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Serbia y Kosovo se plantean corregir su frontera para cerrar un acuerdo

Ambos países pretender superar el callejón sin salida al que han llegado las negociaciones auspiciadas por Bruselas desde hace cinco años

María Antonia Sánchez-Vallejo
Aleksandar Vucic, presidente serbio, el 7 de agosto en Belgrado.
Aleksandar Vucic, presidente serbio, el 7 de agosto en Belgrado.ANDREJ CUKIC (EFE)

La “corrección” o nueva “demarcación” de la frontera entre Serbia y Kosovo, apuntada estos días en términos casi quirúrgicos por los presidentes de ambos países, amenaza con sacudir una región que aún convalece, 25 años después, de las guerras de desintegración de Yugoslavia. Se avecina un otoño caliente en los Balcanes: al referéndum en Macedonia, el 30 de septiembre, sobre el acuerdo nominal con Grecia, se suma el intento de resolver —con la vista puesta en la UE— el conflicto que enfrenta a la antigua república yugoslava con su antigua provincia autónoma, que declaró unilateralmente la independencia en 2008 tras una breve y cruenta guerra (1998-99) ganada con el apoyo de la OTAN.

La redistribución, mediante ese eventual nuevo dibujo de los límites, de importantes minorías alógenas —albaneses que viven en el sur de Serbia y serbios que habitan al norte de Kosovo— lograría lo que no han conseguido cinco años de negociaciones auspiciadas por Bruselas: un acuerdo definitivo con el reconocimiento de Kosovo por parte de Belgrado, condición indispensable para su ingreso en el club europeo, donde no se espera a Serbia hasta al menos 2025. El presidente serbio, Aleksandar Vucic, y su homólogo kosovar, Hashim Thaci, se reunirán en septiembre en Bruselas en el marco del proceso de diálogo patrocinado por la Unión. Y si bien no existe ninguna propuesta oficial, ni mapa o plan elaborados, ambos mandatarios contemplan tal posibilidad. “Todas las cartas están sobre la mesa”, ha dicho recientemente Ivica Dacic, viceprimer ministro y titular de Exteriores de Serbia. El presidente Thaci, contrario a una división del país por líneas étnicas, se ha mostrado abierto a debatir una “corrección” fronteriza.

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Las ciudades rotas de los Balcanes

Pero tocar las fronteras en los Balcanes equivale a mentar la bicha del nacionalismo y de las etnias y al riesgo de un éxodo de población —la guerra de los noventa ya fue pródiga en ellos—, por lo que, ante el silencio de Bruselas, la canciller alemana, Angela Merkel, rechazó el lunes esta hipótesis, asegurando que la integridad territorial de los Balcanes occidentales es “sacrosanta”. La Embajada británica en Pristina subrayó que “el rediseño de las fronteras nacionales es [un factor] desestabilizador” en la región, algo en lo que coinciden otras cancillerías europeas. Reino Unido y Alemania, principales detractores de retocar la frontera, son dos del centenar de países que reconocen la soberanía de Kosovo. Rusia, además de Serbia y cinco Estados miembros de la UE, entre ellos España, no admiten su independencia y por tanto bloquean su acceso a la ONU y otros organismos multilaterales.

Si los 55.000 albaneses que en 2002 (último censo) vivían en el valle de Presevo serbio —donde en esas fechas estalló una insurgencia armada contra Belgrado— se reintegraran en Kosovo tras el hipotético ajuste fronterizo, los 75.000 serbios localizados en su mayoría al norte del río Ibar, que divide la ciudad kosovar de Mitrovica, volverían a la madre patria serbia. Pero la sola mención de un trasvase de población inquieta mucho en la región: en la Antigua República Yugoslava de Macedonia hay una importante minoría albanesa (el 25% de la población), que aspira también a incrementar sus vínculos con Albania. Incluso la entidad serbia de Bosnia, una de las dos que componen la República de Bosnia-Herzegovina, no descartaría adherirse a Serbia previa secesión, como su líder, Milorad Dodik, no se cansa de insinuar.

La repentina sintonía entre Belgrado y Pristina tendría un invitado de piedra, además de la decidida apuesta euroatlántica de una región que intenta conjurar mirando hacia Occidente el riesgo de convertirse en tablero de operaciones de Rusia, como demuestran algunas actividades del Kremlin en Serbia, Montenegro, la República Serbia de Bosnia; incluso en Macedonia y Grecia. Estados Unidos, que bajo la presidencia de Donald Trump ha enajenado su protagonismo en los Balcanes —y en especial en Kosovo, del que ha sido su principal apoyo—, contemplaría con agrado un acuerdo definitivo para sellar un conflicto que ahora le resulta lejano y cansino. La primera ministra serbia, Ana Brnabic, visitó recientemente Washington junto con Dacic y se reunió con Jared Kushner, consejero especial y yerno de Trump, con el que discutió el proceso de diálogo con Kosovo.

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Inquietud entre la sociedad civil

Aunque muchos la consideran una línea roja, una caja de Pandora potencialmente explosiva, la carta de la “partición” territorial y demográfica parece ganar adeptos cada día. Sus detractores serbios arguyen que el movimiento supondría la pérdida definitiva de los más importantes monumentos de la Iglesia ortodoxa, como los monasterios de Gracanica y Visoki Decani, localizados en Kosovo. La inquietud de la sociedad civil se plasma en la carta que la semana pasada 37 ONG de ambos países enviaron a Federica Mogherini, jefa de la diplomacia europea, instándole a pronunciarse con urgencia y sin ambigüedad “contra la partición de Kosovo o el intercambio de territorios entre Kosovo y Serbia según principios étnicos”.

En la ecuación geopolítica que plantea el caso, hay elementos aún más inquietantes, como el reciente viaje a Belgrado de Steve Bannon, exestratega de Trump que ahora patrocina una alianza populista europea. Sus declaraciones sobre los Balcanes como “región de importancia estratégica” en el nuevo orden mundial (trumpista) son, para muchos, un flaco favor a la estabilidad regional y un regalo servido en bandeja a Rusia y su labor de zapa en el área, en línea con los bravucones mensajes de autócratas como el húngaro Viktor Orbán. No contento con su viaje a Belgrado, Bannon recibió en su casa a finales de julio al primer ministro de la irredenta República Serbia de Bosnia. “El populismo nacionalista de derechas va a triunfar [en Europa]. Será el que gobierne”, recordó Bannon. Lo preocupante es que empiece a hacerlo por los Balcanes.

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