Lula no es argentino
Tal vez el expresidente de Brasil recuerde en la cárcel a Perón, que ganó una elección a la que no pudo presentarse
“Ah, ¿usted es de la Argentina? ¿Y dónde vive? ¿En Río de Janeiro?”.
Todos los argentinos que hemos tenido el privilegio de vivir en el exterior, alguna vez, debimos responder cordialmente esa pregunta disparatada.
“No, señor, le explico: Río de Janeiro es una ciudad del Brasil...”.
“Ah, entonces usted es de Buenos Aires. Yo he visto una foto de ese Cristo imponente que vigila la ciudad”.
“No, disculpe, pero ese Cristo está en Río, nosotros tenemos el Obelisco, que no es tan imponente pero tiene lo suyo”.
Y así: que el Amazonas no queda en la Argentina, que nosotros tenemos la Patagonia, que Messi es nuestro y Neymar de ellos, que la dulce bossa nova es brasileña y el nostálgico tango, argentino.
La decisión judicial de encarcelar a Luiz Inácio Lula da Silva abre serias preguntas sobre el futuro de las democracias latinoamericanas, sobre todo si se tiene en cuenta que en dos países muy relevantes, Venezuela y Brasil, los líderes opositores más queridos no podrán presentarse a las elecciones. En ese sentido, tal vez sea oportuno señalar las diferencias y similitudes entre el proceso político brasileño y el argentino, los dos países más influyentes de Sudamérica, que confluyen en algunos aspectos, pero difieren muy notablemente en otros.
En principio, la Argentina es en estos años un país políticamente mucho más estable que el Brasil. La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner terminó su mandato, a diferencia de su par, Dilma Rousseff, que fue derrocada por el Parlamento. Si bien se puede hacer algún paralelismo entre los enfoques económicos y de política exterior de Michel Temer y Mauricio Macri, los actuales jefes de Estado, lo cierto es que el primero no fue electo democráticamente y el segundo sí. Por otra parte, la principal líder de la oposición argentina, la misma Fernández de Kirchner, no solo no está detenida como sí lo está Lula: es senadora nacional, fue electa como tal como representante de las segunda fuerza política más votada, en unas elecciones cuyo resultado reconoció sin problemas. Hay muchos reproches que se le pueden hacer a la democracia argentina, pero su funcionamiento, a día de hoy, refleja un devenir bastante normal.
La justicia funciona también de manera diferente en los dos países. En el encuentro que mantuvo esta semana con Mariano Rajoy, le preguntaron a Mauricio Macri acerca de la detención de Lula. Macri sostuvo que en Brasil existe la justicia independiente y comparó con la situación actual de la Argentina, que no es igual. En Brasil, la justicia produjo una investigación monumental de la corrupción política y empresarial que terminó con líderes de grandes empresas y con dirigentes de distintos sectores políticos en la cárcel. Ese proceso tuvo su punto culmen con la prisión de Lula.
En la Argentina, en cambio, hay impunidad. La justicia que debe procesar casos de corrupción política actúa como un garante de que nadie con poder sea condenado. Cada vez que un presidente deja su cargo los jueces se despiertan por un ratito, encarcelan sin condenar a algunos personajes no muy relevantes vinculados a él y luego, cuando las aguas se aquietan, los liberan. En general, al revés de lo que ocurrió en Brasil, los apresados son políticos opositores, casi nunca oficialistas ni empresarios que participan de los hechos de corrupción. Eso beneficia a todos, incluido al entorno de Macri, tan complicado como está en la participación en empresas offshore en todo el planeta.
Un asesor muy destacado de Macri explicó hace poco tiempo a un grupo de empresarios: “Lo que ocurre en Brasil es un disparate. Si un sistema político es corrupto, la justicia debe formar parte de ese sistema porque si actúa con independencia lo hace explotar. La justicia independiente está para juzgar casos individuales en democracias donde la honestidad es un valor establecido. El error de Dilma fue impulsar la independencia judicial en ese sistema, donde el poder está sostenido sobre miles de actos de corrupción. Fue un factor tremendo de inestabilidad”. Esa idea, aunque nadie se atreva a expresarla públicamente, es dominante en la dirigencia argentina. De hecho, la Argentina es uno de los pocos países del continente donde a nadie se le ocurre revisar seriamente los contratos de Odebrecht.
Hay otra diferencia importante entre los dos países. Lula da Silva y Cristina Fernández son los líderes más destacados de la oposición. Ambos cuentan con la estable simpatía de alrededor de un tercio del electorado y el rechazo de una mayoría. Pero, mientras en Brasil no surgió un liderazgo que pueda derrotar a Lula, en la Argentina Mauricio Macri viene triunfando en sucesivas elecciones desde 2013: apareció alguien que logró juntar a todos los que odian a Fernández de Kirchner.
En una visión más de largo plazo, Brasil y la Argentina parecen un espejo el uno del otro. Suele ocurrir que, cuando uno crece, el otro también. Cuando en uno se establece un régimen de Gobierno más conservador, o amigable con los mercados financieros, o librecambista, en el otro también. Y luego giran en tándem hacia sistemas más proteccionistas o estatistas. Las democracias van de la mano, como también las dictaduras. Hay razones geopolíticas e históricas para que eso sea así.
Pero, como bien se dice, el diablo está en los detalles.
Y Lula no es argentino, es brasileño.
El nuestro se llamaba Juan Domingo Perón: nunca lo metieron preso, pero estuvo exiliado durante 17 años. Un día, cuando él estaba aún proscrito, le permitieron presentar un candidato a presidente por su partido. Eligió a un casi desconocido. Y arrasó.
Tal vez en la cárcel de Curitiba, en estos días, Lula recuerde aquella historia: la del líder que gana una elección a la que no le permitieron presentarse.
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