Trump se zambulle en su propio pantano
Un delito de financiación ilegal de campaña, fruto de pagos por silenciar aventuras sexuales, acecha al presidente, pero la factura política es incierta debido a la fidelidad de los trumpistas.
Donald Trump llegó a la Casa Blanca a lomos de varios lemas, pero uno de los más recurrentes prometía “drenar el pantano”, es decir, limpiar Washington de corrupción. El martes, su exjefe de campaña, Paul Manafort, era declarado culpable de ocho delitos de fraude fiscal y bancario (por hechos previos a dicha campaña) que le pueden acarrear 80 años de cárcel. Casi a la misma hora, su abogado personal durante años, Michael Cohen, se entregaba al FBI para declararse culpable de otros ocho cargos y, bajo juramento, señalaba al presidente de EE UU como instigador de dos de ellos, relativos a financiación electoral ilegal.
Cohen confesó que, en los meses antes a las elecciones, pagó por orden de Trump a dos mujeres para callar sus supuestas relaciones sexuales, entre 2006 y 2007, con el magnate neoyorquino. En concreto, el abogado desembolsó 130.000 dólares a una actriz de cine porno conocida como Stormy Daniels y 150.000 dólares a la exmodelo de Playboy Karen McDougal. Como el fin era proteger la imagen del entonces candidato, constituye una donación no declarada y, por tanto, un delito que implica al presidente.
Trump asegura que conoció los pagos a esas mujeres a posteriori, aunque recalca que el dinero era suyo. Varios de sus fieles han negociado inmunidad para colaborar con la justicia. El presidente parece, ahora sí, zambullido de pleno en su pantano. La factura política que pagará por ello, sin embargo, es del todo incierta.
Para Hayden Duice, un profesor de escuela primaria de 39 años, trumpista convencido, no hay factura alguna que pagar. “Muchos de nuestros presidentes no tuvieron vidas ejemplares, mire a JFK o Bill Clinton. No hemos votado a un santo, sino a alguien que arregle las cosas. Está negociando con Corea del Norte, arreglando la economía. Dejen en paz al hombre. Hubiese dicho lo mismo de Clinton”, sostenía el viernes en una cafetería de Frederick, capital del condado del mismo nombre, territorio republicano.
El precedente de Clinton
Cuando estos días se plantea qué es lo que puede pasar con Trump, en toda conversación aparece el escándalo de Bill Clinton de 1998, cuando trascendió que había mantenido relaciones sexuales con una becaria de 21 años en el Despacho Oval y mintió al respecto, bajo juramento, a todo el pueblo estadounidense. Clinton salió más que indemne: el proceso de impeachment (destitución) impulsado por los republicanos fracasó y los votantes, en pleno ciclo alcista de la economía y la operación Zorro del Desierto oportunamente en marcha, se preocuparon más bien poco. En el año de la polémica, el índice de aprobación del demócrata alcanzó el máximo de su presidencia, el 64%.
Ahora el escándalo Cohen añade leña a la mala salud de hierro de la popularidad de Trump (el 42% entre los votantes en general, ningún presidente la ha tenido tan baja), pero resulta aventurado pronosticar un revés de sus seguidores. El 87% de los republicanos le bendicen. Como recordaba el republicano de Frederick, el mercado laboral está en pleno apogeo y Wall Street ha encadenado la secuencia alcista más prolongada de toda la historia.
Que Trump fuese infiel a su esposa hace más de una década no deja boquiabiertos a sus fieles y que lo haya encubierto, aunque ahora sea constitutivo de delito, suscita compresión en muchos de ellos. Un caso similar acabó con la carrera política de un candidato demócrata, John Edwards, procesado en 2011 aunque no condenado. Pero Trump ya ha demostrado que puede ganar unas elecciones pese a que trascienda un vídeo en el que se jacta de acosar sexualmente a las mujeres. Y desde el punto de vista judicial, la directriz del Departamento de Justicia de EE UU establece que solo se puede procesar fuera del cargo, para lo cual habría que destituirle. De esto último, del impeachment, no hablan siquiera los demócratas, ahora en minoría en las cámaras legislativas.
“Un suicidio, sería un suicidio”, sentencia desde Georgia el politólogo Keith T. Poole. “No funcionó con Clinton, que había hecho algo mucho peor. Esto es el incumplimiento de la ley de financiación de campaña”, recalca. Las cosas pueden empeorar para Trump si otros acusados o condenados tiene trapos sucios que ofrecer para lograr rebajas de condena, como Cohen. El caso del abogado y el de Manafort, aunque no tienen que ver con la injerencia de Moscú en las elecciones, han surgido a raíz de la macroinvestigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la trama rusa, las interferencias del Kremlin para favorecer la victoria del republicano y la posible connivencia de su círculo en esta estratagema.
Incertidumbre en las legislativas
La primera prueba de fuego a la que se enfrentan republicanos y demócratas llega en noviembre, con las elecciones legislativas, y el efecto de estos escándalos es incierto. Normalmente, recuerda Poole, el partido de la oposición suele ganar terreno en las legislativas, pero le parece impredecible ahora. “Algo que la gente olvida es que Trump no es un republicano, ni un conservador, es básicamente un showman y no le importa demasiado el tema de los equilibrios presupuestarios y cosas así, así que no se sabe qué puede pasar”, añade. Kyle Kondik, especialista de la Universidad de Virginia en pronósticos electorales, considera que los demócratas “no deberían abusar de esta baza [la crisis abierta por la confesión de Cohen]. Muchos recuerdan cómo los republicanos sobrerreaccionaron a los escándalos de Clinton y trataron de destituirle, lo que contribuyó a que tuvieran malos resultados electorales aquel año. Nadie sabe lo que la investigación de Mueller va a traer. Los demócratas solo pueden controlar su mensaje, jugar la baza de las políticas es lo más inteligente”.
Las legislativas tampoco pueden contemplarse como un referéndum sobre Trump. En esta cita electoral, prima la agenda del partido y los intereses más locales. Aun así, la sombra de un presidente tan heterodoxo y crispante resulta muy alargada. Según el analista Julian Zelizer, profesor de Historia y Asuntos Públicos en Princeton, las posibilidades de una ola demócrata están creciendo debido al goteo de conflictos con Trump. Las legislativas de noviembre son, básicamente, “un referéndum para los demócratas, que ven su mejor oportunidad de frenar a ese presidente. Y para muchos republicanos será un referéndum en su propio partido y les puede aislar del efecto Trump”. Una de las grandes preguntas en torno al Partido Republicano es cuántos conservadores les votarán a pesar de Trump y cuántos lo harán debido a Trump.
Una de las grandes preguntas en torno al Partido Republicano es cuántos conservadores les votarán pesar de Trump y cuántos lo harán por Trump. Una encuesta publicada hace 10 días por la Universidad de Quinnipiac, especialista en sondeos, resaltaba el tirón del neoyorquino en la calle: entre los republicanos, el 39% ha mejorado su opinión sobre el Partido debido a Donald Trump, mientras que para el 42% su figura no ha tenido impacto y solo un 18% piensa peor de la formación debido al presidente. Eso ayuda a explicar por qué los popes republicanos en Washington -el líder del Senado, Mitch McConnell, y el de la Cámara de Representantesm Paul Ryan- se han guardado de criticar nada de Trump esta semana. Si en noviembre se estrellan, se abrirá la veda.
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