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Columna
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El mayor delirio que se vive hoy en Brasil es el de la “normalidad”

Un mensaje a los indecisos, a los que se anulan, a los que prefieren no votar

Eliane Brum
Algunos brasileños durante una protesta el pasado domingo.
Algunos brasileños durante una protesta el pasado domingo. M. SAYÃO (EFE)

"Distopia simulada". Esta fue la expresión que utilizó Luis Felipe Salomão, magistrado del Superior Tribunal Electoral, para justificar la prohibición del programa del candidato a la presidencia Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), donde se mostraba la apología de Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal (PSL), de la tortura y los torturadores. El programa de Haddad, al mostrar lo que Bolsonaro dice y hace, en las palabras del magistrado, "puede crear, en la opinión pública, estados pasionales con potencial para incitar a comportamientos violentos". Para el magistrado, el problema no es lo que Bolsonaro dice y hace, sino que las personas puedan escuchar lo que dice y ver lo que hace. Y posicionarse a partir de lo que efectivamente dice y hace. O sea, posicionarse a partir de la realidad de los hechos.

El problema del magistrado es que los electores puedan pensar algo lógico como: "No puedo votar a un hombre que defiende la tortura y considera héroe a un torturador que colocaba cables pelados en la vagina de las mujeres y después llevaba a sus hijos pequeños para que vieran a su madre desnuda, meada y vomitada". No, el magistrado entendió que tenía que vetar la realidad factual para que los electores, al conocer los hechos, no tengan la extraña reacción de pensar sobre ellos.

El riesgo de la violencia, para el magistrado, estaría en los que sienten miedo, no en los que provocan miedo. Pensar que Brasil casi seguramente elegirá a un hombre que defiende la tortura y considera que Carlos Alberto Brilhante Ustra es un héroe podría asustar a la población. Y el magistrado cree que no hay motivo para que la población se asuste.

Lo que vale es la autoverdad del magistrado, lo que ha escogido que es real y lo que ha escogido que es "simulado". La verdad, al igual que la realidad, se ha convertido en una elección personal.

Son unas elecciones en que un candidato tiene un proyecto democrático y el otro niega la propia democracia

Estamos jodidos. No solo porque un magistrado del TSE dice que es simulado lo que es real, sino porque este ha sido el comportamiento de una gran parte de las instituciones y también de la prensa. En Brasil, se simula que la distopía no es real. Y se hace simulando que estas elecciones son "normales", que son unas elecciones entre dos proyectos distintos, pero igualmente legítimos.

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No lo son.

Son unas elecciones en que un candidato, Fernando Haddad, por más reservas que se pueda tener hacia él y su partido, tiene un proyecto democrático, y el otro candidato, Jair Bolsonaro, niega la democracia.

¿Es extraño disputar unas elecciones y, a la vez, negar la democracia? Lo es. Esta es una de las contradicciones de la democracia, y se ha expresado varias veces a lo largo de la historia y se expresa con mucha fuerza en los días actuales, con ejemplos como Rodrigo Duterte, en las Filipinas, y Recep Tayyip Erdogan, en Turquía.

En Brasil, una gran parte de los que deberían servir como referencia, tanto instituciones como individuos, por varias razones no han mostrado estar a la altura del momento de extrema gravedad que se vive. Otros prefieren no arriesgarse a provocar la furia de los seguidores de Bolsonaro, a que los persiga el hombre que tendrá toda la máquina del Estado en sus manos mañana. Solo lo harán cuando ya sea imposible no hacerlo, con el menor coste posible.

Eso significa que usted, nosotros, estamos solos en este momento. Dependemos de las alianzas que consigamos hacer para resistir a lo que vendrá y seguir luchando por la democracia. Bolsonaro ya dijo, el pasado domingo, que los que no vivan según sus preceptos, "se marchan (de Brasil) o van a la cárcel". Exactamente lo que sucedió en la dictadura civil y militar (1964-1985), que él tanto exalta.

Bolsonaro denomina a gente como usted y como yo, que luchamos por los derechos humanos, por la igualdad y por el medio ambiente, "comunistas". Como en Brasil las palabras se han vaciado de sentido, se le puede llamar a cualquier cosa, incluso mi lámpara, "comunista". El comunismo, que ya no tiene ninguna relevancia en el mundo, solo sobrevive en boca de gente como Bolsonaro.

En el gobierno autoritario anunciado por Bolsonaro, quien tiene el poder y tendrá el aparato de represión en sus manos puede decir qué somos usted y yo

Pero, al igual que un magistrado puede decir qué es real y qué es simulado, Bolsonaro también puede decir que usted y yo somos "comunistas". Quien tiene el poder y tendrá el aparato de represión en sus manos puede decir qué somos usted y yo. La verdad, en un gobierno autoritario, pasa a ser de aquel que tiene el arma en la mano para imponerla. Y, entonces, como Bolsonaro ya anunció el pasado domingo: "Expulsaremos a marginales rojos de nuestra patria". Y añadió: "Será una limpieza nunca vista en la historia de Brasil".

Esta es la candidatura que se trata como opción democrática, en unas elecciones que se tratan como "normales".

¿La historia se está repitiendo? Sí. Y no.

Porque es la historia que se repite sin tener que poner los tanques en la calle, es la historia que se repite por el voto de la mayoría de los electores brasileños. Y, sí, hay que decirlo, por la omisión de los que votan nulo, en blanco o se abstienen de votar. Así, es la historia que se repite de una manera mucho peor.

Lo único que simulan, en este momento, gran parte de las instituciones y de la prensa es la normalidad

Quiero decir claramente que, sí, hay que tener mucho miedo. Es mentalmente sano tener miedo cuando un hombre como Bolsonaro casi seguramente tendrá el poder en Brasil. Lo único que simulan, en este momento, gran parte de las instituciones y de la prensa es la normalidad. No hay ni un ápice de normalidad democrática en lo que estamos viviendo. Ni un ápice. Bolsonaro no es un demócrata. No es necesario que yo y otros tantos digamos de nuevo quién es. Él mismo lo dice. Todo el rato. Solo hace falta escuchar.

Además del delirio colectivo de normalidad, también es enloquecedora la frase recurrente de algunos: "Ah, pero no va hacer nada de eso". "Eso" son todas las atrocidades que profiere desde hace años y también en esta campaña. Todas las atrocidades que dijo el pasado domingo. ¿Por qué Bolsonaro no haría lo que dice que hará y no sería lo que es? ¿Hay alguna razón lógica? ¿Tiene un poco de sentido dudar de lo que él ya ha dicho que hará, como esa "limpieza" en el país, en la que trata a una parte de la población como basura que deberá exiliarse o ir a la cárcel?

Entre los muchos absurdos que Bolsonaro dijo el pasado domingo, está el siguiente: "Brasil será respetado. Brasil ya no será motivo de burla en el mundo". Bolsonaro delira porque sabe que puede delirar cuanto quiera. Sabe que puede crear su propia verdad.

Bolsonaro ya ha convertido a Brasil en una vergüenza planetaria

La prensa internacional trata a Bolsonaro como el horror que efectivamente es. Brasil se ha convertido en el estupor del mundo. En cualquier país donde se vaya, la gente pregunta cómo es posible que los brasileños sean capaces de elegir a un hombre como Bolsonaro. Nos hemos convertido en una vergüenza planetaria. Y, si alguien cree que la crisis económica la resolverá un hombre con las acreditaciones de Bolsonaro, no está prestando atención a las señales. Bolsonaro es un bochorno de proporciones continentales.

No es de hoy que Brasil parece vivir en permanente delirio. Pero, en este momento, el delirio ha alcanzado una dimensión sin precedentes. ¿Personas que afirman y escriben que no hay riesgo de que se establezca un gobierno autoritario? ¿Columnistas que dicen que las instituciones en Brasil son fuertes y que el sistema de pesos y contrapesos funcionará? ¿En qué país viven estas personas?

No en el mío ni en el suyo. No en el país en que Bolsonaro hace apología a la tortura y a los torturadores, que dice que va a arrestar, expulsar y "limpiar", y ninguna institución se lo impide. No en el país en que Marielle Franco fue asesinada y donde ninguna institución tiene la suficiente fuerza para nombrar y juzgar a los asesinos y a los que mandaron matarla. No en el país en que el presidente del Supremo Tribunal Federal, Dias Toffoli, ya se somete a los militares por voluntad propia, al falsificar la historia diciendo que la dictadura no fue dictadura, sino un "movimiento".

La vida del país no sucede en salas protegidas. Solo la probabilidad de que Bolsonaro salga elegido ya crea víctimas en todo Brasil. Negros, mujeres, la comunidad LGBTQ. Las minorías, que Bolsonaro dice que tienen que "doblegarse a las mayorías o desaparecer", han sido amenazadas en los espacios públicos. "Después del día 28, vas a ver" si puedes andar así, vestirte así, ser así... es el tono de las amenazas verbales, cuando no se convierten en amenazas físicas también. Hay mucha gente, en este momento, que no sabe cómo pondrá su cuerpo en la calle tras una victoria de Bolsonaro. Con miedo. Con miedo sano.

El horror ya ha calado en los huesos de Brasil porque las instituciones son débiles, las autoridades incapaces y parte de la elite cree en el delirio de la "normalidad"

En la Amazonia, donde todo sucede primero, la violencia se ha recrudecido. Se han quemado coches de inspectores del Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama), se ha incendiado el puente de la única carretera por donde los trabajadores del Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad podían acceder a una acción para combatir la deforestación. La violencia contra los órganos gubernamentales reverbera la declaración de Bolsonaro de que acabaría con la "industria de las multas". "Vamos a poner un punto final en todos los activismos de Brasil. Vamos a sacar el Estado del cogote de los productores", prometió, refiriéndose a los órganos que protegen el medio ambiente. Íntimamente relacionado con la bancada ruralista, Bolsonaro ya ha dejado claro que quiere abrir la Amazonia, incluyendo las áreas protegidas, a la soja, la ganadería y la extracción mineral. También tiene una riña personal con el Ibama, porque lo multaron por pescar en un área prohibida, dentro de una unidad de conservación. Y nunca pagó la multa a las arcas del Estado.

¿No existe riesgo de que se instale el horror? El horror ya ha calado en los huesos de Brasil. Ya estamos viviendo el horror, exactamente porque las instituciones son débiles, las autoridades incapaces y la parte supuestamente más lúcida de la elite prefiere creer en el delirio de la normalidad.

No es lo que va a suceder. O lo que puede suceder. Es lo que ya está sucediendo.

La reacción de la mayoría de los candidatos derrotados en la primera vuelta es una prueba más de la fragilidad de la democracia brasileña. Ciro Gomes, Marina Silva y Geraldo Alckmin se han avergonzado a sí mismos y han traicionado la confianza de sus electores. Apoyar el único proyecto democrático de la segunda vuelta debería ser un imperativo ético, no una opción. Como políticos y ciudadanos, deberían haber hecho campaña desde el día posterior a la primera vuelta, lado a lado. Heridas, disputas, cálculos, todo eso debería aparcarse ante el riesgo de que Bolsonaro salga elegido el domingo.

Los principales políticos del país, que podrían y deberían mostrar grandeza, han revelado trágicamente que no estaban a la altura del momento histórico. Fernando Henrique Cardoso ha echado a pique su propia biografía. Brasil se ha descubierto al borde del abismo sin un único estadista. Ni siquiera un único político expresivo ha sido capaz de anteponer las necesidades del país a las suyas. Parecen todos adultos infantilizados, disfrazando su rencor y sus puyazos con palabras sofisticadas.

Jair Bolsonaro será el bravucón del colegio con un ejército y todo el aparato de represión, especialmente las Policías Militares de los estados, adorándolo como a un "mito"

Brasil está viviendo uno de los momentos más graves de su historia. Jair Bolsonaro es todo lo que sabemos que es y también un hombre incapaz de controlarse. Es casi seguro que este hombre que no se controla comande el país. Jair Bolsonaro no consigue controlarse y fingir que es un demócrata ni siquiera en la cómoda posición de encabezar los sondeos. Es fácil imaginar qué hará con el poder presidencial. El próximo presidente podrá ser un descontrolado lleno de odio en un país ya devastado por varias crisis. Jair Bolsonaro será el bravucón del colegio con un ejército y todo el aparato de represión, especialmente las policías militares de los estados, adorándolo como a un "mito".

Hay algo que Brasil ya ha perdido. Y que le va a costar mucho recuperar. Con Bolsonaro o sin Bolsonaro, hemos descubierto que vivimos en un país en que la mayoría de los brasileños cree que es posible votar a un hombre como Bolsonaro. Sin ningún drama de consciencia, transigen con todo el odio que produce, son cómplices del deseo de exterminar a aquellos que son diferentes, aprecian las amenazas y las ínfulas de poder, exaltan la ignorancia y la brutalidad.

Por lo que Brasil ya ha perdido, la gravedad de este momento tal vez sea mayor de lo que se perfilaba en el golpe de Estado de 1964 y en el AI-5 (Acto Institucional número 5, que suspendió varias garantías constitucionales) en 1968. Esta vez, existe el apoyo explícito de una parte significativa de los brasileños al proyecto autoritario. Un apoyo explícito por el voto. Una parte de los seguidores de Bolsonaro ya ha decidido agradar al "mito" perpetrando actos de violencia en las calles. Claramente estimulados e incitados por sus discursos de odio y de expulsión de parte de la población, en la que estamos yo y quizá usted, han decidido reventar y oprimir ellos mismos. Así que, esta vez, la violencia puede venir de cualquier lugar. Incluso del vecino.

Hay algo que Brasil ya ha perdido. Pero las elecciones todavía no están totalmente perdidas.

Los que siguen mis artículos de opinión saben que soy muy crítica con el gobierno del PT. Critico al PT desde antes de que la mayoría criticara al PT. Sin dejar de reconocer sus aciertos, critico al PT por varias razones y porque cubro, como reportera, el proceso de construcción de la hidroeléctrica Belo Monte, en el río Xingú, un crimen que manchará para siempre las biografías de Lula y Dilma Rousseff. Y que seguiré documentando. Puedo afirmar que he hecho algunas de las críticas más duras al partido, a Lula y a Dilma Rousseff, críticas que considero justas y basadas en hechos comprobados e investigados. Todo lo que he escrito en los últimos años está en internet para quien quiera leerlo.

Para mí, no es fácil votar al PT. Para mí, tampoco es fácil exponer mi voto. Es la primera vez que lo hago públicamente. Y lo hago porque entiendo la gravedad de este momento histórico. Lo hago porque entiendo que este voto no es para un candidato o partido. Es un voto contra la opresión, un voto en defensa de todo aquello por lo que he luchado toda mi vida, un voto en defensa de todos los principios que me convirtieron en periodista.

En momentos límite como el que vivimos, cada uno de nosotros tiene que hacer elecciones difíciles, elecciones en que siempre se pierde mucho. Nací y crecí en la dictadura que Bolsonaro exalta y me inicié en el periodismo con la redemocratización. Siempre me he preguntado si sería capaz de sustentar mis principios, a pesar de todos los riesgos, en el caso de que el país pudiera, otra vez, ser oprimido por un régimen de excepción. Lo hacía como ejercicio mental, pero nunca supuse que llegaríamos a este punto de nuevo, y con todavía más gravedad. Creo que el haber conquistado una voz durante 30 años de periodismo me confiere una responsabilidad. Y espero estar a la altura de esta responsabilidad.

Votar en blanco, anular el voto o dejar de votar no es una posición en este momento, sino una omisión. Y la omisión es un tipo de acción

Quien sigue esta columna de opinión sabe que suelo defender que votar en blanco, anular el voto o abstenerse es una posición. Creo que el "voto útil" o el "voto crítico" también nos han traído hasta este momento dramático. Sigo creyendo que anular el voto, votar en blanco o no votar es una posición política legítima cuando se trata de dos proyectos dentro de la democracia.

Pero tengo la convicción de que, en este momento, cuando lo que está en juego es la propia democracia —porque el proyecto de Jair Bolsonaro niega los fundamentos democráticos—, votar en blanco, anular el voto o no votar está fuera del campo de las posibilidades. Votar en blanco, anular el voto o dejar de votar no es una posición en este momento, sino una omisión. Y la omisión es un tipo de acción. En este momento, el peor tipo de acción posible.

No tengo nada más que decir a alguien que vota a un hombre que hace apología a la tortura y a los torturadores, que incita al odio y que quiere acabar con una parte de la población brasileña. Mis palabras nunca llegarán a los que creen que es posible tener a un presidente como Jair Bolsonaro. Pero quizá mis palabras puedan llegar a los que odian al PT. Y puedan entender, como yo misma tuve que entender, que este no es un voto al PT. Y que este voto, aunque no sea al candidato y al partido que desearíamos, quizá sea el voto más importante desde que recuperamos el derecho a votar. Es un voto por los principios de la humanidad, es un voto por la vida de los más frágiles, es un voto por seguir existiendo en este país.

Yo aprendo con las personas a las que escucho. Y he escogido escuchar como reportera a las personas más frágiles. Y también a las personas más frágiles que resisten. Si para mí era extremamente difícil votar al PT, y no lo voté en la primera vuelta, ¿cómo lo sería para aquellos a quienes la política del PT para la Amazonia les destrozó la vida?

Si ellos son capaces de superar todo el sufrimiento para hacer lo que está bien, usted y yo también podemos

Les pregunté a tres ribeirinhos (ribereños) del río Xingú, expulsados de sus tierras por la hidroeléctrica Belo Monte, cómo votarían y cómo se sentían al respecto. A los tres les ahogaron las tierras o islas, dos enfermaron seriamente, a uno le quemaron la casa con todo dentro, otro no consiguió ni siquiera impedir que los huesos de su padre se sumergieran y desaparecieran para siempre, todos perdieron la vida que conocían y amaban, al igual que la propia posibilidad de sobrevivir. De hombres y mujeres de la selva se convirtieron en pobres urbanos en una de las ciudades más violentas de Brasil. Se convirtieron en refugiados en su propio país, destituidos de todo, hasta de su propia identidad.

Los tres me dijeron, sin vacilar, que votarían contra Bolsonaro. Ellos entienden que algo mayor que su propia vida está en juego. Si estas personas, que lo han perdido todo por una obra de Lula y Dilma Rousseff, son capaces de entender el momento histórico que vive Brasil y superar todo su sufrimiento y su justa indignación para hacer lo que está bien, entiendo que yo también puedo. Y creo que usted también.

Es de uno de ellos la frase que me inspira:

—¡Voy a votar al PT para que arreglen la mierda que hicieron!

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook:@brumelianebrum

Traducción: Meritxell Almarza

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