Erdogan apuesta por el cannabis en Turquía
El Gobierno pretende sustituir las bolsas de plástico por las de cáñamo y estimular un sector agrícola en decadencia
Acuciado por la crisis económica, una elevada inflación en los productos alimentarios y con el sector agrícola en decadencia, los círculos gubernamentales de Turquía han hallado un nuevo maná al que fiar su destino: el cannabis o "el tesoro verde”, como lo definía el diario Yeni Safak, uno de los medios más cercanos al Ejecutivo islamista turco. El cultivo de esta planta, de larga tradición en Anatolia, había muerto prácticamente en las últimas décadas debido a las regulaciones antinarcóticos, pero ahora, por impulso personal del presidente Recep Tayyip Erdogan, se pretende recuperar y estimular su producción para uso industrial.
"Recuerdo a mi mamaíta que en casa tejía bolsas que usábamos para hacer la compra. No las tirábamos y las reutilizábamos. Eran ecológicas. Se hacían con cannabis”, dijo Erdogan en un emotivo discurso el pasado 9 de enero. Sus palabras llegaban una semana después de que se iniciase una campaña para reducir el uso de plástico promovida junto a la Unión Europea, para sustituir las bolsas de este material por alternativas menos contaminantes. “En la provincia de la que viene mi familia, Rize, había cannabis. Pero aquellos a los que creíamos amigos y eran en realidad nuestros enemigos arrancaron la planta de mi país y de mi Rize”.
El plan de desarrollo del cannabis pasa por autorizar su cultivo mediante programas piloto en 20 provincias del país y progresivamente ir aumentando su número. “Ampliaremos también las licencias comerciales según la demanda que veamos. Además, hay un proyecto de investigación conjunto entre el Instituto de Investigaciones Agrícolas de Samsun, la Universidad 19 de Mayo y TÜBITAK [el centro estatal de investigaciones científicas], que, una vez concluido, compartiremos con los productores y todos los implicados en el sector”, anunció en enero el ministro de Agricultura turco, Bekir Pakdemirli.
Las palabras de Erdogan han sido el pistoletazo de salida para redescubrir el cáñamo. Desde aquel día, la prensa turca y los canales de televisión se han lanzado a publicar decenas de reportajes loando sus propiedades industriales y terapéuticas, además de acusar a los “enemigos de la patria” y a los “imperialistas occidentales” de haber acabado con el cultivo de tan provechosa planta, con esa retórica nacionalista tan en boga en la actual Administración turca.
Aunque, algo de verdad hay en ello. Pese a que la fibra de cáñamo había sido usada durante siglos para fabricar velas y cuerdas de navegación, vestidos y papel, el presidente de EE UU Franklin D. Roosevelt firmó en 1937 la Marihuana Tax Act, una ley que prohibía toda producción, consumo o posesión de cannabis. Desde entonces, Washington se empeñó en que el resto de países siguiese su ejemplo. En el caso de Turquía, la presión arreció en los setenta, no sólo por el cannabis, sino también por la adormidera, utilizada para fabricar heroína y de la que el país euroasiático era históricamente uno de los principales productores. Estados Unidos logró su objetivo y el cultivo de ambas plantas fue prohibido de forma intermitente o severamente restringido.
Incluso cuando a partir de los noventa se empezó a permitir sembrar cáñamo de forma limitada para uso industrial (su consumo está castigado con penas de 2 a 5 años de cárcel si no hay agravantes y de 3 a 7,5 años si los hay), las únicas noticias sobre el cannabis que recibían la mayoría de los turcos eran las imágenes del ejército quemando campos de marihuana cultivada por el grupo armado kurdo PKK (para financiarse). Y si bien hace dos años el Gobierno islamista aprobó una regulación que permitía a 19 provincias cultivar cannabis, la normativa no se había desarrollado apenas. Hasta ahora.
El think-tank ASAM, que ha establecido su propio Instituto del Cannabis, estudia desde hace años cómo impulsar el cultivo de esta planta. Ha presentado al Gobierno una propuesta que implica centrarse primero en el cultivo de variedades de cáñamo industrial con escaso contenido en THC (la sustancia psicoactiva que caracteriza a la marihuana y el hachís) y que puedan ser utilizadas en la industria textil y papelera —muy afectada por la crisis de la lira y el encarecimiento de la importación de materias primas— y posteriormente extender el cultivo a variedades de cannabis índica cuyo mayor contenido en THC pueda servir para desarrollar fármacos. “Es una planta milagrosa, con múltiples usos, desde el textil hasta el biodiésel. Se puede utilizar incluso en la construcción por sus propiedades contra la radiación y es un producto amigo del medioambiente, pues es posible reciclarlo hasta ocho veces y tiene gran cantidad de celulosa”, sostiene Emre Ulas, del Instituto del Cannabis, en declaraciones a los medios turcos. En diversos encuentros con los agricultores, este instituto ha repartido semillas para su plantación y espera que para 2030 se haya extendido tanto que la producción de marihuana y sus industrias asociadas alcance un valor de 100.000 millones de dólares anuales.
Podría ser el clavo ardiendo al que agarrarse para un sector agrícola turco en declive. La oposición acusa precisamente a las políticas del partido de Erdogan durante sus más de tres lustros en el poder de haber dejado de lado al campo. El recorte a los subsidios agrícolas decretado por el Gobierno islamista en sintonía con las exigencias de la Unión Europea, así como el proceso de urbanización que ha vivido el país, ha hecho que las hectáreas de tierra cultivada se hayan reducido considerablemente. También el porcentaje de turcos dedicados a la agricultura ha caído a la mitad (hasta el 18 % de la población activa), prácticamente igual que la contribución del sector a la economía nacional: si en 1998 equivalía al 10 % del PIB, hoy es sólo del 5,7 %.
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