El mero mero de México no quiere salir del país
La ausencia de López Obrador en la cumbre del G-20 supone un revés para la diplomacia mexicana en un momento en el que el país tiene abiertos varios frentes internacionales
En México existe una expresión para denominar a la persona que toma las decisiones, sin la que no suele ser posible dar un paso, aquel que puede revertir cualquier avance. El mero mero es la persona clave. En cualquier sector, pero mucho más si se trata del mero mero mexicano, el presidente, Andrés Manuel López Obrador. Su decisión de no acudir a la cumbre del G20 en Osaka, la primera cita de líderes mundiales desde que es mandatario, en plena crisis migratoria y comercial con Estados Unidos, impide que le hable de tú a tú a sus homólogos en un momento crucial. Supone un revés para la diplomacia mexicana y constata que para López Obrador, que no ha salido del país hace dos años, la política no es una prioridad de su agenda.
“Ahí van a tratarse los asuntos de la guerra comercial [entre China y Estados Unidos] en la que no estoy de acuerdo, no quiero ir a una confrontación directa”, fue el argumento que dio López Obrador para excusarse de la cumbre. El presidente mexicano ha enviado, a través del canciller, Marcelo Ebrard, que lidera la delegación del país latinoamericano, una carta al resto de líderes mundiales en el que les insta a atajar la desigualdad en el mundo. “Mi aportación modesta va a ser esa, hay que reunirse, pero para que no haya tanta desigualdad en el mundo, porque eso es lo que origina el deterioro del medioambiente, la migración, inseguridad y la violencia”, afirmó recientemente López Obrador.
La cumbre del G-20 llega en el momento más complejo de los siete meses de mandato de López Obrador. México ha sorteado las amenazas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de imponer aranceles a los productos mexicanos a cambio de firmar un acuerdo por el que el país latinoamericano se compromete a endurecer más aún su política migratoria. Para paliar ese giro, México trata de desarrollar un plan de desarrollo en Centroamérica para el que, a falta de apoyo económico de Estados Unidos, necesita del respaldo internacional, especialmente de países europeos. Además, el nuevo tratado de libre comercio con Canadá y Estados Unidos está pendiente de aprobación en los congresos de ambos países. Un rechazo a este acuerdo supondría un mazazo para la economía mexicana.
La ausencia del mandatario, que se hubiese estrenado en un encuentro con líderes mundiales, ha sido criticada -el viceministro de Japón, país anfitrión, la tachó de “desafortunada-, pero no ha sorprendido. No al menos en México. A punto de cumplirse un año de su victoria electoral, todos recuerdan que desde la campaña López Obrador insistió en un mantra: “La mejor política exterior es la interior”. Como ha ocurrido con tantas otras promesas, algunos confiaban en que, una vez que asumiera el poder, no la llevaría a la práctica al 100%. En este caso, no se ha movido un ápice.
López Obrador está convencido de que durante su sexenio se producirá lo que denomina la cuarta transformación del país, después de la independencia, la reforma y la revolución. Sus referentes son, pues, iconos de la historia mexicana, como Lázaro Cárdenas, Madero o Benito Juárez.
Sus referencias internacionales son escasas, por no decir nulas. En alguna ocasión ha asegurado que Salvador Allende le marcó en su formación política. Insistió en ello durante su visita a Chile en el verano de 2017, su primera parada de la última salida de México que se le recuerda. Después de visitar a Michelle Bachelet, aún mandataria del país sudamericano, se reunió con Lenín Moreno en Ecuador. De ahí, López Obrador viajó a Europa para reunirse en Londres con el líder laborista Jeremy Corbyn, cuya mujer es mexicana y a Cantabria, para visitar la tierra donde nació su abuelo junto al presidente de la comunidad española, Miguel Ángel Revilla. Estos dos últimos, junto al cubano Silvio Rodríguez, fueron los tres invitados personales de López Obrador a su toma de posesión el 1 de diciembre. Con ellos compartió los días previos en La Chingada, la finca que el presidente mexicano tiene en Palenque.
López Obrador ha desistido de representar en el exterior al país de habla hispana más grande del mundo y la segunda economía de América Latina. Más allá, ha insistido en que con él al mando no intervendrá en crisis de otros países, como se le ha exigido a México en el caso de Venezuela, donde su ambigüedad se ha interpretado como guiño hacia el régimen de Maduro. Una señal de que las cosas no tienen visos de cambiar se produjo hace semanas, cuando López Obrador conversó con el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg. Lo hizo a través de una pantalla y lo justificó así: “No hace falta viajar con frecuencia al extranjero, ahora podemos comunicarnos mediante videoconferencias”.
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