppe Conte decreta el aislamiento de Lombardía y otras 14 provincias del norte, donde en total viven 16 millones de personas. Tres días después, el cierre se extiende a todo el país e Italia pone en semicuarentena a 60 millones de personas. Los datos de ese día hablan de 12.462 contagiados y 827 fallecidos.
Giuseppe Conte ordena cerrar todos los negocios no esenciales y prohíbe los desplazamientos salvo por motivos justificados como trabajo, salud u otras urgencias. El día 21, un mes después del inicio del brote, ante el empeoramiento de la situación, con 53.578 casos totales y 4.825 fallecidos, el Gobierno ordena el cierre de todas las actividades productivas no esenciales.
A lo largo de este tiempo, las regiones han presionado al Gobierno central para pedir un aumento de las restricciones en todo el país. Roma, en general, ha aceptado casi la mayoría de sus demandas, aunque no todas. Finalmente, el día 25 el primer ministro dio competencias a las autoridades regionales para aumentar las limitaciones en sus jurisdicciones “siempre que el riesgo sanitario lo justifique y se trate de medidas justas”.
Francia: traslado de pacientes en tren de alta velocidad
Mientras algunos países asiáticos empiezan a ver la luz al final del túnel, Francia ni siquiera está segura de haber entrado aún en él. La consigna oficial es que lo peor está todavía por llegar, en un intento de preparar a la población —que permanecerá confinada al menos dos semanas más, hasta el 15 de abril— para un escenario cuya gravedad nadie se atreve a predecir. “Nos instalamos en una crisis que va a durar, en una situación sanitaria que no va a mejorar rápidamente”, advirtió el viernes el primer ministro, Édouard Philippe. Este sábado abundó: “Los 15 primeros días de abril serán difíciles, más aún que los 15 que acabamos de pasar”.
Francia fue el primer país europeo que registró un caso de coronavirus y, también, el primero fuera de Asia que confirmó un fallecimiento, el 14 de febrero, por la Covid-19. Sin embargo, aunque las autoridades no se cansan de repetir que la situación se agrava por momentos y el país sufre una aguda carencia de máscaras protectoras y test —no llegan a 10.000 diarios, aunque se quiere aumentar a 30.000 en las próximas semanas—, todavía no se han visto las estremecedoras escenas de Italia o España. La estrategia de Francia ha sido ralentizar la curva de contagios para preparar lo mejor posible el muro de respuesta. El presidente, Emmanuel Macron, incluso anunció esta semana un dispositivo militar especial, la Operación Resiliencia, para aportar apoyo logístico y humano donde haga falta. ¿Está funcionando? Nadie se atreve a afirmarlo.
La tasa de fallecimientos -ya son 2.314 muertos y 37.575 contagiados- se ha venido acelerando de forma imparable. El jueves, el ministro de Sanidad, Olivier Véran, indicaba que en los hospitales está muriendo un paciente “cada cuatro minutos”. Y eso que no se cuentan aún los ancianos que fallecen en las residencias de la tercera edad, tras cuyas puertas se teme se esté produciendo una verdadera hecatombe, ni en sus domicilios. El Gobierno ha asegurado espera poder contabilizar, a partir de la semana que viene, los fallecidos en residencias, lo que podría disparar las cifras.
Hasta el momento, el principal foco de la epidemia ha estado en el Gran Este, en la zona limítrofe con Suiza, Alemania y Luxemburgo. Ante el colapso de los hospitales de la zona, las autoridades han emprendido el traslado de pacientes graves a otros puntos del país —incluso mediante un tren de alta velocidad “medicalizado”,— y a los países vecinos. Una estrategia que se “intensificará” en los próximos días en todas las zonas que lo requieran, según las autoridades. Incluida la muy poblada región de París, donde se espera que la “ola epidémica”, como la definió Philippe, llegue en los próximos días. Los responsables sanitarios advierten desde hace tiempo que no saben si tendrán camas suficientes para resistir el embate en la capital y sus alrededores.
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