El presidente Bolsonaro cuestiona la verdad oficial sobre la dictadura de Brasil
La Comisión de la Verdad, creada por Rousseff, documentó 443 asesinatos o desapariciones y apuntó a los culpables. Nadie fue juzgado por la amnistía de 1979
La nostalgia por la dictadura ha sido una constante en la larga carrera política del ultraderechista Jair Bolsonaro, pero ahora es presidente de Brasil. El mandatario ha cuestionado abiertamente este martes la Comisión de la Verdad que documentó las violaciones de derechos humanos entre 1964 y 1985. El mandatario estaba siendo preguntado por la prensa sobre unos comentarios hirientes que hizo la víspera respecto a un desaparecido en los setenta a manos de los militares cuando espetó a un periodista: “¿Usted se cree la Comisión de la Verdad? Fueron siete personas nominadas por Dilma”. La presidenta Rousseff —presa y torturada por pertenecer a una guerrilla— creó el órgano que estableció la verdad oficial de aquel periodo.
El antiguo militar es el representante más poderoso de un movimiento de revisionismo histórico cada vez más visible. Hace unos meses alentó a los militares en activo a conmemorar el golpe de Estado. Las últimas declaraciones tienen su origen en unas palabras que pronunció el lunes. Bolsonaro afirmó entonces que “podría contar la verdad” sobre el destino del padre del presidente del Colegio de Abogados de Brasil, que desapareció tras ser detenido por policías durante el periodo militar. Entre quienes han cuestionado su actitud destaca la Fiscalía de los Derechos del Ciudadano, que ha recordado que “el jefe del Estado no puede mantener en secreto informaciones sobre el paradero de un desaparecido político”.
Este martes, el presidente ha rematado diciendo que los documentos oficiales sobre aquellos años son “bla, bla, bla” para añadir que “respeta la ley de Amnistía de 1979”, una norma que eximió a los represores de sentarse en el banquillo y excarceló a miles de presos políticos. Uno de los gestos más abyectos de su carrera política fue posiblemente dedicar su voto en el impeachment al coronel Brilhante Ustra, el torturador de su predecesora en el cargo. El odio visceral al Partido de los Trabajadores fue un combustible esencial de la campaña que le llevó a ganar las elecciones
La Comisión de la verdad de Brasil se cerró hace cinco años con un relato que ocupa 1.300 páginas, que documenta 443 muertos o desaparecidos, incluye a 377 responsables con nombres y apellidos además de los testimonio de las víctimas. Uno de los lugares más infames de la represión en São Paulo fue convertido en un museo llamado Memorial de la Resistencia.
El cuestionamiento de la Comisión de la Verdad es solo el último de los comentarios ofensivos, amenazantes, engañosos o directamente falsos que el capitán retirado ha hecho en los últimos días sobre asuntos diversos, incluido el periodo en que los militares asumieron el poder para impedir una dictadura comunista, según el relato que suele hacer Bolsonaro. Mintió al acusar a la periodista Miriam Leitão, de Globo, de haberse inventado que fue torturada cuando sí lo fue, mientras estaba embarazada; amenazó al periodista Glenn Greenwald, cofundador de The Intercept Brasil, el medio al que fueron filtrados los mensajes del antiguo juez Sérgio Moro, con que iba “a pasar un tiempecito en la cárcel” e insultó a los gobernadores del nordeste, la zona más pobre y afín al PT de todo el país, llamándoles paletos. También ha cuestionado recientemente los datos oficiales sobre deforestación.
Bolsonaro ha recuperado el tono que le hizo conocido entre los brasileños. Un tono que había suavizado un poco desde que asumió el poder. Ahora parece en una carrera por emular a su homólogo estadounidense, Donald Trump, que ha convertido el insulto racista en una estrategia de su campaña para la reelección. El republicano ha alabado este mismo martes a Bolsonaro como “un gran caballero” con el que pretende “trabajar en un acuerdo de libre comercio”.
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