Una niña transgénero de nueve años consigue cambiar su cédula de identidad en Ecuador
Una orden judicial obliga al Registro Civil a aceptar el nuevo nombre de la menor, Amada, tras negarse en enero a hacer la modificación
Amada hace sus deberes, tiene muchas amigas y le gusta vestirse de princesa. Pero más allá de esos rasgos de normalidad, es un símbolo de la conquista de derechos en Ecuador. Es la primera menor que consigue que su cédula de identidad cambie y coincida con su actual identidad de género. Hace nueve años nació como niño. Se crió en Quito, como su hermano, tres años mayor, pero antes incluso de aprender a hablar empezó a romper los esquemas de familia que sus padres tenían en la cabeza: jugaba con las muñecas que su prima dejaba en casa y a los tres años ya se miraba al espejo y se veía bonita.
“Quería un cumpleaños de princesas, y pidió durante años que le compráramos una falda y que le pusiéramos una diadema. Al principio, no le dábamos importancia. Pensábamos que se le iba a pasar”, recordaba en octubre su madre, Lorena Bonilla, cuando el Registro Civil aún se negaba a reconocer a su hija Amada tal como ella se siente. Hace dos semanas, coincidiendo con el 20° aniversario de la despenalización de la homosexualidad, la institución recibió por segunda vez a la menor. Esta vez, en cambio, sí le entregó un nuevo documento con el que piensa abrir todas las puertas que se le han cerrado en su casi primera década de vida. El primer intento había sido en enero, pero el Registro Civil no quiso reconocerle los derechos que la ley ecuatoriana sí garantiza para los adultos. Hasta que un juez le dio la razón tras presentar una acción de protección.
Con la nueva cédula, que lleva una foto de niña y el nombre que heredó de su bisabuela, espera evitarse los problemas y discriminaciones con los que se ha topado desde los seis años. A esa edad, sus padres aceptaron, tras un sufrido periplo de psicólogos, dudas, miedos y falta de información, que su hijo menor se sentía como una niña. Le compraron la falda que llevaba pidiendo desde los tres y le buscaron una nueva escuela “para poder hacer su transición” sin problemas. Pero lo complicado fue, precisamente, encontrar un colegio.
Hasta 14 centros educativos, públicos y privados, la rechazaron a ella y a su hermano. “Solo uno, muy modesto, decidió que quería dejar una huella de cambio en el mundo y ser el primero en recibir a una niña transgénero. Faltaban 10 días para empezar las clases”, relata Lorena, su madre. Tras conocer su historia le ofrecieron educar a su hija “como si fuera la futura presidenta de Ecuador”. Pero antes de dar el paso, el centro pidió a los padres de Amada que impartieran un taller al personal administrativo y docente para que todos comprendieran qué es ser un niño transgénero. Ellos lo habían descubierto sobre la marcha.
“Cuatro psicólogos nos habían dicho que nuestro hijo iba a terminar como un enfermo mental. El último al que acudimos le diagnosticó como un obsesivo compulsivo y quería que le medicásemos. No había nadie que nos explicase qué le pasaba, ni siquiera los profesionales más jóvenes. Lo máximo que llegamos a pensar es que iba a ser gay, pero no entendíamos por qué se quería vestir de mujer”, reconoce, aún lamentándose de las lagunas de información que hay en Ecuador. En su caso, recurrió incluso a las trabajadoras de un salón de belleza que le contaban cómo se habían escapado de su casa y habían tenido que prostituirse por la incomprensión de sus familias. Lorena buscaba similitudes en sus relatos de infancia, pero no las encontraba. Ni ella ni su marido sabían cómo ayudar a su hijo hasta que alguien les dijo que quienes necesitaban apoyo eran ellos.
Tras un llamado desesperado en un programa de televisión, la familia de Amada encontró al psicólogo definitivo. “Ella fue al consultorio con su falda y con su diadema y él nos dijo que nosotros necesitábamos más acompañamiento que ella. Que ella ya había hecho la transición, pero nosotros no lo comprendíamos”, repasa Lorena, aún agradecida por toda la literatura que les recomendó y que les hizo entender lo que era evidente para la menor: “Tú has sido una niña”.
Ahora, aparte de pelear con las instituciones ecuatorianas para que se respeten los derechos que los tribunales nacionales e internacionales ya han reconocido, los padres de Amada ayudan a otras familias a entender a sus hijos desde la Fundación Amor y Fortaleza. “Lo que nos pasó con el sistema educativo es un reflejo de lo que ocurre en la sociedad. Nos excluyen porque no tenemos una cédula. Pero somos padres como los demás, tenemos hijos, queremos que sean felices, que tengan acceso a la salud, a la educación, que cuando tengan 15 años puedan tomar un bus sin miedo a que tal vez no regresen a casa. Somos padres, no abogados, no activistas. Solo ‘papis”.
Derechos sobre el papel, no en la práctica
La ley ecuatoriana reconoce el derecho de las personas transgénero a cambiar de nombre y de género en sus documentos. Pero, al hacer el cambio, la cédula sustituye la palabra “sexo” por “género”. “Es una discriminación. Se da un trato diferente. Para todas las personas pone sexo, menos para los transgénero”, reprocha el abogado Jorge Fernández, que defendió la causa de Amada hasta que obtuvo la sentencia que obligaba al Registro Civil a hacer el cambio de cédula. La institución, que ha apelado la resolución pero aún así ha tenido que acatar la orden, la rechazó en primera instancia aduciendo que la ley solo permite el cambio en la documentación para los adultos, pese a que en Ecuador hay una sentencia de la Corte Constitucional que reconoce ese derecho a los niños y que la Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha pronunciado en el mismo sentido.
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