Mil sirios, de vuelta, en un día
Un grupo de 900 refugiados que decide de forma voluntaria retornar a su país desde Líbano evidencia el cambio en Siria tras siete años de conflicto
Unos 900 sirios hacen cola para entregar su documentación a los militares libaneses del último retén en la frontera que separa Líbano de Siria. Los uniformados van tachando los apellidos de un largo listado de nombres que previamente han sido aprobados por el Ejército regular sirio. Al son de una breve y musitada plegaria, los conductores arrancan los oxidados motores para emprender el polvoriento camino que deberán recorrer para llevarles a la región fronteriza de Qalamun, en Siria. Un trayecto de 40 kilómetros desde la localidad libanesa de Arsal; un tramo tan corto en el mapa como largo en la memoria. En apenas una hora dejarán atrás siete años como refugiados para volver a convertirse en ciudadanos de un país que aún sigue en guerra.
Novecientos testimonios de guerra, donde sobran los desencuentros y escasean las alegrías, pululan por el control militar libanés de Wadi Hmeid, un retén que hace apenas un año controlaban yihadistas llegados de Siria. Tal vez sea el de Hasan Bouzeid el que más llama la atención debido a su corta edad. Es uno de los cuatro menores no acompañados que los trabajadores de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) han identificado e intentan disuadir para que no emprenda el viaje.
“Quiero volver con mi madre”, repite hastiado el joven de paletas desconchadas, pelo polvoriento y piel tatuada de cicatrices. Tenía seis años cuando se despidió de su madre y de Siria. Ha vivido la mitad de su corta vida como refugiado en una tienda de lona junto a un “padre violento”, precisa, del que hoy quiere huir. Son varios los adultos que, movidos por esa solidaridad que caracteriza a los que lo han perdido todo, se ofrecen garantes para adoptar al menor durante la travesía de retorno y en la búsqueda de su progenitora.
“Me llamó hace cinco años desde Flitah [poblado sirio en a la región fronteriza de Qalamun]”, repite testarudo Bouzeid, ignorando que en Siria los desplazados internos ya suman 6,2 millones y los refugiados alcanzan los 5.6. Es precisamente al poblado de Flitah donde se dirige gran parte del convoy que hoy regresa motu proprio, aunque animado por una política de retorno promovida por el Ministerio de Asuntos Exteriores libanés, en un país que alberga 1,5 millones de refugiados —equivalentes al 25% de la población—. No es el primero; en el último mes han partido otros dos grupos de unos 400 refugiados cada uno.
Musa, que lleva puesta la kufiya roja que visten los agricultores sirios, fuma un pitillo tras otro aferrado al volante. Su esposa y sus dos hijos menores se han resguardado en el asiento del copiloto, justo detrás de dos agujeros de bala que seis años atrás, y en el camino inverso, atravesaron la luna delantera. Sus dos hijos mayores no les acompañan porque “no quieren que luchen en el Ejército [regular] sirio”. Según los rumores que circulan por los asentamientos de Arsal entre los refugiados sirios, los jóvenes en edad de integrar el servicio militar dispondrán de seis meses antes de vestir el uniforme caqui una vez pongan los pies en Siria. Razón por la cual casi no hay jóvenes entre el grupo de refugiados que empezó a congregarse este lunes desde temprano para volver a su país.
Para algunos de los presentes, el retorno es motivo de alegría y reencuentro con los seres queridos que dejaron atrás en un Qalamun hoy exento de combates. Pero para Halima Ramadán, en la sesentena, entraña una nueva separación. Se despide con la mano de su marido al tiempo que se seca las lágrimas con el pico del velo. Subido en lo alto de un tractor, su esposo Mohamed liderará una avanzadilla de hombres que tendrá que hacer habitables los hogares y cultivables las tierras de un poblado de Qalamun antes de llevar a sus mujeres y hijos desde Arsal.
Los refugiados hablan de hartazgo, de dignidad, de volver a su tierra y dejar una donde ya no se les quiere. Pero también hablan de miedo, de temor a rencillas por parte de vecinos o represalias de los servicios de inteligencia sirios. Mandar primero a los más viejos sin cuentas pendientes con el Estado parece una estrategia compartida por otras familias. Lo que explica la relativa escasez de niños correteando entre vehículos. “Hemos contado 240 menores de 18 años, a los que hemos vacunado de polio antes de viajar”, asegura entre remolinos de polvo Josep Zapater, jefe de ACNUR en esta región libanesa conocida como el valle de la Bekaa.
“Los pobres huimos con lo puesto a tiendas de campaña y volvemos en tractores. Los ricos se fueron a Europa y volverán en avión”, se despide a gritos Mohamed. Para preservar unos magros ahorros, las familias comparten camiones alquilados que conducen aguerridos conductores libaneses a cambio de 100 euros el trayecto. Desde lo alto de tractores y furgonetas sobresalen los colchones de espuma tapizados con flores que cada año distribuyen las ONG y las ruedas de las motocicletas de fabricación china, omnipresentes en todo asentamiento informal sirio.
A falta de que los últimos vehículos abandonen el retén militar, el pequeño Bouzeid prosigue en su empeño de esquivar a cooperantes y militares para colarse en la comitiva como polizón. De su hombro cuelga una bolsa de tela con una toalla y tres mudas. Las tres que tiene. "Quiero volver con mi madre", sigue murmurando.
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