El cementerio olvidado de los pilotos norcoreanos en Vietnam
Durante la guerra, Corea del Norte envió en secreto un contingente para apoyar a Vietnam del Norte. 14 de sus pilotos cayeron en combate
El veterano de guerra Duong Van Dau abre parsimoniosamente un candado oxidado y empuja la puerta. Nadie viene con mucha frecuencia a visitar este pequeño templete semiescondido entre arrozales verdes, a unos 70 kilómetros de Hanói, y testimonio de uno de los episodios más desconocidos de la guerra de Vietnam (1955-1975): la participación de Corea del Norte. Sus 14 lápidas, ordenadas en dos filas y orientadas hacia el noreste, recuerdan, en vietnamita y hangul —el alfabeto coreano—, los nombres de 14 pilotos norcoreanos muertos en la contienda. Solo el zumbido de los insectos rompe el silencio.
Cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el líder norcoreano, Kim Jong-un, hablan en Hanói, la capital vietnamita, sobre desnuclearización, estas lápidas en un rincón perdido de la provincia de Bac Giang sirven de recordatorio de los profundos lazos de amistad entre Hanói y Pyongyang, y de cuánto puede cambiar la historia en unas pocas décadas.
“Vengo con frecuencia a traer fruta y ofrendas, y cuido de estas tumbas. Es mi deber como guardián. Los vietnamitas estamos muy agradecidos a estos mártires que dieron su vida por Vietnam, por eso siento que tengo la obligación de estar aquí”, cuenta Duong, que se ha hecho cargo del cuidado del monumento desde que volvió de la guerra, hace ya décadas. Nunca llegó a conocer personalmente a los pilotos, que estuvieron destinados en la cercana base aérea de Kep. Pero eso no importa. “Es mi responsabilidad”, dice, tras encender unas varillas de incienso y dedicar una oración a aquellos caídos.
Los 14 militares formaban parte de un destacamento de la Fuerza Aérea norcoreana enviado desde 1967 a lo que entonces era Vietnam del Norte y al que se conocía en clave como “Grupo Z”. Su misión era reforzar a las tropas de Ho Chi Minh, desesperadamente escasas de pilotos solventes.
“Hasta 1974, Vietnam del Norte sufrió carencias de pilotos de aviones caza debido a lo difícil y prolongado de su formación. Esa necesidad de pilotos fue particularmente aguda en 1967”, explica el profesor de la Universidad Oberlin Jiyul Kim, en su monografía “Corea del Norte en la Guerra de Vietnam” (2017).
Kim Il-sung, deseoso de apoyar una guerra que distraía a Estados Unidos de mirar hacia la península coreana, envió varios centenares de integrantes de su fuerza aérea. Podía permitírselo. Entonces, Corea del Norte gozaba de una economía industrializada mucho más potente que la del sur. Para finales de 1968, según los datos del profesor Kim, quedaban 159 militares de aquel contingente, entre ellos 31 pilotos.
El general vietnamita Phan Khac Hy les atribuye 26 derribos de aviones enemigos estadounidenses durante sus misiones. Los registros operativos, según Kim, ofrecen una versión menos triunfal y confirman solo cuatro derribos, además de otro compartido con pilotos vietnamitas.
No fue la única contribución de Corea del Norte a la causa norvietnamita. Pyongyang envió, además, material, y expertos en operaciones de propaganda y guerra psicológica, encargados de infiltrar las tropas survietnamitas.
Pero aquella participación debía desarrollarse de la manera más discreta posible. Los pilotos norcoreanos combatían en uniforme vietnamita. Corea del Norte no quería represalias de Estados Unidos y Hanói favorecía una narrativa en la que el pequeño David vietnamita luchaba en solitario contra el gigante Goliath estadounidense. No fue hasta el año 2000 que finalmente Pyongyang y Hanói mencionaron abiertamente aquella misteriosa contribución a la guerra.
Mucho más abierta, por contra, fue la contribución de Corea del Sur en el bando encabezado por Vietnam del Sur y Estados Unidos. Más de 300.000 soldados fueron destinados al sureste asiático, el segundo mayor contingente extranjero solo por detrás de EEUU.
En 2002, y tras una visita al cementerio del presidente norcoreano, Kim Yong-nam, los cuerpos de los pilotos norcoreanos fueron repatriados a su país natal y enterrados en el Cementerio de Héroes de las Fuerzas Armadas Populares en Pyongyang. Desde entonces, las escasas visitas a este apartado monumento han disminuido aún más; aunque, con ocasión de la cumbre, sonríe Duong, “han venido varios altos funcionarios norcoreanos”.
En parte, este olvido se debe a las ganas de dejar atrás el recuerdo de la guerra que, según algunos cálculos, dejó casi 4 millones de muertos y cuyas cicatrices aún se detectan en este vibrante país de 95 millones de habitantes. Más del 70% de la población actual nació después de la caída de Saigón y el fin de las hostilidades, y prefieren concentrarse en el presente. Un presente de prosperidad, y en el que las reformas puestas en marcha hace 30 años han hecho crecer la economía a un tamaño 10 veces mayor al que tenía en 1986. “Nadie quiere guerra, y menos los jóvenes estos días”, sostiene tajante el guardián del cementerio.
¿Cree que la cumbre entre Kim y Trump ayudará a atraer más atención al monumento? Puede ser. Pero, sobre todo, apunta Duong, “espero a que ayude a traer paz al mundo”.
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