Alexis Tsipras, el resistente heleno
El primer ministro griego ha conseguido superar los duros años del rescate, un éxito empañado por el trágico incendio de julio
Alexis Tsipras (Atenas, 1974) nunca ha tenido problemas a la hora de elegir corbata. Nunca la ha usado. Hasta este verano, cuando cumplió su inveterada promesa —una de las pocas que no se han quedado por el camino— de ponerse una. El motivo lo valía: celebrar el alivio de la deuda griega por el Eurogrupo. Eligió para la ocasión una de color grana que, eso sí, solo llevó unos minutos. Aquel día fue el prólogo del momento más anhelado de su mandato: el fin del programa de ayuda económica de la troika, que termina oficialmente el 20 de agosto.
Pero la vida de Tsipras está marcada por otro mes, el de julio, como si esa hoja del calendario fuera un dios tutelar de humor airado. Nació el día 28, cuatro después de la caída de la junta militar que detentaba el poder en Grecia desde 1967. También en julio, en 2015, el primer ministro heleno ganó un referéndum en volandas del sentimiento de humillación de los griegos a manos de la troika, vio desangrarse a Syriza, su partido, y acabó claudicando ante el tercer rescate, en términos peores de lo inicialmente previsto, para evitar un Grexit. Pero los idus de julio le tenían reservado un revés más aciago: el pasado día 23 un incendio al noreste de Atenas se convertía en lo que algunos consideran puede ser su pira política.
Aquel fuego y su desvastador impacto —dejó a su paso más de 95 muertos— han erosionado el crédito como político y estadista de Tsipras, que se vio forzado a aceptar la renuncia del titular de Protección Civil, Nikos Toskas, para esquivar una crisis mayor.
No lo ha tenido fácil con algunos ministros. El caso más sonado ha sido el de Yanis Varoufakis, su primer titular de Finanzas, que dejó el Gobierno tras el referéndum. Según el discurso oficial, hizo perder seis preciosos meses a Atenas en la negociación con la troika del tercer rescate.
En 2014 iba a mítines tocado con la kufiya palestina; en 2015 ya frecuentaba a Netanyahu
Dos extremos definen el rumbo que ha tomado el mandato de Tsipras, el primer ministro que más ha durado de la crisis griega: las dos caras de Jano. El Júpiter tonante contra el poder de Bruselas en los mítines, en comunión emocional con sus votantes; y el cuitado jefe de Gobierno que visitó la zona cero del incendio siete días después de ser extinguido, casi a hurtadillas y sin cámaras. Alguien replegado sobre sí mismo, equidistante del fervor que desató en su día —el tribuno de la plebe que osaba arrebatarle el poder a los patricios de la política griega, que patrimonializaron el Estado— y de la amarga y aplastante realidad: la de los recortes, las críticas y los errores, como el probable cúmulo de fallos administrativos que alimentó el incendio. En 2014, Tsipras iba a mítines tocado con la kufiya palestina; en 2015 empezaba a frecuentar, como socio estratégico, a Benjamín Netanyahu.
Su biografía reciente puede leerse como la historia de la forja de un caparazón. Ninguno de los gobernantes griegos encargados de ejecutar un rescate (tres desde 2010) ha salido incólume, pero Tsipras aspiraba a ser la excepción. El 3 de julio de 2015, en el cierre de la campaña del referéndum en Atenas, insistió en ir a pie desde su despacho hasta la céntrica plaza Syntagma, pese a las quejas de sus escoltas. Rodeado de sus próximos y algunos conmilitones europeos —entre ellos, varios miembros de Podemos—, Tsipras dijo a sus acompañantes: “No temáis, no va a pasar nada, toda esta gente [decenas de miles de personas] nos protegerá”. Pero luego llegó la derrota del rescate, el ensimismamiento, algún kilo de más —fruto, según una fuente cercana, de una depresión larvada por el abandono de promesas y amigos—, un alud de protestas y la caída en los sondeos.
Hasta que los plácemes del Eurogrupo, la inminente salida del rescate y el histórico acuerdo con Macedonia, que pone fin a 27 años de conflicto entre los dos países —por el que algunos han pedido para él el Nobel de la Paz—, le sacaron esta primavera del mutismo. Tsipras volvía a conceder entrevistas. El incendio de Mati ha teñido otra vez de circunspección su presencia de ánimo. Pero el ejercicio del poder es eso, un carrusel de frustraciones y engaños (y autoengaños).
Bien lo sabe este primer ministro, el más joven de la historia griega. Sus años de activismo y militancia le prepararon para los reveses, y muchos ven posible que lleve su mandato a término: es tan resistente a la temperatura, y proteico, como la arcilla. Porque Tsipras es político desde que tiene uso de razón. Nacido en una familia de clase media a dos pasos del estadio del Panathinaikos, una lesión de rodilla le apartó del vóley y del fútbol, sus pasiones, mientras una compañera del instituto, Peristera Batziana, Betty, le ganaba para la causa de la izquierda y de la vida. Son pareja desde entonces y padres de dos hijos, el segundo llamado Orfeo Ernesto por la admiración paterna al Che.
El colapso de los partidos tradicionales le puso en bandeja la victoria hace tres años
A los 16 años, en las juventudes comunistas, lideró la ocupación de su instituto en protesta por una polémica ley educativa. En la universidad, donde estudió ingeniería civil, ya militaba en Synaspismós (coalición), germen de la futura Syriza (Coalición de Izquierda Radical; una confluencia de socialistas, trotskistas, maoístas y verdes). En 2006 dio el salto oficial a la política, como concejal del Ayuntamiento de Atenas, y dos años más tarde se convirtió en líder de Syriza.
El poder le aguardaba agazapado bajo los escombros a los que había quedado reducida Grecia tras la austeridad y los recortes. El colapso de los partidos tradicionales le puso en bandeja la victoria en 2015, con más del 36% de los votos, un triunfo que quedó revalidado unos meses después en una nueva convocatoria electoral forzada por la fuga de decenas de diputados de Syriza que rechazaron el rescate.
Solo él conoce la fecha de los próximos comicios y quién sabe si volverá a imponerse, pese al mal augurio de las encuestas. Porque Tsipras es pura resistencia, con el carisma justo, el talento para la retórica y una cauta reserva. A la vez conciliador y rebelde; reflexivo y astuto: un político.
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