Miles de desplazados libaneses quieren retornar a sus hogares en Siria
La guerra visibiliza la controvertida demarcación de fronteras en aquellos tramos donde poblaciones libanesas han quedado encalladas en territorio sirio
Al tiempo que el Ejército libanés coordina con el sirio el retorno de los primeros miles de refugiados a través de la frontera compartida, miles de desplazados libaneses piden retornar a sus hogares en Siria. “Hemos quedado en el olvido”, protesta el libanés Abu Ahmed hoy acogido por allegados en un caserío con vistas a un puesto fronterizo sirio. “Somos desplazados libaneses por la guerra siria a Líbano y pedimos a Damasco y Beirut que nos ayuden a volver a Siria y reconstruir nuestros hogares”, es la compleja ecuación con la que define este agricultor la particular circunstancia que aqueja a más de 250 familias libanesas. Desde una azotea, señala un enjambre de casas derruidas por combates, bombardeos y explosivos. Son los restos de su poblado Yusi, en tierra siria, donde antes de la guerra los habitantes libaneses representaban el 80% de la población, junto a los 2.000 vecinos sirios.
Estos libaneses tuvieron que huir con lo puesto en 2011, cuando rebeldes armados libaneses y sirios se atrincheraron en el pueblo y el Ejército regular sirio acabó por arrasar sus viviendas y campos para establecer una zona tapón en plena línea de demarcación con Líbano. Se consideran dobles víctimas de la guerra moderna y de unas fronteras trazadas a golpe de escuadra por el tándem diplomático franco-británico Sykes-Picot que, en un acuerdo secreto que porta el mismo nombre, bosquejó en 1916 el mapa actual de Oriente Medio. “Hace más de un siglo que nuestros antepasados compraron esas tierras, mucho antes de que los caprichos franceses decidieran que quedarían en suelo sirio”, protesta Abdelkarim Zagrur, desplazado de Yusi y descendiente de las familias emigradas de la también fronteriza localidad libanesa de Arsal.
“Yusi era un desierto y mis tatarabuelos lo convirtieron con sudor y esfuerzo en fértiles campos de cultivo”, prosigue. En Masharí al Qaa, último poblado libanés apostado en la frontera siria, tan solo se transita en motocicletas por unos caminos pedregosos escoltados por árboles frutales que desembocan abruptamente en una trinchera. Un rebaño de ovejas pastorea en los nuevos confines de Líbano. Detrás del ganado se avistan varios centenares de metros de tierra libanesa. En esa extensión, convertida en tierra de nadie, han quedado los escombros de la casa de Zagrur y las de otros 50 vecinos que el joven señala oculto detrás de unos árboles “para evitar llamar la atención de los francotiradores sirios” que, advierte, “disparan a todo el que se acerque”.
Tierras fronterizas
Son más de 7.000 los libaneses que en tan peculiares circunstancias han sido desplazados de sus hogares en el poblado sirio de Yusi para buscar refugio en casa de sus allegados en Líbano. Todos cargan con permisos de residencia sirios, carnés de identidad libaneses y un tercero especialmente expedido por el Ejército libanés para transitar por Masharí al Qaa. Paradójicamente, hoy los sirios suman mayoría en la ciudad libanesa de Arsal de la que salieron los tatarabuelos de Zagrur y donde 80.000 refugiados sirios comparten acera con 35.000 libaneses. La guerra siria ha puesto en evidencia los lastres que arrastra Líbano en la demarcación de su territorio y condenado a la familia Zagrur a convertirse en un borrón en el trazado de unas fronteras hasta ahora invisibles.
En el sur de Líbano, 10.000 cascos azules de la ONU patrullan los 79 kilómetros de una frontera disputada con el enemigo israelí. Seiscientos son españoles. Al este y norte, el país de los cedros comparte 375 kilómetros con la vecina Siria. En este frente, son tres las zonas en las que Líbano y Siria se disputan el trazado de territorios. Al sureste y en el cruce de 20 kilómetros cuadrados de lo que se conoce como Las Granjas de Chebaa convergen el Golán ocupado por Israel, Siria y Líbano. La ocupación israelí ha pospuesto toda solución definitiva para delimitar el tramo de frontera sirio-libanesa y, por ende, la suerte de sus ciudadanos.
Al este del país y frente a la ciudad chií de Hermel se yergue el anti-Líbano en suelo sirio. Se trata de una veintena de poblados de mayoría chií con algunas bolsas de poblaciones cristianas. Se estima que aquí vivan entre 20.000 y 30.000 libaneses que comparten excepción con sus conciudadanos de Yusi. Rémora de una era donde no existían los Estado-nación árabes, fue precisamente la defensa de estas aldeas y de los mausoleos chiíes en suelo sirio el argumento que adelantó en 2013 Hasan Nasralá, líder de Hezbolá, para anunciar la entrada de sus hombres en el conflicto de "la gran hermana" siria.
A pesar de que han atravesado la frontera huyendo de la violencia, estos libaneses no son aptos para recibir ayudas de la ONU como hacen el resto de sirios que escaparon junto a ellos. Con los combates acallados, Abu Ahmed lidera hoy las reuniones de un grupo de vecinos que han solicitado a la Seguridad General libanesa que les facilite el retorno a Siria. “Mi hijo iba a la universidad en Homs, no en Baalbek. Y pagamos impuestos en Siria, no en Líbano. Somos de allí”, interviene un vecino con marcado acento sirio pero de nacionalidad libanesa. Junto a ellos, y en tiendas de campaña levantadas entre el ganado y los campos de cultivo, aguardan también un millar de turcomanos apátridas. Es el caso de Biba, quien escapó cuando la guerra irrumpió en su barrio de Yusi.
Indocumentados, cruzaron ilegalmente los escasos 200 metros que les separaba de Líbano. Un trayecto que antaño, asegura, recorrían a diario y campo a través sin toparse con un solo militar o verja. Nacida en Siria de unos antepasados nómadas dedicados al ganado, ha heredado tanto su condición de apátrida como medio centenar de reses en suelo sirio. “No hay nada que podamos hacer. No somos ni de aquí, ni de allí”, murmura conforme remueve la mano para señalar ambos lares de la frontera. “Retornaremos cuando lo hagan nuestros vecinos libaneses y juntos, con los sirios, reconstruiremos nuestro pueblo”, asegura tan resignada como indeferente al nuevo trazado de fronteras.
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