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COLUMNA
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Colombia es wayuú

'Pájaros de Verano' logra por fin mostrar cómo el arte puede recrear y profundizar la historia sin convertir a homicidas como Pablo Escobar en héroes de series

Diana Calderón

Vamos cuatro décadas atrás, casi cinco ya, a los años setenta, ubiquémonos en la punta más alejada de los centros urbanos, en Sudamérica, en la Guajira sedienta a pesar de estar bañada por el Caribe, y preparémonos para ver una metáfora de Colombia desde el cine más puro.

Nos vamos a encontrar con una poesía violenta y una pantalla manchada de sangre mientras cantos épicos van adivinando el mensaje, los espíritus hablan en sueños y la mujer cumple el papel de un hilo resistente. Pero principalmente vamos a conocer un pueblo, el wayuú, que como lo explica magistralmente el antropólogo Weidler Guerra, rompió las fronteras transimperiales y a través de su geografía y sus marineros creó circuitos económicos, demográficos y culturales, el contrabando.

Vamos a descubrir la bonanza marimbera y los orígenes del narcotráfico que terminó demoliendo los valores de la sociedad hasta nuestros días. Los cineastas, creadores del Abrazo de la Serpiente, Los Viajes del Viento y La Sombra del Caminante, Cristina Gallego y Ciro Guerra rompieron con esta película la frontera del lenguaje. Pájaros de Verano es narrada en wayunaiki, y sin embargo, todo se comprende, todo entra por los sentidos del espectador, por ahora colombiano, y ojalá del mundo, para bien de la comprensión de nuestra nación.

Gallego y Guerra dicen que, además es una película de gánsteres y espíritus, contada en cinco cantos como la tragedia griega, perfecta elección por tratarse de la tragedia que trae la droga y encontrando en Gabriel García Márquez y sus imaginarios, en su realismo mágico, la mejor manera de mostrar al mundo de dónde venimos, en qué creemos y cómo se han violado las reglas y los pactos para luego pasarnos décadas reconstruyendo los pedazos.

A partir de la historia de una familia wayuú, que se rompe, se fractura, cuando cambia el negocio del café y el whisky por el de la marihuana para vendérsela como siempre a los gringos y recreando mitos y ceremoniales, se van descubriendo los inicios del tráfico de estupefacientes en Colombia y la relación con los hombres blancos, los criollos, y la manera como la ambición termina por acabar con todos los códigos éticos.

Pájaros de Verano, que ya ha sido escogida por festivales internacionales, logra por fin mostrar cómo el arte puede recrear, profundizar la historia sin convertir a los homicidas como Pablo Escobar en héroes de series televisivas sin la menor consideración por cientos de víctimas de sus atrocidades.

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Pájaros consigue hacernos mirar en el espejo de esa sociedad que acepta el todo vale y nos convierte para los norteamericanos en objeto de juicios por las drogas que se consumen sin entender que pasados 50 años, el narcotráfico no puede ser abordado de la misma manera. Seguimos siendo una nación donde el poder de

dinero es corruptor, donde las siembras ahora de coca apenas empiezan a ser sustituidas y la cultura de la legalidad no parece arraigarse fácil en las familias, la organización comunal, social e institucional a pesar de todos los muertos y todas las luchas que hemos dado.

La historia que nos ocupa no solo ocurre en la Guajira y en la costa norte, es la de cada región de Colombia, solo cambian las comunidades, las necesidades, las estructuras paraestatales. Son esos lugares donde la autoridad se deja sobornar hoy como ayer por el poder del mafioso de turno con el arma al cinto dispuesto a convertir a menores de edad en mulas, a migrantes venezolanas en esclavas sexuales y a regalar dulces envenenados a ancianos y pobres ofreciendo narcopaseos al Ecuador.

Pájaros de Verano es película obligada cuando nos enfrentamos a la realidad de una batalla que nos está ganando y está matando a las nuevas generaciones mientras sigue encontrando más y nuevos mercados y las discusiones se vuelven bizantinas o repetitivas según el principio ideológico o el interés económico del gobernante en cuestión.

Ese pueblo que sirve de gran protagonista en la cinta es un solo pueblo, un solo territorio por el que vuelan pájaros agoreros de todos los pelambres anunciando la lluvia o la sequía y la muerte y a veces también cantan los nuevos amaneceres. Porque así como el narcotráfico parece habernos tatuado la desgracia, Colombia puede un día ser Pájaros de Verano en las salas de cine y Magia Salvaje en National Geographic. Colombia es wayuú.

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