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EN CONCRETO
Columna
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Los problemas del tactismo

Lejos de imaginar posibilidades estratégicas de cambio en el mediano plazo, el actual Gobierno parece empeñado en construir soluciones inmediatas de carácter eminentemente táctico

José Ramón Cossío Díaz
López Obrador en rueda de prensa el pasado domingo.
López Obrador en rueda de prensa el pasado domingo.Emiliano González (EFE)

El combate al robo de combustible está produciendo diversos entendimientos. El presidente López Obrador se ha puesto al frente de un movimiento que parece apoyarlo como en sus mejores días de campaña. El cierre de ductos, el señalamiento de personas, la movilización de fuerzas, le dan sentido a una épica de lo gubernamental y lo desinteresado, que contrasta y enfrenta a las manifestaciones privadas y egoístas de quienes lucran con el patrimonio de todos.

Frente a lo que el presidente calificó como corrupción, desvergüenza o pasividad, su actuar le está resultando ventajoso. Sus índices de aprobación se han incrementado. En el percibir ordinario se asume que finalmente hay un activo líder que desde temprano y sin fatiga ve por los intereses comunes. Sin dejar de reconocer ese actuar, hay elementos en el modo de enfrentar el robo de combustible que nos muestran, más allá de acciones y velocidades, un problema operativo.

Supongamos que todo lo buscado con la estrategia antihuachicolera resulta. En un tiempo no hay más ductos pinchados, nadie en Pemex da pitazos, los empresarios no compran ni venden gasolina robada y las bandas delincuenciales están dispersas. Para que este éxito se logre, tendría que haberse dado, al menos, la sólida y moderna vigilancia de los ductos y la seria persecución de funcionarios, empresarios y líderes de bandas. Esto con independencia de si los actuales asociados desean o no continuar en el negocio por razones morales o económicas, porque la probabilidad de ser atrapados y sancionados se hizo creíble y eficaz.

Para llegar a esa situación óptima, tendrían que transformarse más cosas que la concreta operación de las actuales mafias empresariales y de ducto. Para que haya personas sentenciadas, tendría que haber policías que investigaran y proveyeran sólida información a los fiscales. Tendría que haber peritos que dieran sustento técnico a los indicios. Tendría que haber fiscales competentes para acusar sólidamente a los presuntos responsables. Tendría que haber jueces capaces de condenar a los acusados que lo merecieran. Dicho de abreviada manera, tendría que haber un sistema de justicia capaz e independiente.

¿Qué se ha propuesto en los meses previos a la toma de posesión y en los días que han corrido desde entonces en materia de seguridad y justicia? No me refiero a lo que inevitablemente se ha tenido que decir salteada y reactivamente, sino a lo que se ha planteado con orden y concierto. A decir verdad, prácticamente nada. En la primera etapa de la acción política de López Obrador, había órdenes aisladas a los miembros del Gabinete; en la segunda y actual, hay órdenes específicas y constantes para enfrentar a los huachicoleros. En el activismo general de entonces y en el particular de ahora radica el problema, no desde luego de la seguridad, sino de su comprensión y enfrentamiento.

López Obrador y su movimiento tienen, ya se sabe, la más amplia ocupación de cargos públicos desde los mejores años priistas. Tienen, también, una amplísima base social de apoyo y una legitimidad vastísima para emprender acciones de Gobierno. ¿Por qué no utilizar esa fuerza política para lograr de objetivos estratégicos que permitan, entre otros asuntos, mejorar la seguridad de todos? ¿Por qué si se cuenta con todo ese apoyo y posibilidades, se sigue queriendo enfrentar y resolver los problemas coyunturales de manera aislada y prácticamente reactiva?

Lejos de imaginar sus posibilidades estratégicas de cambio ordenado y completo en el mediano plazo, el actual Gobierno y sus legisladores parecen empeñados en construir soluciones inmediatas de carácter eminentemente táctico. Lejos de concebir un cuerpo de policía nacional y de cuerpos locales, se trastoca a las Fuerzas Armadas para crear una Guardia Nacional; lejos de pensar en el sistema de justicia penal en su conjunto, se vuelve a la fácil solución de la prisión preventiva. Da la impresión que a fuerza de querer comunicar mucho y a diario, se deja de lado la acción de Gobierno que podría resultar auténticamente transformadora. Sería una pena que todo el potencial de cambio que las urnas posibilitaron, quedara subordinado y finalmente anulado por los requerimientos de los performances matutinos. Estos le hacen bien al líder, pero no a la solución de los problemas que él mismo, paradójicamente, quiere enfrentar y resolver.

@JRCossio

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