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El precio de revelar secretos

Dos veteranos filtradores de la NSA explican qué les motivó a destapar información reservada y reflexionan sobre los peligros de revelar secretos

Daniel Ellsberg, el legendario filtrador de los papeles del Pentágono, recibe un sello de desclasificación de documentos en un banquete celebrado en septiembre de 1971.
Daniel Ellsberg, el legendario filtrador de los papeles del Pentágono, recibe un sello de desclasificación de documentos en un banquete celebrado en septiembre de 1971. BETTMAN ARCHIVE

Kirk Wiebe tiene muy claro qué motiva a un informante: un “compromiso moral”. “El Gobierno no estaba cumpliendo la Constitución. Ese era el objetivo”, esgrime William Binney. Ambos fueron de los primeros filtradores en exponer los largos tentáculos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA en sus siglas en inglés). Wiebe, de 73 años, y Binney, de 75, fueron más de una década atrás los precursores de las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje telefónico de la NSA. “Nunca nos arrepentimos de las filtraciones, pero fuimos un poco lentos”, señalan en una entrevista conjunta por videoconferencia desde Ámsterdam, donde pasan la mitad del año y han impulsado un proyecto tecnológico.

Su historia ilustra las interioridades del mundo de los informantes. También sus límites y riesgos. A diferencia de Snowden, Wiebe y Binney, que trabajaron más de 30 años en la NSA, decidieron denunciar primero internamente. Durante siete años hablaron con investigadores del Gobierno y del Congreso. No solo no sirvió de nada, sino que fueron castigados. A finales de 2001 decidieron retirarse de la NSA y destapar desde fuera lo que consideraban prácticas inconstitucionales de espionaje. El Gobierno trató de llevarlos a los tribunales, pero luego dio marcha atrás.

Chelsea Manning, de 30 años. Siendo soldado filtró los documentos de WikiLeaks. Fue indultada en 2017.
Chelsea Manning, de 30 años. Siendo soldado filtró los documentos de WikiLeaks. Fue indultada en 2017.

La ley estadounidense concede una amplia protección a la libertad de expresión y existen numerosos programas que buscan incentivar a denunciantes, pero eso no los blinda por completo. “Tienes cero protección”, sostiene Binney. Varios estudios apuntan a que la inmensa mayoría de filtradores actúan guiados por un sentido de justicia y que sufren enormes represalias tras sus revelaciones.

Snowden no filtró nada hasta que abandonó la NSA en 2013, y lo hizo cuando ya estaba fuera de EE UU. Orquestó una sofisticada destilación de secretos a través de periodistas. Destapó un sistema de recolección masiva de llamadas, espionaje a países aliados y forzó reformas de calado tras exponer los peligros de un Gran Hermano global. “Es un héroe”, clama Wiebe.

Pero, a diferencia de Wiebe y Binney, tiene cuentas pendientes con la justicia estadounidense. Vive bajo asilo en Rusia porque, si vuelve a su país, corre el riesgo de ser juzgado por traición. Su vida personal se ha cobrado un peaje que él parece aceptar. “Si hubiera querido estar a salvo, no me hubiera ido de Hawái”, dijo en junio al diario The Guardian el informático de 35 años.

Tampoco parece arrepentirse Chelsea Manning, de 30 años, de haber filtrado en 2010 documentos secretos del Ejército a la organización WikiLeaks. Fue condenada a 35 años de prisión, pero en 2017 el expresidente Barack Obama la indultó. “Mi objetivo era atraer atención y hacer lo correcto”, explicó recientemente Manning, que ahora es una activista transgénero con aspiraciones políticas.

Wiebe sostiene que, si tuviera que aconsejar a un futuro denunciante, le diría que lo primero es “estar seguro de los hechos”. Y una vez tiene uno eso claro, conviene, dice, contratar a un abogado y buscar a un “buen periodista que no tenga miedo de contar historias” y que esté dispuesto a resistir las presiones: “No es fácil ser un filtrador”, añade Binney, “pero al final todo se basa en tu compromiso con hacer cumplir tu juramento y la promesa que hiciste de respeto a la Constitución”.

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