El exasperante subibaja argentino
Argentina era el país ideal para prestarle dinero a principios de año, en mayo dejó de serlo. Nada cambió significativamente
Hace casi nada, apenas un mes y piquito, la influyente revista Forbes tituló: Tal vez sea hora de huir de Argentina. En esos días inolvidables, el peso se devaluó un 20% en un tris, las reservas en dólares del país cayeron casi 7.000 millones de dólares y todo parecía deslizarse de una corrida cambiaría a una crisis sistémica. Ayer, el banco Morgan Stanley distribuyó un informe donde augura que, en las próximas semanas, el valor de las acciones y bonos argentinos podrían subir alrededor de un 20%. O sea: "Tal vez sea hora de volver a Argentina".
Ese vaivén tan repentino, brusco, vertiginoso, podría ser un caso de estudio (más) acerca de cómo el funcionamiento del sector financiero desequilibra la economía de algunos países vulnerables por cuestiones absolutamente coyunturales y caprichosas. En otros —lejanos— tiempos, la decisión de invertir o no en los activos de un país se anclaba en datos sobre el funcionamiento de su economía real: la competitividad, el crecimiento, el empleo, la posibilidad de establecer allí emprendimientos rentables. Hace mucho que las cosas no ocurren de esa manera. Un dato en contra puede generar huidas despavoridas. Un dato a favor, repentinas fascinaciones. Es lo que se suele llamar "comportamiento en manada".
La expectativa actual obedece a que es inminente un acuerdo entre Argentina y el Fondo Monetario Internacional (FMI), de dimensiones extravagantes. El FMI apoyará al Gobierno de Mauricio Macri con un crédito que superará, según lo trascendido, los 30.000 millones de dólares. Eso, más otros apoyos financieros que está gestionando el Gobierno, desactivará por cierto tiempo cualquier hipótesis de inestabilidad. Entonces, se supone que todos los activos argentinos deberían subir, pero no porque las empresas anden mejor, sino simplemente porque existe la idea de que el valor de las acciones crecerá. Y esa idea las hará crecer.
En el influyente libro De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad, el profesor israelí Yuval Harari sostuvo que la diferencia esencial entre el ser humano y el resto de los animales es su capacidad de creer en cosas que no existen y actuar en consecuencia. Tal vez la manera en que se mueven los principales capitales del mundo sea un ejemplo más de eso. No cambia nada que se pueda tocar y ver. Es una idea, una expectativa, lo que provoca que huyan o vuelvan. A principios de año, Argentina era el país ideal para prestarle dinero. Nada cambió significativamente. Sin embargo, a principios de mayo era momento de huir. Otra vez, no hubo demasiados cambios: pero ya es momento de volver.
Mientras tanto, la economía real sufre. Cada mes, una treintena de economistas destacados informa al Banco Central del país sus pronósticos sobre el funcionamiento de la economía. Antes de la crisis de principios de mayo, anticipaban un 20% de inflación anual y un crecimiento superior al 2,5%. Ahora, sostienen que el alza de precios será del 27% y el PBI crecerá apenas un 1%. Argentina seguirá siendo este 2018 uno de los países con la inflación más alta de la Tierra y transitará gran parte del año en una leve recesión. Hay, además, un enorme desequilibrio en la balanza de pagos. Pero para el mundo financiero el optimismo ha vuelto porque el Fondo Monetario pondrá su plata.
El acuerdo con el FMI tendrá sus condiciones, naturalmente. Estas, básicamente consistirán en que el Gobierno disminuya rápidamente su alto déficit fiscal. No parece, en principio, un objetivo extraño a la Administración Macri, que ya se lo había planteado luego del triunfo electoral de medio término de octubre del año pasado. De hecho, la primer medida que tomó fue un controvertido recorte de los gastos previstos en jubilaciones y pensiones. En estos días, el Gobierno firmó además un acuerdo salarial para el año con los trabajadores estatales: solo les aumentará un 15%, contra el 27% de inflación. Será un bruto recorte del valor real de los salarios. Esto implicará un gran ahorro que pondrá al Gobierno a punto de cumplir los requerimientos de su prestamista estrella.
La decisión de Macri de apelar al FMI es resistida en el país, en gran medida porque aquí se considera que tuvo una responsabilidad clave en la peor crisis económica de la historia argentina, que ocurrió en el no tan lejano 2001. Una anécdota notable refleja ese rechazo. Mientras la economía anda a los tumbos, Argentina está dividida por otro motivo: en estos días el Congreso decide si despenaliza el aborto. El martes, una manifestación a favor de esa despenalización fue encabezada por una consigna doble: "Aborto Legal. No al FMI". Pero dos días antes un cura habló en el Congreso y explicó: "Aborto es FMI y FMI es aborto". Abortistas y antiabortistas se enfrentan, pero tienen algo en común: el odio al FMI.
Eso podría ser argumento para que el Gobierno no apelara a ese recurso. Pero en medio de la crisis cambiaria de mayo, Macri sintió que no tenía alternativa y fue a pedir plata. Lo logró. Y entonces volvió a cambiar el clima financiero.
Esa plata le permite ganar tiempo.
¿Cuánto?
Tal vez 10 segundos, tal vez 15 minutos, o algunas semanas, o un par de meses: hasta el próximo e imprevisible estornudo de algún operador de Wall Street.
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